En prisión con 23 escritores
Vivimos tiempos criminales, señaló Federico Campbell en La Era De La Criminalidad, volumen de casi seiscientas páginas que recopila todos sus ensayos alrededor de dos temas: crimen y poder. Me contaba alguna vez el maestro que el concepto se le había ocurrido durante un viaje a Sicilia, en una conversación con el célebre Leonardo Sciascia. En aquella charla el novelista italiano le explicó a Campbell lo que entendía por "sicilianización del mundo": una pérdida progresiva del valor de las ideas, ante el surgimiento arrollador de los intereses particulares. El remate de la idea, en boca del pensador siciliano, es una máxima que cobra cada vez más vigencia: "Ya no se gobierna en función del bien común, sino a favor de ciertos grupos".
Lo anterior viene a cuento porque a inicios de este mes, entre el día 6 y el día 9, se realizó en San Luis Potosí el tercer Festival Internacional de Novela Negra Huellas del Crimen, organizado en conjunto la Secretaría de Cultura del Gobierno federal y el Gobierno de ese estado.
Huellas del Crimen 3 contó con 23 escritores, cuatro conferencias magistrales, seis disertaciones psicológicas, cuatro talleres y un ciclo de cine noir, entre otras actividades. El alto voltaje de esta edición deja en claro que se trata de un festival que llegó para quedarse: con participantes como Claudia Piñeiro, John Conolly, John Ajvide Lindqvist, Evelio Rosero, Rosa Ribas, Carlos Salem, Juan Sebastián Gaviria y Álvaro Bisama (entre los extranjeros) e Imanol Caneyada, Roberto Coria, Daniela Tarazona, Iván Farías, Martín López Brie, Jesús Ramírez-Bermúdez, Antonio Malpica y Sol Ceh Moo (entre los compatriotas), los cuatro días de actividades estuvieron llenos de reflexión y debate en torno al crimen, por supuesto, pero también al acto creativo y en especial la literatura como contraveneno frente al empobrecimiento de las ideas.
El escenario de las actividades no pudo ser mejor: el edificio, construido entre 1884 y 1904, fue utilizado durante casi un siglo como penitenciaría. Se dice que allí estuvo preso Francisco I. Madero, y también que se fugó de allí. No me extrañaría. De hecho, recuerdo haber deambulado una noche por el sitio en compañía de Evelio Rosero, Carlos Salem y Juan Sebastián Gaviria. A oscuras, en busca de la salida entre altos muros y fosos anegados de lluvia, lo más natural hubiese sido que se nos apareciera algún ánima en pena.
Vaya pues, desde esta trinchera, una sincera felicitación para Marina Bespalova, titular de la Dirección General de Publicaciones de la Secretaría de Cultura Federal, y para todo su equipo. También para el personal de la Secretaría de Cultura de San Luis Potosí, y para Geney Beltrán, Coordinador Nacional de Literatura del Instituto Nacional de Bellas Artes, quien también estuvo involucrado en este afortunado complot. Habrá que esperar subsecuentes ediciones, pues en las tres veces en que se ha llevado a cabo, Huellas del Crimen ha analizado el origen y las consecuencias de la violencia en la sociedad contemporánea, al mismo tiempo que ha hurgado en busca de los vínculos existentes entre el crimen y el poder. En esta ocasión la identidad gráfica del festival estuvo inspirada en las pruebas del Test de Rorschach, aquella célebre prueba que consiste en presentar a un individuo una serie de diez láminas con manchas de tinta simétricas, con el fin de evaluar su personalidad.
En un país en donde resulta posible que un Gobierno estatal oculte a la vista de todos más de cuatrocientos cadáveres sin identificar, como acaba de ocurrir en Jalisco, o que existan amplias zonas serranas en donde el estado no tiene presencia, como sucede en Guerrero desde hace tiempo, un festival como Huellas del Crimen no sólo debe seguir existiendo en un punto: se trata de un modelo que debiera replicarse en muchas ciudades del país.
Twitter: @vicente_alfonso
