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Oído y equilibrio

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

Nada más difícil que guardar el equilibrio sobre la cuerda. Arte de funámbulos, no necesariamente de políticos. De estos últimos, quienes lo consiguen y realizan sus ideales son reconocidos más bien como estadistas.

Andrés Manuel López Obrador está ante la oportunidad y el desafío de caminar por esa cuerda e intentar alcanzar las metas prometidas. De ahí la importancia de mantener sano el oído.

El oído, sobra decirlo, está asociado al equilibrio. Si no se cuida, se pierde el paso, provoca mareo y, en el extremo, tropiezos o caídas.

***

En el ejercicio del poder es vital comprender el inexorable vínculo entre oído y equilibrio.

El elixir del poder, a veces, es veneno para el oído. Le resta agudeza, lo cierra y, de llevarlo a la sordera, pervierte el sentido del poder. La facultad y la capacidad de emprender y realizar hazañas se reduce al capricho de usar la fuerza para desafiar al adversario y, de paso, someterlo. La victoria electoral se rebaja a la revancha política.

Asimismo, cuando el poder infecta al oído y se dejan de escuchar consejos y recomendaciones, de colaboradores y asesores se hacen simples operadores de aquello que el poderoso considera pertinente. El equipo de trabajo acata órdenes mordiéndose los labios y, luego, al advertir el menosprecio o la ignorancia del valor de su función, algunos de sus integrantes resuelven apartarse de quien, al inicio, veían como líder y hombre sensible. El gobernador de Nuevo León, Jaime Rodríguez Calderón, no sabe de esto, pero lo ha vivido. En ese punto, el respeto se transforma en miedo o renuncia.

Cuando ocurre lo contrario y, consciente de su fuerza, arrastre y carisma, el dirigente poderoso mantiene abierto el oído, viva la inteligencia y arriba la convicción de concretar las grandes metas, el balance de su liderazgo se acrecienta y amplía el margen de maniobra. Tienta entonces, sin proponérselo, la identidad del estadista, pero no por la obsesión de serlo, sino por la decisión de tomar las medidas indicadas y dar los pasos correctos para darle perspectiva a la nación.

Es difícil, no imposible guardar el equilibrio. No por nada, los funámbulos usan una pértiga para rebalancearse, sobre todo, cuando hay factores fuera de control como el viento. Y el viento en un cambio de régimen son los mercados.

***

En breve, Andrés Manuel López Obrador caminará por la cuerda.

La circunstancia nacional e internacional le son adversas y la herencia dejada por su antecesor es una colección de instituciones frágiles y de condiciones deplorables en el campo social, económico y político, destacando la violencia y la corrupción cobijadas en la impunidad.

Puede el personaje vanagloriarse de ver tendidos en la lona a los partidos opositores, sin embargo, la crisis de estos es un problema. No canalizan, median ni amortiguan el malestar de los grupos de interés y presión resistentes a la idea de girar el rumbo, en favor de las mayorías marginadas de un modelo que concentra los beneficios en reducidas capas sociales y, en la desigualdad, atenta contra la estabilidad y la seguridad.

Los partidos opositores no acaban de entender la causa de su crisis. La ubican en la derrota electoral, cuando ésta fue producto de aquella y no a la inversa. Viven, hoy, de la queja y el quejido, incapaces de recomponerse y fijar postura con inteligencia y oportunidad ante la realidad. Sólo atinan a descalificar o insultar al adversario que, en su limitado concepto, es causa de su descrédito y desplome o, bien, a mostrar angustia ante la reducción del financiamiento de su organización, cuyas siglas parecen hoy formar parte de un epitafio.

Ahí están el dirigente y el coordinador parlamentario de Acción Nacional, Marcelo Torres Cofiño y Damián Zepeda, haciendo del insulto y de la descalificación su más firme argumento. Ahí está la dirigente tricolor, Claudia Ruiz Massieu, empeñada en encabezar la rebelión de los desamparados por las prerrogativas. Y ahí están los jefes de las bandas perredistas que, tras destrozar a su partido, se preguntan si es menester ponerle un altar en estos días de muertos.

La oposición ha hecho del error su hábitat y ahí siguen. No les interesa mucho la política ni cuanto ocurre en relación con ella, así, de vez en vez lancen algún quejido. Su prioridad es sobrevivir bajo patrocinio público o privado, nomás para ocupar un lugar confortable en la palestra. Parecer, no ser.

La ausencia de la oposición no abona al equilibrio, lo dificulta.

***

Sin canales ni amortiguadores, el choque entre el poder político y los factores reales de poder -empresarios, sindicatos, inversores, prensa, organismos de la sociedad civil- tiende a exagerar las diferencias y provocar burbujas de malestar que, en un descuido, pueden marcar tendencia y acabar con el equilibrio.

Optar por la exageración como trinchera para animar o asediar la posibilidad de realizar ajustes e instar al poderoso a acelerarlos o frenarlos a como dé lugar, amenaza borrar el acuerdo derivado de las urnas: un cambio sin ruptura. Exagerar como el banco suizo UBS, señalando que a través del referendo se podría "extender el mandato presidencial de seis años" o hacer uso de las reservas internacionales, corresponde más a la histeria política que al análisis financiero.

La exageración no ayuda al equilibrio, insta a saltar al vacío.

***

En cuatro semanas, Andrés Manuel López Obrador dará los primeros pasos en la cuerda. De cuidar el oído y guardar el equilibrio depende llegar al otro extremo sin hacer de la esperanza una ilusión ni de la resistencia un enemigo.

El socavón Gerardo Ruiz

Sólo restan tres semanas, después el secretario podrá meter la cabeza en el socavón y desentenderse del daño hecho a ritmo de paso exprés.

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