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La eterna transición

SIN LUGAR A DUDAS...

PATRICIO DE LA FUENTE
Tanta prisa tenemos por hacer, escribir y dejar oír nuestra voz en el silencio de la eternidad, que olvidamos lo único realmente importante: vivir”.

— Robert Stevenson

Celoso, indivisible, así es la condición del poder presidencial en México. A Enrique Peña Nieto se le escurre de las manos desde que la elección arrojó cierto resultado de sobra conocido. Lo que sí, Peña ya aseguró su lugar como uno de los presidentes peor evaluados en la historia reciente.

¿Habrá el tiempo de poner en perspectiva las cosas? ¿Sabrá reconocerle aciertos que sin lugar a dudas existieron? Probablemente, pero ahorita es muy pronto, los agravios, excesos y frivolidad característica del sexenio imposibilitan hacerlo. Como escribió Porfirio Díaz en su carta de despedida: quizá algún día, calmadas las pasiones. Y es que desde el triunfo apabullante de Andrés Manuel López Obrador, el todavía presidente ya no gobierna y solo se dedica a administrar la transición pactada.

Transición, cabe señalar, que a más de uno se nos hace absurda y un tanto eterna. Coincido con Porfirio Muñoz Ledo: habría que acortar los tiempos entre un sexenio y otro. Tomemos, por ejemplo, el caso de nuestros vecinos distantes del norte. En Estados Unidos el período de transición entre una administración y otra dura escasos dos meses. Las elecciones se celebran en noviembre y la toma de posesión ocurre, siempre, el 20 de enero.

Se desgasta Peña Nieto al verse reducido a su mínima expresión, postrado al vaivén y caprichos de los que vienen. Se desgasta también Andrés Manuel al exponerse así, nos desgastamos todos al unísono. Vamos, hasta en los detractores del presidente electo existe una especie de urgencia por adelantar el reloj hasta el primero de diciembre.

El presidente flota de muertito, dispersa la atención en todo y en nada. Salvo la firma del nuevo TLCAN o como demonios se vaya a llamar ahora, hay muy poco que anunciar, aplaudir o que de plano nos saque del sopor e ingravidez de tiempos presentes. Hasta las ganas de criticarlo escasean ya.

Quizá sintiendo que pocos son los que aquilatan la magnitud de su compromiso con el país y con su historia, Peña Nieto se extravía en su laberinto personal, infranqueable y desconocido. Así lo ha expresado: “enfrentamos resistencias de grupos de interés muy poderosos”, justifica en lo que Miguel Alemán Velasco definió como el síndrome del Premio Nobel y que según él, padecen todos los presidentes. “México y los mexicanos no han sabido apreciarme, pero el mundo sabrá reconocer mis méritos”.

La familia presidencial no ocupa las primeras planas, su presencia es meramente testimonial, reducida a los espacios de la prensa rosa y los trascendidos. Que si se divorcia la pareja, que si siguen o no viviendo juntos, que si Don Enrique vivirá el primer año en un dorado exilio español o regresa al terruño mexiquense.

Herido de muerte el Revolucionario Institucional, casi nadie se quiere aventar ese trompo a la uña. En tanto, el grupo compacto del mandatario busca, a como de lugar, huir del barco en hundimiento. Luis Videgaray, Rasputín tras del trono y vicepresidente de facto, ya anunció que abandona la política como si ello obedeciera a su propia voluntad. Vamos, es claro que no le queda de otra porque en efecto, las circunstancias obligan a bajar el perfil. Lo mismo ocurre con muchos que se decían incondicionales de Peña Nieto: se han vuelto radioactivos o están políticamente muertos ya.

Sí, claro que hubo negociación y acuerdos no escritos con el gobierno entrante, y quien no lo vea de plano vive en Disneylandia. Desgraciadamente, también para muchos habrá impunidad, fuero, escape por la puerta trasera y entrada al basurero de la historia porque nunca, en seis años, entendieron que no entendían. Por esa y otras razones van de salida y resulta improbable que la marca –el PRI- regrese en mucho tiempo. Tardarían, afirman los que saben, cuando menos tres sexenios.

El capital político del nuevo presidente y su Gobierno es enorme, grandísimas también las expectativas. Se prometió en demasía durante la campaña, sin embargo, no todo se podrá cumplir y más vale que nos acostumbremos. Ser oposición tiene un cierto grado de dificultad pero otra cosa muy distinta es convertirse en gobierno. Aún no ha empezado la Cuarta Transformación y ya sufre un cierto desgaste natural debido a la sobreexposición mediática y a la longitud de la transición. Ha habido que recular, meter a varios personajes en cintura y bajar el tono de las promesas. No todas, dijo ya el propio presidente electo, podrán llevarse a la práctica.

Sí, la transición es demasiado prolongada. Pasamos de la expectativa al letargo en muy poco tiempo. Úrgenos diciembre para así darle vuelta a la página y cerrar el capítulo de ingravidez entre los que ya se van y los que llegan.

Twitter: @patoloquasto

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