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La tercera es la...

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

Una y otra y otra vez, a lo largo de este siglo, el país ha ensayado labrar una historia distinta a la que, sexenio tras sexenio, le depara el grupo gobernante en turno.

En las dos ocasiones anteriores, el ensayo resultó en un fiasco que, en la frustración, alimentó el hartazgo social. Ahora, el país está ante la oportunidad de intentarlo de nuevo en el marco de la legalidad y la civilidad. Fallar esta vez no sumaría una derrota más al récord de fracasos, implicaría el hundimiento nacional.

Perder el tiempo en exacerbar los desacuerdos, animar las escaramuzas o llevar al extremo las posturas puede borrar la oportunidad, precipitar el desencuentro nacional y, más tarde, tentar la fractura. Más vale ahondar en el debate -sin, por ello, renunciar a las diferencias y la pluralidad-, explorar con apertura cómo ajustar el modelo económico y el régimen político sin echar mano de la dinamita y convenir arreglos digeribles y aceptables.

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A excepción de la administración de Felipe Calderón, que desde y por su origen nunca supuso una esperanza sino lo contrario, las alternancias protagonizadas por Vicente Fox, Enrique Peña Nieto y, en breve, por Andrés Manuel López Obrador alentaron la idea de no cejar en el empeño de desplegar y ondear la bandera -valga el galicismo- de la libertad, la igualdad y la fraternidad.

Sin profundizar en los motivos, ese anhelo no cristalizó con Vicente Fox ni con Enrique Peña Nieto. Lejos de ello, el cierre de su respectiva gestión tuvo y tiene por sello el de la confrontación o el fracaso, cada vez más próximo al fastidio inaguantable, a la ira.

Hoy, en la figura de Andrés Manuel López Obrador, amplios sectores de la sociedad cifran una vez más la posibilidad de realizar aquel anhelo. Fallar esta vez sería terrible. El espectro del abanico político quedaría agotado y desvertebrado, la frustración social -encuadrada en la violencia dominante- quién sabe qué tinte y carácter adquiriría y, en esa circunstancia, la tercera sería la vencida... la derrota nacional.

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El peso de la responsabilidad del Presidente electo es superior al de sus antecesores.

A diferencia de ellos, López Obrador recibió de los votantes el paquete del poder casi completo, pero sin contar con el elenco de especialistas y operadores necesarios en los muchos y muy distintos ámbitos donde la administración y el gobierno exigen ajustes. Sin embargo, el peso de la responsabilidad no sólo es de él, lo comparten los actores formales e informales de poder que, aun desde la oposición y la resistencia, están obligados con el país.

Por eso la urgencia y la importancia de moderar el anuncio de acciones extremistas y reacciones semejantes que, en la desmesura y la estridencia, tensan las cuerdas vocales, cierran la garganta, nublan la vista y provocan dolor de cabeza. En esa condición se dificulta la construcción de un lenguaje común, base de un entendimiento mínimo que conjure las tentaciones revanchistas, polarizantes y, llevadas al límite, rupturistas.

Fracaso, esta vez, significaría hundimiento. Más vale bajarle el tono de uno y otro lado, sobre todo, cuando la gestión ni siquiera ha empezado. Urge debatir en serio y a fondo lo importante. Sobra armar escándalos a partir de artificios, engaños, banalidades, o bien, resistir absurdamente decisiones que derivan de la naturaleza y el sentido del poder otorgado a la fuerza designada para ejercerlo. Es un contrasentido aceptar sin reconocer el mandato conferido.

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La situación del país es complicada en extremo.

Sea en el ámbito del comercio, la seguridad, la energía, las finanzas, la economía, la justicia, la política, la igualdad, el crimen... esa realidad demanda ajustes radicales y acciones rápidas que, por la fragilidad prevaleciente, es preciso realizar con cuidado... Sí, pero el estudio, el cálculo, el cuidado y la ejecución de esos ajustes y acciones no deben -como muchas otras veces- transformarse en la socorrida práctica de graduarlos o postergarlos, al punto de anularlos.

Curiosamente, frente a la talla de esos ajustes, las posturas tienden a correrse a los extremos.

De un lado están quienes proponen partir de cero como si nada de lo hecho fuera atinado o rescatable; de otro lado, quienes fingen aceptar el cambio y ofrecen aportar cuanto cosmético y maquillaje sea necesario, o bien, presionan -a modo de consejo desinteresado- continuar y avanzar por donde el país corre, sin importar si la ruta es la correcta ni advertir la trampa en que, por sí mismo, cayó el neoliberalismo.

Hay dogmas de uno y otro lado. Unos califican de sabio al pueblo, otros de ignorante.

Además, están quienes en el ánimo de boicotear los ajustes y debilitar de antemano la autoridad para realizarlos, pretextan advertir síntomas totalitarios, incluso, en acuerdos avalados por sus propios emisarios: ahí está el esparadrapo de los panistas en el Senado, al confundir el rollo parlamentario con la libertad de expresión.

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Animar, de uno y otro lado, discusiones estériles, perder tiempo en ellas y fomentar pasiones puede acabar por vulnerar la tercera oportunidad que el país tiene para reponer el horizonte y remontar los errores donde una y otra vez ha caído para levantarse de nuevo... y recaer. Sufrir una recaída esta vez, después de haber recorrido y agotado el espectro de las opciones políticas y viviendo una violencia rayana en la barbarie, podría suponer ya no levantarse.

La tercera no sería la vencida, sería el hundimiento.

El socavón Gerardo Ruiz

Ahora el secretario teme que si no se lo tragó el socavón del Paso Exprés de Cuernavaca, se lo lleve el tren a Toluca o le den el avión en Texcoco. Eso sí, le asiste la razón al decir que él no es responsable.

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