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De la democracia representativa a la democracia participativa

GERARDO JIMÉNEZ GONZÁLEZ

México es un país donde aún no se consolida la democracia, podríamos decir que el proceso de transición democrática sigue en curso, proceso que ha sido sinuoso y esto es entendible debido a que emerge de un régimen político donde el ejercicio democrático se basaba en el control político de la sociedad mediante el llamado corporativismo, al cual se le agrega la captura de las estructuras del Estado mexicano por los poderes fácticos expresados principalmente en las élites que manejan áreas importantes de la economía nacional y, sin menospreciar, el crimen organizado que opera como uno de esos poderes.

La democracia se consolida cuando hay un ejercicio pleno de ciudadanía, cuando el poder público se ciudadanice, cuando las políticas y el gasto público se orienten centralmente a satisfacer demandas ciudadanas genuinas y no se fuguen entre las cúpulas corporativas de las organizaciones políticas y sociales, o de los grupos económicos dominantes. La transición democrática continúa y se transitará a una madurez democrática cuando los ciudadanos no sólo conozcan sus derechos y obligaciones frente al Estado y la sociedad, sino que los ejerzan.

A pesar de esos factores que distorsionan la democracia mexicana, se presentan avances importantes y éstos ocurren en la elección de los gobernantes, es decir, en el ámbito de la democracia representativa; sin embargo, aún no se observan en el propio ejercicio de gobierno, en el ámbito de la democracia participativa.

Los avances en la elección de los gobernantes no significan que se hayan superado las prácticas chapuceras mediante las cuales se ascendía a los diferentes niveles del poder público, sino que éstas ya no dan los resultados que otrora garantizaban el triunfo de los gobernantes chapuceros. Un síntoma de que dichas prácticas empezaban dejar de funcionar ocurre cuando los procesos electorales son más competitivos y los resultados de éstos se obtienen por diferencias mínimas.

Los resultados que se obtienen con triunfos contundentes de los candidatos opositores también son avances en el proceso democrático, el voto mayoritario que obtienen expresa el revés que sufren los candidatos de los partidos y grupos políticos dominantes. Cuando esto ocurre los ciudadanos recuperan la confianza en la democracia como forma de gobierno y organización de la sociedad, entonces los procesos electorales adquieren la legitimidad que habían perdido y hacen posible una mayor gobernabilidad.

A nivel nacional acaba de suceder el proceso de elección del poder ejecutivo y legislativo con el contundente triunfo del partido emergente como organización política, pero que resume la participación social y política que venía ocurriendo durante décadas de diferentes movimientos de esta índole. Independientemente de quienes hayan ganado dicho proceso electoral, éste constituye un avance democrático.

En el contexto local, en el principal municipio de la región, bajo condiciones específicas distintas también sucede un resultado electoral contundente: uno de los partidos tradicionales vuelve a ocupar el poder público con suficiente legitimidad como para validarlo, lo cual también constituye un avance democrático.

Pero el avance democrático no sólo debe ocurrir en los procesos de elección de los gobernantes, también debe hacerlo en el ejercicio de gobierno para hacer posible la gobernabilidad democrática, y es ésta la que está a prueba en el momento actual. Para el caso nacional donde aún no se ejerce el poder público por el partido triunfador, la prueba de fuego que enfrentará es ejercer ese poder público con un espíritu ciudadano, demostrar que dicho triunfo no es un mero ejercicio de demagogia y retórica.

Tal reto no es gratuito si se considera que entre los triunfadores se encuentran políticos que han sido sometidos al escrutinio público con precarios resultados como sucede con dirigentes sindicales, militantes de partidos políticos que chapulinean con oportunismo y demás que se montaron al tren triunfador. Lo cierto es que de la forma en que ejerzan el gobierno dependerá el futuro inmediato de esa otra cara de la democracia mexicana, la de la democracia participativa.

Lo mismo ocurre a nivel local, donde ya se observan formas distintas y algunos resultados de ese ejercicio de gobierno, algunas que reflejan cambios y otros retrocesos que contradicen el eslogan de campaña y gobierno, si no se abre ante la sociedad pasarán al registro de gobiernos intrascendentes, del montón. No es lo mismo decir en campaña que se es democrático que demostrarlo desde el ejercicio de gobierno, la legitimidad de los gobernantes no es suficiente con ganar las elecciones, sino que requiere su demostración al gobernar.

A nivel nacional estamos ante un momento histórico donde se pondrá a prueba la complementariedad entre la democracia representativa y la democracia participativa, mientras que a nivel municipal esa transición puede constituir un ejemplo de avance democrático o, en su caso, de simulación democrática local.

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