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La rendición de los vencidos

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

Hicieron todo para perder y, según esto, ahora los priistas se preguntan por qué fueron derrotados.

Desde luego, la élite que tomó el control del partido y la administración elude la pregunta, rogando no darle respuesta porque -saben y temen- la contestación podría arrastrarlos al cadalso de los políticos rateros, cínicos o, cuando menos, negligentes o indolentes. Los integrantes de ese grupo se truenan los dedos y cierran la boca y, ni por error, defienden las reformas, las políticas y las obras que supuestamente transformarían a México. No es para menos, el escenario donde actuaron lo mancharon de sangre y al telón de fondo lo luyeron a fuerza de corrupción.

Esos priistas que hasta del partido se apropiaron hoy miran al cielo, recelosos ante la posibilidad de verse tras las rejas o condenados por propios y ajenos. No pueden escribir la visión de los vencidos porque sería flagelarse, pero sí suscribir el acta de rendición y la política de perdón, en su caso, con olvido.

En estos días, la divisa de esos hombres y mujeres del presidente Enrique Peña Nieto -incluido él y excluidos quienes gozan ya de fuero- es: ahí muere, hagan lo que quieran y déjennos ir como si nada.

***

Más allá de los méritos propios de la campaña de Andrés Manuel López Obrador, esa élite impulsó con todo y sin querer las posibilidades del Presidente electo.

Abandonaron la política de seguridad hasta romper récord en el número de muertos y desaparecidos y, en el descuido, toleraron la diversificación del crimen en la extorsión, la ordeña de ductos, el cobro de piso, el asalto a trenes, fingiendo no advertir cuanto ocurría. Ninguno de los miembros de esa élite se podría parar en un foro con víctimas y, entonces, ignoraron a los dolidos, ahondando aún más el agravio cometido. Sin el menor respeto, escondieron los cadáveres donde pudieron.

Sí que tienen esqueletos en el clóset de su indiferencia. Menudo lío el del senador Miguel Ángel Osorio Chong, tentado a resistir la política de seguridad en puerta, después de haberle subido la flama al infierno de su gestión en ese campo.

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Respetuosísimos del federalismo, el selecto grupo tricolor se hizo de la vista gorda frente a los abusos de gobernadores y colaboradores que, ahora, integran el cuadro de horror de la corrupción y, aun así, antes de irse, les procuran facilidades para borrarlos, permanecer en fuga o pasar el menor tiempo posible en la sombra.

De gran utilidad le resultó a esa élite desmantelar el aparato de procuración de justicia, poniendo al frente de ella a un velador de las tropelías y abusos cometidos por ellos mismos. De los sobornos de Odebrecht, nada. Del espionaje telefónico a activistas y periodistas, tampoco. De la estafa maestra, lo mismo. De la persecución de funcionarios involucrados en el saqueo de recursos, igual. De los derechos humanos...

De la verdad histórica, oficial o judicial de más de un asunto del interés público, hicieron el cuento de la pesquisa interminable, la integración de un expediente desechable o la fantasía de la falta de elementos.

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Confundido el poder con el tener, la idea de transformar al país se convirtió en el ejercicio de emprender reformas, desarrollar políticas y realizar obras haciendo favores, obteniendo propinas y provocando necesidades con tal de vislumbrar algún negocio.

Así, compraron fierros viejos y oxidados sacando beneficios; se dejó "secar" -así dijo el presidente Enrique Peña Nieto- la gallina de los huevos de oro, hasta desarrollar a las empresas improductivas del Estado; se abandonaron las refinerías; generaron la sobresaturación del aeropuerto de la ciudad, dejando de modernizar equipos, subutilizando Toluca y abandonando la idea del sistema aeroportuario; licitaron obras mal hechas...

La fórmula modernización con corrupción no arrojó el resultado previsto y, entonces, la transformación en varios de sus capítulos quedó manchada... indefendible.

Mejor callar, bajar los brazos, no andarle buscando tres pies al gato.

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Hoy, la derrota de la administración saliente es notoria porque, de nuevo, el socavón del Paso Exprés de Cuernavaca reaparece como el mausoleo de su gestión, el agujero adonde la impunidad y la pusilanimidad llevaron al país, "el mal rato" -parafraseando al grosero secretario Gerardo Ruiz Esparza- que infinidad de mexicanos pasaron durante el sexenio.

Ese mal paso significó uno de los muchos tropiezos de la administración y se constituyó en su símbolo: desprecio por la gente y la vida ajena, obra sin proyecto, modernización con propina, sobrecostos increíbles, sanciones sin castigo, recontratación de las empresas constructoras y, desde luego, permanencia en el puesto y cobijo del funcionario irresponsable...

A ese funcionario se lo llevó un tren inconcluso y le dieron el avión en el aeropuerto de Texcoco. Hizo del socavón, emblema del gobierno. Y del silencio, vehemente rendición de cuentas.

***

Si al inicio del sexenio, esa élite tricolor presumía estar salvando a México; al concluirlo, intenta huir de la idea de haberlo hundido.

De ahí su interés por que el priismo no ande preguntando ni reflexionando por qué fueron derrotados. El error de nombrar presidente del tricolor a Enrique Ochoa, de apropiarse de la asamblea, de destapar al precandidato no indicado y de desplegar una campaña sin dirección ni sentido es lo de menos. Lo de más fueron los errores cometidos a lo largo del sexenio que, hoy, los hacen suscribir el acta de rendición.

Sólo así se explica el silencio de esa élite. No transformaron al país. Movieron a México, pero no adonde decían.

EL SOCAVÓN GERARDO RUIZ

Ni qué decir, ahí está la postura de la Comisión Nacional de Derechos Humanos frente a la infame obra.

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