Siglo Nuevo

El terror como acto de fe

Cabezas que explotan, bichos viscosos y zombis

Death and the Devil surprising two women, Daniel Hopfer. Foto: MET

Death and the Devil surprising two women, Daniel Hopfer. Foto: MET

POR IVÁN HERNÁNDEZ

Si uno observa el géiser en que se convierte Johnny Deep pensando en que al cuerpo de un adulto sólo le caben 5.6 litros de sangre en promedio, esto no funciona.

El cine de terror es uno de esos géneros que o se ama o se odia. También es posible que las cintas de esta categoría, como las de cualquier otra, produzcan indiferencia, placer, mero entretenimiento, asco, desinterés, pasión, entusiasmo y así.

Hay títulos como La noche del cazador, de Charles Laughton o El bebé de Rosemary, de Roman Polansky, por no mencionar Psicosis, cuyas cualidades prodigiosas les permiten ser medidas con el rasero de los largometrajes convencionales, esos que enaltecen al séptimo arte. Son escasos pero los hay y aspiran a formar parte de las colecciones de la crítica. Fuera de esas cuantas excepciones, los filmes de terror se miden entre ellos, se comparan unos con otros, tienen sus propios festivales y canales, pocas veces siembran un recuerdo en el espectador.

A esto último contribuye que no son frecuentes los productos redondos en la industria del pánico cinematográfico: la mayoría de los títulos se van al limbo de la mano de argumentos flojos, efectos especiales desvalidos, una dirección deficiente, actuaciones de cartón y un largo etcétera.

Cada año la fidelidad del público de este tipo de cine es puesta a prueba con una nueva hornada de montajes que nos presentan a fantasmas, zombis, psicópatas, brujos, demonios, objetos malignos, amenazas de otro mundo, etcétera, que aspiran a provocar la taquicardia del espanto en el espectador.

Entre el público fiel al terror de la pantalla grande están aquellos que crecieron al amparo de los sustos provocados por filmes de serie B, proyectos de bajo presupuesto que tienen su propio Olimpo y de los que pocas veces se habla mal sin importar que hayan sido mal actuados y pésimamente dirigidos, sin importar que sus maquillajes llamen a risa o que su edición sea abominable.

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Detrás de cámaras de El bebé de Rosemary. Foto: imdb

Olvidados por muchos, han quedado como prendas valiosas en los almacenes de los anticuarios del sano ejercicio de horrorizarse. Para otros, no son sino recuerdos dormidos, prestos a despertar un día a instancias del Halloween o atizados por la enésima proyección en televisión de paga de Whismaster, un genio maléfico que posee mucho sentido común para retorcer los deseos de sus víctimas, o de Leprechaun, el duende maldito que además de asesinar a quienes roban su oro, nos ha sorprendido con algún viaje al espacio y alguna batalla de rap.

PRESTIGIO

Elaborar una lista de diez actores hoy día consagrados con los rostros que se vienen a la mente de botepronto tiene hartas probabilidades de incluir cualquiera de los siguientes nombres: Kevin Bacon, Johnny Deep o Leonardo DiCaprio.

Los inicios de estos tres están asociados a los orígenes de un par de franquicias emblemáticas del género de terror. En el caso de los primeros dos son bastante conocidas sus apariciones en Viernes 13, donde Bacon fue una de las primeras víctimas del en apariencia inmortal asesino del lago Cristal, Jason Vorhees, y Pesadilla en la calle del infierno, donde Jonnhy es convertido en un géiser de sangre artificial por cortesía de Freddy Krueger.

Menos recordado es el papel de un DiCaprio adolescente en Critters 3: se comen todo. La de los Critters fue una exitosa serie surgida en la segunda mitad de los ochentas. Estos extraterrestres peludos y redondos que pueden lanzar peligrosas espinas fueron una respuesta a Gremlins de Joe Dante.

