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Encrucijada

RAÚL MUÑOZ DE LEÓN

En toda reunión de carácter familiar, o simplemente en encuentro de amigos, por informal o improvisada que sea, dése esto en el hogar, en la oficina o en el restaurant-bar, si se abordan cuestiones de tipo político, la pasión enciende a los mexicanos, y en algunos temas habrá diferencias, pero en otros alcanzaremos de manera relativamente fácil coincidencias que hará propicia la conversación y el diálogo. Debatimos y defendemos nuestro punto de vista de manera acalorada y no cejamos en nuestra postura.

A pesar de sus muchos defectos y de los múltiples errores en que ha incurrido, podremos estar de acuerdo en que el sistema político mexicano, durante siete décadas, propició el crecimiento y el desarrollo, favoreció la trasmisión del poder en forma pacífica y sirvió de ejemplo a seguir para muchos países del mundo, incluso de los más desarrollados y prósperos.

Examinemos la cuestión: En la historia de las instituciones políticas, a partir de 1917 el Estado Mexicano hizo su aportación para crear un sistema político que durante décadas fue admirado por muchos, incluso receta para otros países latinoamericanos. Un Estado que superó el dilema histórico entre estabilidad política y trasmisión pacífica del poder, al mismo tiempo que desarrollaba una amplia flexibilidad debido a su naturaleza inclusiva de las fuerzas sociales que iba creando, por la vía de la modernización del país.

Para lograr esto tuvo la colaboración de un partido que pretendía representar al "todo social", de lo cual derivó su carácter hegemónico. Pero ni siquiera en las etapas de mayor predominio de este Partido de Estado, se rechazó la posibilidad del pluralismo, ni tampoco supo México de suspender o diferir una elección, fuera ésta local o nacional. Es más, alentó el pluralismo, a veces de manera artificial, hay que decirlo, como fue el caso de los llamados partidos políticos pequeños para aperturar la presencia de minorías que en otros países democráticos apenas son tomados en cuenta.

El diseño de este sistema hizo posible, por primera vez en la historia nacional, un Estado fuerte comprometido al mismo tiempo con la modernización. Bajo circunstancias iniciales penosas, este Estado introdujo cambios de tal naturaleza en la realidad física y en la conciencia de los habitantes que, sutilmente al principio, pero después con mayor evidencia y alcance, erosionaron la base social en que se apoyó el diseño original.

Entre 1938, cuando don Lázaro sectoriza el Partido, y 1988, cuando el diseño comienza a dar muestras de ineficacia operativa frente a la nueva realidad social, (elección de Salinas en que se cae el sistema), transcurren cincuenta años de ininterrumpida modernización, en todos los campos y de diversa índole. Aquél era un partido sectorizado, éste un partido corporativo; período de una profunda crisis económica, extrañándose no que se diera, sino que no se hubiera previsto, pues desde dos décadas anteriores, era sintomático el acontecer social: movimiento estudiantil de 1968.

Sea como haya sido, lo que conviene resaltar en este Enfoque es que fue posible establecer un Estado eficaz y capaz de solventar los conflictos que creó la modernización del país; lo cual representa una Encrucijada: mantener el equilibrio entre los actores políticos y sociales, y propiciar la estabilidad y el crecimiento durante siete decenios, por lo menos.

El diseño del partido del que se valió el sistema era algo más importante: una organización que si bien no representaba a toda la sociedad, sí pretendía hacerlo. Y tenía en consecuencia un efecto claro como frente que buscaba aglutinar todas las tendencias políticas. Ese frente se agotó, abriendo una serie de perspectivas alternativas de futuro político, antes impensadas, este es el síntoma más claro del inicio de la configuración del nuevo Estado mexicano, situación que ha significado reconocer la necesidad de ajustar las reglas de competencia política para igualar a los contendientes.

Ante el peso de las circunstancias, se impuso el cambio del partido, la pieza más importante de lo que los politólogos llaman sistema político mexicano. La forma de integración del partido, los sectores que correspondían a las añejas y obsoletas formas asociativas de la sociedad mexicana, si se quiere pre- modernas, en las cuales el concepto de ciudadano y de individuo encontró fuertes resistencias para su implantación; así, el sistema entró definitivamente en crisis desde fines de los ochenta. Los intentos por adecuarlo a la realidad actual, mediante la distribución geográfica, es la más clara expresión de la pérdida de su hegemonía, la distribución del voto sectorial y el inicio pleno de la competitividad electoral.

