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El sueño deforme de Amenábar

Un título con fieles seguidores

Foto: mubis.es

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Iván Hernández

Por esas inescrutables vías ocurre que, una noche, César se queda dormido en la calle como una basura no reclamada por el servicio de limpieza y al alba siguiente es despertado por Sofía. Ella decide quedarse con él, ha superado su miedo a quedar con el Fantasma de la Ópera.

Ya han transcurrido más de dos décadas desde el estreno de este filme que vino a confirmar las buenas maneras mostradas por Alejandro Amenábar en Tesis, su ópera prima.

Para quien no conozca el argumento ni haya visto su refrito, Vanilla sky, vale decir que, al principio, César (Eduardo Noriega) lo tiene todo: es joven, apuesto, sin familia, y su base material se presume insultante por cuantiosa. Sin embargo, muy temprano en el filme lo pierde todo, y por todo hay que entender su apostura, porque el billete y la juventud, esos los conserva pero no le sirven para nada. Es un galán devenido en monstruo por gracia de un evento que tuvo a bien ensañarse con su rostro y nada más.

En su nueva condición aprende lo que la vida le depara a los seres con una acentuada deformación. No le queda sino probar el sinsabor de que la belleza esté en el ojo del que mira. Buen conocedor del mundo de las superficialidades, se autodiagnostica y el resultado es de una gravedad superlativa: César no nació para ser pobre en ningún sentido, inspirar lástima duele y el dinero no puede arreglar el problema.

Una vez que los caminos habituales ya han demostrado sus limitaciones, busca alternativas poco transitadas, cuando no experimentales. La pesadilla resultante agrega ingredientes que le hacen cuestionar la irrealidad en la que vive. Uno de los elementos más simpáticos del filme es una máscara a la que Amenábar le da juego con particular fortuna, es más, un fotograma con los dos rostros de la bestia captados a contraluz es de los momentos emblemáticos de la cinta. Es frecuente que ese momento del metraje quede tatuado con facilidad tanto en los ojos como en los oídos del espectador por cortesía de la banda española Amphetamine Discharge y su canción “Glamour”.

FELICIDAD

La vida era simple cuando la rutina se limitaba a ir de fiesta en fiesta, de cama en cama, siempre con Pelayo (Fele Martínez) como fiel escudero y sin ninguna nube negra en el horizonte de los deseos.

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Foto: mubis.es

La normalidad previa a su desgracia es que su fiesta de cumpleaños se convierta en cacería en toda regla. La bala apunta a Sofía (Penélope Cruz), linda mujer que llega al departamento de soltero acompañando a Pelayo, quien se borra de escena algo alcoholizado y muy cabreado por la gandalla conducta de su amigo.

César recluta a la amiga especial de su mejor amigo para mantener alejada a Nuria (Najwa Nimri), una de tantas conquistas y a la vez tan única en su forma de acosarlo. Se aparece en la reunión para disgusto del anfitrión, que no es partidario de repetir platillo.

La cosa con Sofía marcha excelente, tanto que César deja su fiesta para llevarla a casa. Allí descubre una forma de relacionarse que, al menos esa noche, no le viene mal, ya habrá tiempo para desnudar lo que sienten. A la salida de aquel placer inesperado, se da cuenta de que una nube negra más bien molesta lo ha seguido. Nuria ha estado esperando su oportunidad y procede a aprovecharla. Ofrece y se ofrece porque es evidente que el cumpleañero no ha tenido acción o diversión y pues, el hombre no es insensible a los encantos femeninos. Se sube al auto de Nuria y ella con la charla y con la droga y ¿qué es para ti la felicidad?, le pregunta, pero César no anda nada filosófico y se aburre. Nuria le explica que para ella la felicidad es estar ahí con él. Acto seguido, se sale del camino y ¡moles! Adiós belleza. Así queda formalmente inaugurada la trama de Abre los ojos, con el otrora atractivo joven nadando en aguas de miseria personal, con el mundo que no se atreve a verle la cara, con Sofía que prefiere guardar una sana distancia, con Pelayo convertido de un día para otro en el galán del equipo. En ese choque no sólo falleció Nuria, también el César que las ganaba todas. Cabe destacar que mientras la causante de aquel irreparable gesto entregó el equipo, el daño, el permanente al menos, de su víctima se concentró en el área localizada entre el nacimiento del cabello, el mentón y las orejas.