Del lado de las franquicias triunfales podríamos agregar con facilidad Halloween, surgida de la mente de John Carpenter y Debra Hill, y La noche de los muertos vivientes de George A. Romero. Sin embargo, es mucho más simpsoniano remitirse a El regreso de los muertos vivientes, una suerte de universo alterno, con perdón de Romero, donde la diversión hace la diferencia y los zombis siguen una estricta dieta de cerebros. En estos metrajes palomeros los muertos salen de la tumba impulsados por una sustancia química llamada trioxina. Su parte inicial se estrenó en 1985 y la secuela llegó en 1988. En total son cinco las películas que hallan en la trioxina su común denominador, pero la de los noventas y las de la década pasada no conservaron el humor y sus zombis no respetan la línea cerebral de los orígenes.

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Viernes 13. Foto: ecartelera

Cabe mencionar que en éstas últimas participa Peter Coyote, a quien tal vez recuerde por encarnar a Óscar, el promiscuo escritor de Luna amarga.

Ya entrados en bajos presupuestos viene bien mencionar un doblete del británico Julian Sands: Warlock y Warlock: el Armagedón. En ambas, Sands interpreta a un brujo maestro que recibe la encomienda de reunir rompecabezas, uno que puede destruir al mundo y otro que puede abrir las puertas del infierno. La mención de Sands se hace irresistible toda vez que tiene en su haber un par de títulos del género nada desdeñables como la perturbadora y visualmente atractiva adaptación de Il fantasma dell'opera dirigida por Dario Argento y la miniserie televisiva Rose red, cuyo guión fue obra de Stephen King.

MUÑECOS MALOS

En cuanto a franquicias de larga duración, nada como unos contemporáneos de Child's play, mejor conocida por estos lares como Chucky: el muñeco diabólico, mucho menos afortunados en su paso por el celuloide. Ellos son Blade, Pinhead, Tunneler, Torch y compañía. Se trata de la pandilla de Puppet Master, una saga con 11 producciones en su haber y presencia en cuatro décadas distintas.

Conocida en español como El juguetero del diablo, cuenta la historia de Andre Toulon, un titiritero que encuentra en Egipto la fórmula para dar vida a lo inanimado, lo cual puede traducirse como burlar a la muerte o convertir a unas marionetas en desalmados asesinos.

El filme inaugural, lanzado en 1989, tenía todo para triunfar con excepción de una buena dirección, un desarrollo coherente, una edición correcta, actuaciones aceptables, un desenlace apoteósico... La lista es larga. La música desentona por su calidad. Como suele ocurrir con estas sagas, aunque en este caso entraña una mayor dificultad, se acostumbra ubicar lo más destacado, hay quien diría lo menos peor, de las marionetas de Toulon en las primeras producciones. De las opiniones de otros entusiastas se infiere que lo mejor de estos títeres se halla en algún punto entre la tercera y la quinta entrega. Los debates en torno a la valía de estos muñecos confirma que en todas las trincheras hay radicales y que ser fanático del género de terror es, en buena medida, un acto de fe.

En la línea de los artículos que trabajan para el maléfico hay uno que goza de un nutrido grupo de fieles seguidores, la máscara que desata las fuerzas del averno en el filme Dèmoni (1985) de Lamberto Bava. ¿Qué puede salir mal en una ida al cinematógrafo a ver una función especial? Generalmente nada, salvo que en el vestíbulo del complejo se haya montado una exhibición con reliquias impías y una mujer se ponga a jugar con una de las piezas (la máscara) y acabe con el rostro rasguñado por un anguloso detalle del acero infernal. Enseguida, comienza la proyección, la mujer se siente mal y va al sanitario a refrescarse. Allí se topa con la novedad de que el ligero rasguño se ha infectado y secreta pus. Lo siguiente es su transformación en un demonio de ojos rojos comprometido con las tareas de arañar a individuos sanos para esparcir el mensaje.

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Chucky, el muñeco diabólico. Foto: imdb

Este título tuvo una segunda parte que igualmente deja un grato sabor en quienes gustan de apreciar como el mal se posesiona de los personajes hasta que no quedan sino los protagonistas o al menos uno de ellos. Al inicio, una voz nos cuenta que la humanidad consiguió detener la invasión de los demonios. Luego, nos vamos a un edificio de departamentos que es donde se desarrollará la acción. Tras presentarnos a quienes lucharan por sus vidas, nos concentramos en la fiesta de cumpleaños de Sally. La anfitriona, molesta por la inminente llegada de un no invitado, se encierra en su habitación a ver la tele. En esos momentos se transmite la historia de unos chicos que curiosean entre las ruinas de un sector amurallado, el lugar donde las fuerzas del mal fueron derrotadas. Los exploradores se topan con los envirulados restos de un demonio. Desde luego, se las arreglan para despertarlo y ya en activo, el demonio tiene a bien salir de la pantalla chica y encajar sus uñas en carne cumpleañera. Ese par se dará un festín con el resto de los convidados y con los habitantes del inmueble.

