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Ha pasado un siglo y...

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NUESTRO CONCEPTO

A las 11 de la mañana del día 11 del mes 11 de hace 100 años terminó oficialmente la Primera Guerra Mundial. La gran causa de la llamada Gran Guerra fue la encarnizada lucha imperialista neocolonial por el reparto del mundo en una época de globalización en la que el hegemónico Imperio Británico había dado ya señales de agotamiento y otras potencias buscaban ocupar su lugar. El pretexto fue un crimen: el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria. Pudo haber sido cualquier cosa. El clima de competencia interestatal habían hecho del mundo un polvorín. Sólo faltaba una chispa que lo hiciera estallar. Resulta escalofriante observar lo parecido que es, a escala mayor ahora, el mundo de hoy al mundo previo a la Primera Guerra Mundial.

El fracaso de la paz de 1918 provocó que se dieran nuevamente las condiciones para una gran guerra mundial, ésta aún más cruenta y destructiva que la anterior y con la bomba atómica como herencia maldita. Vino después la Guerra Fría del mundo bipolar, el pacto del Estado de bienestar en Occidente para frenar al comunismo, la alianza atlántica para la reconstrucción y protección de Europa y Asia ante la “amenaza sino-soviética” y, al final, la estrepitosa derrota del bloque del Este. A partir de entonces el mundo se hizo unipolar, al menos en apariencia. Para la última década del siglo XX ya sólo había una potencia mundial indiscutible: Estados Unidos. El capitalismo, la globalización económica y la democracia liberal parecían convertirse en los paradigmas eternos del proclamado Fin de la Historia. Pero algo cambió.

El fracaso del Proyecto para un Nuevo Siglo Americano, impulsado por George W. Bush; las desastrosas intervenciones de Estados Unidos y sus aliados en el mundo islámico bajo el pretexto de la “guerra contra el terror” y la Primavera Árabe, que acabó en invierno, y la crisis económica de 2008, han desgastado el liderazgo estadounidense. A la par, nuevos poderes con distintos paradigmas resurgen en el Oriente: China, como ascendente segunda potencia económica y tecnológica, y Rusia como segunda potencia militar, primera en energía, y con una capacidad nuclear a la par de la norteamericana. En Occidente, tras el eclosión de gobernantes nacionalistas y populistas, las antiguas alianzas, como la OTAN, se cuestionan, y la Unión Europea, ese gran logro de la integración y el multilateralismo, se tambalea. De fondo, las desigualdades económicas en las sociedades siguen creciendo al amparo de un modelo económico internacional que privilegia la concentración de capital por encima de la distribución.

Las fracturas y reacomodos han quedado en evidencia en los últimos meses. Regreso del nacionalismo, propagación del populismo, guerra comercial, proteccionismo, amenazas bélicas crecientes, amagos de cierre de fronteras, ruptura de acuerdos nucleares, aumento de la desconfianza y competencia interestatales y una nueva escalada en la carrera armamentista. Hoy, como hace poco más de 100 años, los focos rojos geopolíticos son muchos. Los balcanes eran sólo uno de ellos en 1914. En 2018 es posible ubicar a Europa del Este, Oriente Medio, Sudeste asiático, Península de Corea, África del Norte y Central, y Centro y Sudamérica como áreas de conflicto que son, por cierto, en donde las grandes potencias despliegan sus esfuerzos e intereses para incrementar su presencia e influencia.

Han transcurrido 100 años del fin de una guerra que rompió todos los estereotipos de la capacidad destructiva del ser humano. Ha pasado un siglo y si bien no es posible asegurar que la historia va a repetirse, sí podemos observar con atención la similitud de los indicios que hoy existen con los que desencadenaron la peor etapa de la historia de la humanidad. Es importante saber también que aún estamos a tiempo de evitar la catástrofe y que depende de los gobiernos más poderosos y la exigencia de sus sociedades hacerlo. Se le atribuye al gran escritor estadounidense Mark Twain la frase “la historia no se repite, pero rima”. La competencia geopolítica de hoy está llevando al mundo a una incertidumbre en la que el riesgo de un error de cálculo es cada vez mayor, como lo era cuando el extremista serbio Gavrilo Princip apretó el gatillo para asesinar al archiduque austriaco y su esposa Sofía en Sarajevo a las 11 de la mañana de aquel nefasto 28 de junio de 1914.

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