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LA IGLESIA, DON DEL PADRE A LA HUMANIDAD

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La Iglesia se está moviendo, tanto a nivel mundial, continental, nacional y local. Durante sus 2000 años de vida, ha tenido un papel en la historia de la humanidad, de la nación y de nuestra región. Como servidora del hombre, a imitación de su fundador, ha iluminado la vida como la realidad radical del hombre con el mensaje cristiano. La fuerza del cristianismo está precisamente en su capacidad de poner el Yo delante de Dios y ofrecer al hombre la posibilidad de superar la amargura del finito y del terrestre.

Juan Pablo II nos recordaba el compromiso primordial que tiene la Iglesia de llevar el gozoso anuncia del Evangelio: "La Iglesia, don del Padre a la humanidad y prolongación de la misión del Hijo, sabe que existe para llevar, hasta los confines de la tierra, la gozosa novedad del Evangelio" (Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 1995). Compete pues a los cristianos dar gozoso testimonio de la buena nueva a los que están cerca y a los que están lejos, poniendo a su disposición energías, medios e incluso la vida.

En el pasado, era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas. Hay una necesidad de redescubrir los contenidos de la fe cristiana, ante la contaminación cognitiva, el analfabetismo religioso y el sincretismo de esta época globalizada. Los obispos de México dicen que la crisis de violencia que estamos padeciendo es consecuencia de una problemática muy amplia y complicada: una cultura consumista y materialista, un desprecio por la vida y un ambiente negativo caracterizado por la búsqueda de modelos equivocados, metas y aspiraciones intrascendentes, corrupción de costumbres e instituciones, leyes distorsionadas y una ideología neoliberal que promueve la competencia y el lucro; pero todo ello puede resumirse en una pérdida del sentido de Dios.

Los resultados de análisis eclesiales han manifestado la urgente necesidad de revitalizar la fe, poniendo en evidencia las principales deficiencias de la práctica de la religiosidad. Es necesario que cada uno sienta con fuerza la exigencia de conocer y transmitir mejor a las generaciones futuras la fe de siempre.

Juan XXIII, en el discurso de apertura del concilio Vaticano II, decía: "Es necesario que, respondiendo a la viva esperanza de todos aquellos que aman la religión cristiana, católica y apostólica, la doctrina sea más amplia y profundamente conocida, y que la gente sea más plenamente impregnada y formada; es necesario que esta doctrina cierta e inmutable, que debemos seguir fielmente, sea explorada y expuesta ante la luz que demanda nuestra época".

No se trata de repetir fórmulas que se elaboraron en contextos precisos, es necesario poder ponernos a trabajar en la búsqueda de la verdad, resumiendo en forma responsable la tradición de la enseñanza social de la Iglesia en una confrontación con los análisis de los fenómenos sociales y de evolución del mundo. Si los cristianos son mejores cristianos, el mundo será un mejor mundo. Es una invitación al diálogo y al trabajo en un clima de respeto y de libertad. No se trata de replegarse sobre sí mismos en un desinterés por las cuestiones de nuestros contemporáneos, o a la reducción a una simple relectura religiosa de las situaciones y acontecimientos; tampoco querer imponerse a la sociedad, en una confrontación de fuerzas sin diálogo. Se trata más bien de hacer que la Iglesia aporte su plena contribución a la solución de los grandes problemas teóricos y prácticos en una sociedad marcada por una crisis económica, financiera, social y moral, que hay que manejar en un entorno globalizado. En su encíclica Sollicitudo rei sociales n. 41, Juan Pablo II declaraba: "La Iglesia no propone sistemas o programas económicos y políticos; ella no quiere enunciar una 'ideología' más. Pero tiene una 'palabra que decir' sobre la naturaleza, las condiciones, las exigencias y los fines del desarrollo auténtico y también sobre los obstáculos que puede haber. La Iglesia quiere contribuir, servir y promover el proyecto de Dios sobre la humanidad. Ella es llamada a abrir perspectivas hacia una "mundialización de la solidaridad" (Juan Pablo II), una "ecología humana" (Francisco) y hacia la unidad de la familia humana.

Si los cristianos nos hacemos mejores cristianos, el mundo lo agradecerá, aún los no cristianos que aman al mundo. Seremos desde nuestra actitud de servicio, una fuerza revitalizadora de la humanidad. Para ello necesitamos dejar atrás lo que no nos hace verdaderamente cristianos: engaños y disfraces de cristianismo, medias tintas y falta de compromiso, fanatismos y falsos cristianismos que proyectan caricaturescas imágenes de Cristo y del Padre Celestial.

Que los frutos de la fe hagan que la humanidad se pueda gozar con la frescura de un cristianismo renovado y auténtico, que sean el alma de la humanidad, que inspire, atraiga, ilumine, dé sentido y alegría a este mundo enfermo.

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