Pero no sólo de objetos malditos y seres extraídos del averno vive el género, menos cuando se tienen a mano leyendas urbanas como esa de un cocodrilo que vive en el sistema de alcantarillado de la ciudad. La trama de Alligator (1980) y de la secuela que apareció 11 años después no sería la misma sin la intervención de una compañía que experimentaba con hormonas de crecimiento y manda al desagüe su investigación.

FIGURA

Nombres como Vincent Price o Bela Lugosi abarcan buena parte del imaginario instantáneo de referentes del género. Sin embargo, hubo quienes hicieron entrañables aportaciones al catálogo de terror y no están tan presentes. Uno de ellos es Tom Atkins.

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Demons. Foto: imdb

Este actor estadounidense protagonizó un clásico, The fog (La niebla), junto a otra insigne representante del club del horror, Jamie Lee Curtis. Menos recordada es su interpretación de Daniel Challis en la tercera entrega de Halloween, el primer y último intento por desligar a la franquicia de la gigantesca y psicópata sombra de Michael Myers. La historia lleva por subtítulo Temporada de bruja, pero las brujas brillan por su ausencia. Para compensar hay científicos locos, druidas, autómatas, un complot de escala mundial y máscaras que producen el milagro de convertir a niños en seres callados, aunque rastreros. Atkins hacía las veces de última resistencia antes del triunfo definitivo de los malvados.

También apareció en Maniac cop y Creepshow, pero en su filmografía brillan con luz propia las alimañas de origen extraterrestre que convertían a sus víctimas en zombis en la cinta Night of the creeps (1986), difundida en Latinoamérica como El terror llama a tu puerta. Atkins retrata con suficiencia qué es lo que se busca en un título del género. Cuando le toca proteger la casa de unas chicas que esperan a sus galanes para comenzar la fiesta sucede el siguiente diálogo: “Tengo que darles una noticia buena y otra mala. La buena es que los chicos ya están aquí”, dice Ray Cameron, su personaje. “¿Cuál es la mala?”, pregunta una de las jóvenes. “Que están muertos”, responde Ray sin sacarse el cigarrillo de la boca.

BUFFET

Los largometrajes hechos para asustar requieren del espectador algo similar a lo que el teatro reclama de sus públicos: entrar a una función y ver ese cartón gris que cuelga sobre los actores no como lo que es, un cartón, sino como una nube que sigue al protagonista, presagio del hado funesto que le persigue.

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El exorcista. Foto: alamy

Si uno observa el géiser en que se convierte Johnny Deep pensando en que al cuerpo de un adulto sólo le caben 5.6 litros de sangre en promedio, esto no funciona. Que un virus sea capaz de convertir a un extra promedio en una especia de súper zombi capaz de volar más de 40 metros, producto de una explosión, para instantes después levantarse sin un rasguño y empezar a correr como si estuviera en juego la medalla olímpica de los 200 metros subiendo escaleras no tiene ningún sentido y sin embargo, da lugar a una persecución fenomenal.

Incongruencias anatómicas, físicas, astrales, atléticas y psicodimensionales aparte, la industria del cine de terror puede presumir una de las clientelas duras más fieles y comprometidas que existen sobre la faz de la tierra a pesar de que la producción de títulos de calidad con respecto al total es considerablemente baja. No por nada muchos de sus seguidores siguen aferrados a clásicos como El exorcista o Un hombre lobo americano en Londres, favoritos en foros y blogs y clasificaciones.

Sin embargo, el espectador del cine de espantos es tan generoso que hasta las peores producciones tienen esperanzas siempre y cuando logren reunir una rara combinación de mala dirección, desarrollo incoherente, pésima edición, actuaciones mediocres, un desenlace deleznable, cosas así (que la música sea buena se les perdona). Así nacen, en este género, más que en los otros, películas de culto.

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