Superado el modelo estatista de crecimiento se puso en marcha un nuevo modelo para avenir el libre mercado con la vocación social del Estado mexicano, que supone adelgazarlo y redefinir sus compromisos y relaciones con la sociedad. El nuevo modelo, al que se ha llamado de liberalismo social, se echó a andar con la idea de continuar con la modernización y el crecimiento del país aunque por medios diferentes, pero sin dejar de lado la atención de rezagos y desigualdades sociales.

En la medida en que el nuevo modelo ha significado la reducción de las dimensiones del Estado mexicano, contradiciendo las justificaciones ideológicas que habían legitimado su quehacer por decenios, puede afirmarse que la reforma estructural de la economía ha repercutido con amplitud en el ámbito político, situación que propicia pensar en la posibilidad de configurar un tercer Estado; de tal manera que también puede hablarse de una reforma estructural política más lenta que la económica y que aún no termina.

Puede suponerse, si no prevalecen actitudes maximistas en el gobierno que está por entrar, y si no se da la ruptura de algunos actores políticos, que la serie de procesos así desatados conduzcan a un momento de acomodos y arreglos negociados, a una democracia más amplia que sustituya a la limitada democracia funcional anterior y supere los límites a la participación social, tan evidenciados desde los ochenta.

La encrucijada es, ¿estamos o no en vísperas de una ampliación en la participación de tal naturaleza que conduzca a un sistema político más democrático?; ¿están en aptitud los principales actores políticos para lograrlo? Porque una cosa son las propuestas de campaña para atraer votos y ganar la elección, y otra muy distinta, son las acciones de gobierno que integran el quehacer político del Estado; una cosa es el surgimiento de un electorado más consciente e informado que cataliza las tendencias sociales a la participación, presentes hace tiempo en la sociedad. Otra muy diferente es la capacidad de los actores políticos principales, los partidos y sus dirigentes, para entender esa realidad y conducirla adecuadamente.

De inicio, una respuesta a estas cuestiones se halla en los esquemas temáticos que hoy se debaten en el país. El tema central es el de la democracia que, en el caso de México, necesita de un deslinde previo: la cuestión de la democracia, ante todo, ha sido y sigue siendo de manera predominante una preocupación de las élites políticas, más que objeto de una amplia demanda popular, porque salvo excepciones de tipo local, no se han visto movilizaciones a nivel nacional para exigir respeto al voto.

Tener presente esta circunstancia pone bastante claridad al panorama de la discusión del tema democrático en México, pues se trata de los actores políticos principales, y sólo los actores políticos, poniéndose de acuerdo sobre las reglas de juego, y de intelectuales e ideólogos discutiendo transiciones a la democracia y sus alcances. Se trata, sin embargo, de un debate novedoso, trascendente en la medida que impacta la legislación electoral, e incorpora expresiones académicas de corrientes políticas extranjeras.

Clara evidencia del carácter distinto de este debate, está en el hecho de que el sistema de partidos ha cambiado notablemente relativamente en pocos años. Antes, ese sistema de partidos estaba compuesto por un partido dominante y varios pequeños, un pluripartidismo desequilibrado evidentemente, ahora despunta en el horizonte un tri o tetrapartidismo, de acuerdo con los resultados de las elecciones, acelerándose la tendencia a la desaparición de pequeños partidos.

Las secuelas de las crisis económicas repercutieron en el ámbito político-partidista, configurando una organización fuerte de tendencia populista que arrasó en las elecciones; a sus flancos dos agrupaciones, una de derecha, otra de izquierda aparente; en cuarto lugar, la organización política que participó en el diseño del Estado mexicano.

El debate sobre la suerte del modelo estatista alentó una fractura en el partido que al unirse con la vieja guardia comunista conformó una opción en su flanco izquierdo, la afluencia de empresarios y un aumento sobre todo en los votantes jóvenes, vigorizaron la opción siempre presente en su flanco derecho.

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