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PORTERO

ALEJANDRO TOVAR

Carlos Acevedo López tiene cara de niño. Es delgado y espigado como cura párroco recién salido del seminario. Tiene la mirada de ingenuo, como la de fotógrafo, de esos que parece que ven lo que está enfrente, sin darse cuenta de que posee ojos de extraña vivacidad, que alcanzan más allá de lo que abarca la belleza del paisaje y reconoce pronto si vienen los fantasmas.

Los porteros viven como aislados en un mundo especial, son artistas cuya identidad creativa gana fuerza en el destierro, porque en el desarraigo encuentran su voz y encuentran en el tiempo la transformación y el destino, al que miran de frente cada vez que la pelota les rebasa. Son como jinetes en el cielo, como acróbatas que se visten de colores fuertes y van al show del paredón.

Esas viejas fotografías que abren la puerta del pasado, nos muestran de pronto, a Jaime Gómez, el arquero del campeonísimo Guadalajara que solía repetir su ropa de juego si se ligaban victorias, él prefería gris, azul, blanco. Chivas vino a México ¿1962? para enfrentar una noche a Necaxa. Estaba invicto y sin gol recibido. Tubo Gómez se vistió de negro con medias en blanco. . .¡sin rodilleras¡, como acostumbraba. Le hicieron cuatro aquellos caballos irregulares que salieron como demonios. Ahí van, son Baeza, Evaristo, Noriega, Chato Ortíz y Peniche.

Es el tiempo, la transformación y la muerte. Después de Jaime llegaron Nacho Calderón y Coco Rodríguez. Ignacio fue dueño del arco nacional desde que se fue Carbajal y se alternaba con Gilberto en Chivas. Coco casi siempre de azul o rojo, en cambio el otro parecía ser modelo de Chanel por los colores que llevaba encima, prefiriendo el azul celeste con blanco. Qué estampa.

Marín prefirió un sueter a rayas, Florentino en Toluca era discreto, Ataúlfo era sencillo pero Miranda en León se vestía de rosa, con pantaloncillo blanco. Ahora los atuendos son simples, ya no existe aquel gusto distinguido por ser vistosos y de alguna manera eso se resiente en la memoria de los viejos que siempre admiraron el detalle especial de quienes establecían con su estética un estilo que instituyeron los viejos arqueros ingleses e hispanos, como Ramallets.

Acevedo da el tipo con todos aquellos, es como si estuviera marcado en blanco y negro, porque da el tono, con sus vuelos de acróbata experto y su hielo cuando los leones acechan su arco. En esta era del selfie, no parece inquietarse mucho por la vestimenta, pues solo se acepta cual es como hombre libre que salió dos veces de Santos y al tercer regreso se registró para siempre.

El tal vez no lo sepa a sus nuevos 22 y está convencido ahora de que el futbol también puede ser una prisión, como igual va conociendo que el silencio del envidioso está lleno de ruidos pero Carlitos el niño del circo TSM, el de la mirada penetrante, encapsula el presente con sus manos. Es habitante de un mundo extraño, el de los arqueros, ese donde existe la búsqueda de lo perpetuo.

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