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SAN JUDITAS, LOS FIELES DIFUNTOS, LA VIRGENCITA DE GUADALUPE…SAN JUDITAS, LOS FIELES DIFUNTOS, LA VIRGENCITA DE GUADALUPE…

IMPORTANCIA DE LA RELIGIOSIDAD POPULAR

El país está en tensión. Muchas veces lo ha estado y lo hemos visto soportar, estoicamente, crisis anteriores: Tlatelolco, zapatistas, asesinatos de Colosio y de Ruiz Massieu, los muertos de Atenco y tantos otros escándalos. Las protestas siempre se han dado, pero siempre han sido controladas. Nuestro pueblo no se distingue por protestar, debido a la poca participación ciudadana, a la ignorancia, a la manipulación mediática y paternalismo de estado. Los poderes políticos, económicos y las organizaciones criminales han formado un efectivo sistema que, con la maquinaria político-mediática-represora, ha sido capaz, hasta ahora, de acallar las voces de descontento y hacer olvidar lo que le había hecho salir a las calles. No fueron sin embargo en vano esas luchas. La limpieza electoral y el pluralismo lograron avances significativos. Gracias a las movilizaciones ciudadanas, campesinas, estudiantiles, indígenas, de grupos cristianos, a la presión internacional, la autocracia encubierta está teniendo que ceder terreno. Pero no ha sido suficiente ni ha tenido el impacto necesario para cambiar la situación que, sin embargo, ya es insoportable.

Algunos dicen que el país no está preparado para tomar las calles, que la capacidad de organización está aún muy débil, que no hay solidaridad ni unidad, que no hay intereses comunes ni motivaciones suficientes, que la recuperación de espacios públicos está aún muy lejana, que el tejido social está muy dañado. Lo más triste es que probablemente tienen razón: se ha perdido la esperanza, los luchadores sociales se están cansando de combatir contra este monstruo de mil cabezas. No hay apoyo, no hay recursos… no hay esperanzas. Los mesías están cayendo aún antes de ser ungidos…

Pero la religiosidad popular es una fuerza extraordinaria. En La Laguna, ha tomado características propias, como lo ha hecho en cada lugar de nuestro querido México. Las reliquias de San Judas, las visitas a los panteones para contactar a nuestros fieles difuntos y las danzas y peregrinaciones en honor de la Virgen de Guadalupe, impregnan el ambiente en estos días. ¡He aquí la fuerza capaz de enfrentar la situación que estamos viviendo! Estas manifestaciones religiosas son mucho más que una simple curiosidad cultural.

Ante la crisis de sentido de nuestra época, la religiosidad tan arraigada en nuestros corazones da unidad a todo lo que existe; los creyentes lo llamamos el sentido religioso y representa la hipótesis de realidad con la que cada ser humano pueda mirar el mundo en que vive; nos hace más conscientes de nuestra común condición de hijos de Dios y de nuestra común dignidad ante sus ojos, no obstante las diferencias sociales, étnicas o de cualquier otro tipo. Esta síntesis de sentido, nos proyecta en un sentido histórico común; funde las historias en una historia compartida que realiza la más alta dignidad de nuestra vocación humana. Esta religiosidad está creciendo, superando el impacto manipulador de ideologías; ha ganado en profundidad y serenidad de comunión. Es tiempo de descubrir este precioso tesoro, promoverlo y protegerlo, con respeto y cariño, en sus diversas formas y sectores sociales que se presenta; es tiempo de fortalecer la religiosidad popular para afrontar con ella nuevos retos que amenazan el desarrollo armónico de nuestra comunidad. Con ella, se podrá tener la experiencia personal de encuentro con el misterio divino que crea familiaridad y comunión, por desborde de gratitud y alegría.

Esta religiosidad popular es capaz de rescatarnos de nuestra conciencia aislada, nos hace salir a comunicar la vida verdadera, la felicidad y la esperanza que nos ha sido dado experimentar y gozar. Con ella, las acciones que parecían irrealizables ahora son posibles: los espacios perdidos son rescatados por la misma comunidad, se toman calles, el tejido social se restablece, la comunicación es fluida, la organización y participación es voluntaria y voluntariosa; alegre y disponible; gratuita y generosa. Danzas, reliquias, altares, reunión, cooperación, reencuentros. En las danzas, se da organización, ejercicio, disciplina, orden, respeto y a la vez formación y educación. Las peregrinaciones son todo un fenómeno que reúne, organiza, embellece, grita, ora y canta. La celebración de los fieles difuntos es una creencia palpable en la resurrección. Nuestros muertos no están muertos; cada altar puede ser un reclamo a quienes nos los han quitado, pero también una convicción de que siguen vivos, dejando desconcertados a quienes los habían asesinado. Las reliquias de San Judas nos invitan a compartir la comida gratuitamente, a buscar al más necesitado y ponerlo en el lugar de honor. A pedir con esperanza y agradecer el favor recibido.

A los desesperanzados ante la situación nacional, a los cansados por tanto luchar, a los desilusionados, he aquí una nueva luz, capaz de vencer las tinieblas: el tesoro escondido de la religiosidad es una poderosa arma para la paz. Ha sido motivación en la independencia, inspiración en la Cristiada, tierra fértil en la Teología de la Liberación, elemento importante en el movimiento zapatista. Actualmente, sigue siendo en el país factor de unión, de consuelo y de organización que puede dirigirse hacia el trabajo en favor de la vida, de la paz, de la justicia y contra la corrupción e impunidad. En la renovación que intenta el país, la marcha por la vida del pasado 20 de octubre, con la participación de más de un millón de personas en más de cien ciudades, es la expresión verdadera de un pueblo, expresión que debe ser más tomada en cuenta que una cuestionable consulta sobre el aeropuerto de la Ciudad de México, y que muestra a un pueblo que puede hacer eso y mucho más, sea negativa que positivamente según que se le presione con leyes anti vida y anti familia, o se le considere como elemento valioso en la reconstrucción nacional.

La religiosidad popular ya ha tenido un papel preponderante en este sentido: los católicos en los 70' se comprometieron en un movimiento social y político de defensa del pueblo que tuvo repercusiones mundiales. Ahora que se amenaza al pueblo con fuerzas internas y externas, es tiempo de retomar esta dimensión social de la fe, como elemento formativo que fundamente y estructure la praxis liberadora de la Iglesia como sacramento de salvación.

Es cierto que también la religiosidad popular está contaminada de superstición e ignorancia que habrá que purificar, pero sólo ella podrá ser capaz de discernir en la historia real la presencia salvífico-liberadora de Dios y formar una comunidad fiel, con una opción neta liberadora al servicio de la vida, de la justicia y de la paz, en solidaridad real con los que sufren y son víctimas del sistema opresor, superando toda falsa e imposible pretensión de apoliticismo y neutralidad. La religiosidad popular mostrará que es posible, porque lo ha mostrado en sus manifestaciones, que puede formar una comunidad orante, realizada, pacífica y justa, que denuncia todo lo que a ella se opone; comunidad de esperanza, capaz de anunciar la salvación definitiva, estimulando el compromiso histórico, comunidad libre y liberada, capaz de ser espacio de liberación por las estructuras que lo hacen posible. ¡Qué siga creciendo y fortaleciéndose la religiosidad popular!

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