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A pie

JUAN VILLORO

Hace más de medio siglo los niños mexicanos fuimos cautivados por las estampas sobre el mundo del transporte que aparecían en los productos Bimbo y Marinela. Llenar el álbum resultaba casi imposible porque una de ellas se resistía a aparecer en Gansitos y Pingüinos: El Tameme. Esa imagen, la más "pelona", como decíamos entonces, se revistió de un aura casi mitológica. Por principio de cuentas, no sabíamos de qué vehículo se trataba. Estábamos familiarizados con aviones, submarinos y zeppelines, pero aquel nombre de resonancias prehispánicas no nos decía nada. Cuando finalmente un amigo pudo ser envidiado por poseer la esquiva estampa, nos enteramos de que se trataba de un indígena que llevaba una carga a cuestas. Tal vez porque iba a pie tardaba en llegar al álbum.

Ignoro si hubo un propósito pedagógico en convertir a aquella imagen en la más difícil de obtener; lo cierto es que nos informó de que en ciertos lugares no hay otro transporte que las piernas.

Hoy México es atravesado por migrantes cuya única locomoción son sus propias fuerzas. Algunas personas les brindan apoyo. El colectivo Las Patronas arroja comida y bolsas con agua a quienes se juegan la vida en La Bestia, riesgoso tren de la esperanza que se dirige al otro lado; sin embargo, los peregrinos de la pobreza también sufren los oprobios que Diego Quemada-Díez supo reflejar en su película La jaula de oro. Llama la atención que la actual caravana de centroamericanos sea objeto de un torrente de insultos racistas en las redes sociales, según documenta Jenaro Villamil en la revista Proceso.

En tiempos donde las conjeturas superan a las certezas, la incursión de migrantes puede ser vista como una provocación orquestada desde Washington para exigir una férrea política migratoria. En esa misma lógica, la tormenta de injurias (en su mayoría firmada con apodos y alias) estaría destinada a crear un clima de tensión y terror. Lo cierto es que más allá de la realidad virtual, en el suelo donde se levanta el polvo, miles de personas siguen el destino de los desesperados que los precedieron.

Todos somos migrantes o descendientes de ellos. A los trece años, mi abuelo materno, Juan Ruiz, supo que podía ser reclutado para el Ejército por carecer de estudios y medios de subsistencia y abandonó sus fatigas como pastor de ovejas en las montañas de los Maragatos en León, España, para embarcarse como polizón a América. En México consiguió trabajo en una tienda donde el mostrador era su oficina de día y su cama de noche. Aquel viaje no contó con más brújula que la necesidad y es idéntico al de millones de desplazados.

Una extraña paradoja ha hecho que la "amenaza" de los extraños coincida con la consulta sobre el nuevo aeropuerto. Al respecto, Emiliano Monge escribió en Twitter: "Esquizofrenia: un país cuyos dos debates nacionales más intensos son un aeropuerto de primer mundo y una caravana migrante. Desolador: la única coincidencia en ambos casos es el despojo de la tierra y la vida. Absurdo: las fronteras sólo existen para quienes no acceden al aire".

También la opinión se somete a la esquizofrenia señalada por Monge. En un país fundado por migrantes que pintaron huellas de pies en sus códices, debería ser obvio simpatizar con quienes abandonan su tierra sin meta segura; sin embargo, la xenofobia viral califica a los desposeídos como "hondunegros" y revela que la solidaridad no ha ganado consenso.

La discusión en torno al nuevo aeropuerto no es menos confusa. Una obra de esa envergadura tiene que ser evaluada por las comunidades afectadas y expertos en impacto ambiental, mecánica de suelos y aeronáutica. Abrir una consulta sobre lo que la mayoría sólo puede juzgar por feeling (nombre sentimental de la ideología) es un gesto demagógico sujeto a manipulaciones.

El desconcierto se ha vuelto contagioso. Algunas opiniones son fáciles de tener; otras, muy difíciles. Para no fallar, nos equivocamos en ambas. La tragedia ajena no es vista con elemental empatía y la compleja decisión de ubicar un aeropuerto es comentada por pasajeros que tal vez no localizarían su puerta de embarque.

Quienes dependen de sus pies atraviesan una región que Emiliano Monge bautizó en una novela: Las tierras arrasadas.

Aquel lejano álbum de la infancia brindaba una lección secreta. El transporte más pobre es el más valioso porque depende de los pies: la vida es su locomoción.

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Escrito en: editorial JUAN VILLORO

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