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Foto: El País

LA VIDA SIGUE

Pero la vida no se detiene a causa de las penurias de una persona en particular y no hace excepciones ni cuando se trata de un joven mezquino sin otro objetivo que el de reconstruir sus facciones. Del mismo modo, siempre existe la posibilidad de que, en un giro inesperado del destino, suceda algún prodigio inexplicable, que las cosas empiecen a arreglarse y ajustarse a los conceptos irrenunciables usados de continuo para describir la felicidad deseada.

Por esas inescrutables vías ocurre que, una noche, César se queda dormido en la calle como una basura no reclamada por el servicio de limpieza y al alba siguiente es despertado por Sofía. Ella decide quedarse con él, ha superado su miedo a quedar con el Fantasma de la Ópera.

Como suele ocurrir, la buena nueva no llega sola: los doctores dan con un tratamiento revolucionario que repara el daño permanente sufrido allí donde importa. Tras la cirugía exitosa sucede otro milagro. Pelayo vuelve, y no sólo eso, acepta de nueva cuenta y sin condición alguna el papel de patiño.

En casa, César vive el mejor de los sueños, el garche con la mujer deseada. Sin embargo, por alguna razón a todas luces mental, Sofía se parece cada vez más a la otra, a la causante de los momentos desgraciados, es más, no sólo se parece, habla como ella. César no entiende cómo ha podido pasar esto. La razón es mental, desde luego. Sus manos aprietan el cuello de la Nuria que ha dejado de ser Sofía o de la Sofía que se ha convertido en Nuria, quizá todo el tiempo Nuria fue Sofía. ¿Cómo tranquilizarse en estas circunstancias? No puede, no lo consigue ni siquiera cuando ella deja de moverse. ¿Asfixió a un producto de su imaginación? La policía lo pone en prisión preventiva y lo somete al ojo del loquero.

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REPARTO

Realidad, irrealidad, un poquito de tecnología, una pizca de filosofía y el modo superficial de abordar un debate tan antiguo como el de ¿acaso podemos confiar en nuestros sentidos?, forman parte de la receta de Abre los ojos. Con esos ingredientes, Amenábar cocina un largometraje divertido, ágil, poseedor de un par de momentos inquietantes y hasta estimulantes que compensan los detalles de obra temprana. Ese aprendizaje le sirvió para afinar la lira cuando tocó interpretar Mar adentro, filme con el que ganó el Óscar a Mejor Película Extranjera en 2004.

La actuación de Eduardo Noriega es todo lo correcta que puede ser, más si se considera que pasa escenas importantes del metraje detrás de la máscara. En el apartado actoral se destacan los aportes de Chete Lera, que interpreta a Antonio, psicólogo de hospital penitenciario, y Gérard Barray, con el esporádico, pero esencial, papel de Duvernois, vocero de un método revolucionario para obtener una segunda oportunidad en la vida.

De Penélope Cruz, Najwa Nimri y Fele Martinez no hay mucho por decir. Las cuitas de un chico guapo que ha perdido su cara bonita no dan mucha bola para desarrollar a los otros personajes, pero sí para deformarlos o adaptarlos a las necesidades de la historia.

En síntesis, se trata de un buen título, más cuando se comienza a observar cine y se buscan propuestas alejadas de Hollywood que tengan suficientes elementos de escuela hollywoodense como para ir adiestrando el ojo.

Las películas del Amenábar temprano, además, siembran la intriga indispensable para mantener a flote el interés. El caso específico de Abre los ojos es material de primera si el tema es descubrir los recursos que utilizan hoy día los cineastas a la hora de contar una ficción dentro de la ficción.

A más de dos décadas de distancia, el segundo largometraje de Amenábar conserva una sólida base de seguidores y genera buenos comentarios por parte de quienes recién lo descubren. De su refrito, Vanilla sky, no hablaremos en esta ocasión ni en ninguna otra y si llega a suceder será sólo porque, parafraseando el dicho popular, por su rostro muere el galán.

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