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¿Nosotros los buenos?

Con/sinsentido

MIGUEL FRANCISCO CRESPO ALVARADO

La crisis institucional no es una responsabilidad exclusiva de las autoridades, también los ciudadanos contribuimos con nuestros actos a debilitarlas. Cada vez que nos tomamos un permiso que no deberíamos otorgarnos -como conducir un automóvil sin la debida licencia o sacar la basura en días que no se presta el servicio- le restamos fuerza al diseño institucional, aunque suponemos que nuestros pequeños actos individuales son insignificantes.

Que las personas más visibles, como los políticos, incurran en prácticas que violentan el orden institucional ayuda, por supuesto, a fomentar ese tipo de comportamientos entre la sociedad. Pero nada es más efectivo para su difusión que la impunidad, sobre todo, cuando ésta queda visible para las mayorías. Por eso el caso de Javier Duarte me resulta tan molesto. Porque, para colmo, fue mediatizado por el gobierno Federal cuando le convenía crear la impresión de que estaba yendo contra los corruptos. Algo similar a lo que se hizo con Elba Esther Gordillo, ahora nuevamente empoderada.

Luego de escandalizar a los mexicanos con los cuentos sobre la riqueza mal habida de Duarte y con los mantras sobre lo meritorio de su opulencia de Karime, su esposa, hoy le enseñan a ese mismo público que nada importa más en esta vida que estar cerca del poder. Que su castigo por todo el daño que ocasionó a su estado serán el equivalente a una "palmadita en la mano" acompañada de un "no lo vuelva a hacer".

No debemos extrañarnos que el ejemplo cunda, como seguramente sucedió con la Casa Blanca, la Línea 12 del metro, la Estela de Luz o cualquiera de los otros casos de corrupción e impunidad. Y, sin embargo, no debería servir de excusa para los ciudadanos conscientes. Lo que quiero decir es que tendríamos que asumir una verdadera vocación de apego a la institucionalidad y no sólo para marcar diferencia entre "los ciudadanos" y "los políticos"; sino porque éstos no surgen de otro lugar que no sea la sociedad misma.

El potencial para disponer indebidamente de lo público lo tenemos todos, sólo que unos cuantos alcanzan los cargos que les permiten efectuar esa potencia. Y, al parecer, son muchos menos los que resisten a la tentación. No obstante, encarar el combate a la corrupción haciendo la falsa separación entre "nosotros los buenos" y "ellos los malos", conduce generalmente al fracaso porque aquí todo el mundo es bueno, hasta que tiene la ocasión de dejar de serlo desde el poder.

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