El país de la ilegalidad
Todo parece apuntar que los delincuentes de los gobiernos que han saqueado este país son intocables y lo peor; algunos continúan en el nuevo gobierno, cuyo titular ha prometido transparencia en lugar de opacidad, honestidad en lugar de villanía; no robar, no mentir, no traicionar al pueblo. Estos últimos verbos pronunciados como la más importante promesa de un hombre comprometido con su integridad, en el desempeño del más alto cargo a que un político puede aspirar: Andrés Manuel López Obrador.
AMLO ha soñado en transformar México; en rescatar la independencia económica, la soberanía política, y la dignidad de nuestro país. Un México, diría él, más igualitario, más democrático, con mayor bienestar para la población en general; un pueblo que viva en paz y con tranquilidad; lo que implica, un país con fuentes de empleo, con mejores salarios, sin delincuencia, sin crimen organizado; un país con un crecimiento económico sostenido, en cuyo gobierno republicano el respeto a las leyes sea la regla más que la excepción; y el equilibrio, respeto y autonomía entre poderes sea una realidad.
Poco más, poco menos, esa es la esencia del proyecto de nación que AMLO nos ha prometido; pero ya sabemos que una costumbre de los políticos es prometer y prometer; pronunciar en tribunas y foros, en entrevistas banqueteras o conferencias formales lo que, saben bien, el pueblo quiere escuchar. Mentirillas piadosas dirían ellos, no hacen mal a nadie y en cambio sí mantienen la esperanza.
Pero México, además de ser el país de la ilegalidad y de la impunidad, también es el país de las grandes contradicciones, de la simulación, de la hipocresía, de las verdades a medias, de los pactos sobreentendidos, de los acuerdos tácitos; y cualquier mexicano con dos dedos de frente lo sabemos; pero queremos pensar que todo puede cambiar para bien, no para mal. En ese conflicto de creer y no creer, la razón se ve doblegada por el sentimiento y la emoción; y entonces sucumbimos al autoengaño, justificándonos con mecanismos de defensa que cualquier psicoanalista, sociólogo, politólogo, historiador, incluso el mismo Freud (si viviera) tendría problemas para explicar.
Sorprende a muchos mexicanos la parsimonia que nuestro presidente electo asume en algunas cuestiones espinosas; sorprende la filosofía cristiana del perdón, ante actos delincuenciales de ex gobernadores de ésta y otras administraciones, que por ley deberían ser sancionados; sorprende que aunque la ASF ha comprobado su responsabilidad en malos manejos del presupuesto público se hayan ido sin rendir cuentas, (CDMX. Guanajuato, Morelos, Nayarit, Puebla, Coahuila, Sinaloa, Tlaxcala, y Yucatán, entre otros).
Pero también sorprenden los exabruptos, las declaraciones a bote pronto, y la elusión de respuestas a preguntas incómodas. Igual, sorprende la declaración iracunda contra Loret de Mola por una nota acerca de la renuncia de César Yáñez.
Cierto, ya lo ha dicho AMLO, su fuerte no es la venganza; ¿Y la justicia?, pregunto. No se trata de vengar, sino de aplicar la ley. ¿Dónde queda el principio: “Al margen de la ley, nada; por encima de la ley, nadie”? O es que, ¿este principio será válido sólo del primer día de diciembre próximo hasta el 30 de septiembre de 2024? ¿Todo será borrón y cuenta nueva? ¿Y los procesos penales pendientes?
La Auditoría Superior de la Federación está haciendo su trabajo y ha puesto en la mesa de la PGR, varios casos de corrupción en los que juntos, suman cuantiosas sumas que en su momento no se aplicaron para lo que oficialmente se habían destinado, lo que constituye un delito de peculado; otros casos se han realizado con el modus operandi de la Estafa Maestra, como ocurrió con la Universidad Autónoma de Zacatecas en la que 100 mdp.
Hasta hoy, México sigue siendo un país donde reina la anarquía, y no hay quien ponga orden. ¡Urge un gobierno eficiente, eficaz y honesto!. ¿No cree usted?
Héctor García Pérez
Comarca Lagunera
