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AMLO y la tentación de 'hacer historia'

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

Para un político o grupo con cierto grado de conocimiento del pasado resulta muy tentadora la aspiración de "hacer historia". Asumir que sus acciones van a cambiar radicalmente el rumbo de un Estado nacional o subnacional, o de una ciudad. Creer que el movimiento que encabeza forma parte del devenir histórico y que recoge la herencia de las grandes gestas transformadoras del pasado, como si todo se conjugara para que así fuera, y que no puede ser de otra manera. Es como una especie de providencialismo, en el que la historia tiene un fin reconocible que se puede prever y en donde se conjuga el misticismo con la acción revolucionaria o reformadora. Hay muchos ejemplos en el mundo y en el país de este tipo de planteamientos, pero hoy en México el representante más importante de esta visión es Andrés Manuel López Obrador, tal vez la figura política de mayor relevancia de los últimos 30 años.

El partido que lidera se llama Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), en alusión al periódico de línea anarquista Regeneración, fundado por los hermanos Flores Magón, quienes sembraron la semilla de la rebelión en la última década del Porfiriato. El presidente electo ha dicho que su gobierno, que iniciará el 1 de diciembre próximo, significa la "Cuarta Transformación" de México, partiendo de que las primeras tres fueron la Independencia, la Reforma y la Revolución, todas vistas desde un cristal cuasi mitológico que deja de lado los matices y las contradicciones de dichos acontecimientos históricos. Incluso, dentro de su equipo y entre sus seguidores hay quienes ven en el baño de sangre que experimenta el país desde el gobierno del panista Felipe Calderón Hinojosa y que se ha agravado en el del priista Enrique Peña Nieto, el producto de la reacción del statu quo (lo que AMLO llama el PRIAN y la oligarquía que lo soportaba), como en su momento ocurrió con los tres procesos anteriores. Dentro de esta lógica no debe extrañar que López Obrador hable de aplicar una "amnistía" para pacificar al país, como si se tratara del fin de un ciclo revolucionario o de guerra civil.

López Obrador, a quien nadie le puede negar su astucia, tenacidad y olfato político, parece convencido de que existe un poder transformador en la mística de su liderazgo. Ha dicho en numerosas ocasiones que su ejemplo de honestidad, puesta a prueba muchas veces como el político más escrutado de los últimos años que es, terminará por permear a toda la estructura del Estado mexicano. Ha asegurado, por ejemplo, que si el presidente no roba, tampoco robarán los gobernadores. Ha hablado también de profesar el amor al prójimo y a la patria para alcanzar la justicia y la felicidad. Pero también ha asegurado que va a terminar con la mafia del poder y a frenar a quienes han saqueado al país, que va a combatir con locura la corrupción hasta acabar con ella. Todas estas palabras encontraron, como semillas, tierra fértil en un amplio sector de un electorado harto de la violencia y las corruptelas, sobre todo de los últimos dos sexenios. AMLO ganó por su perseverancia y tenacidad; por saber construir un discurso extremadamente simple y -quizá por eso- muy efectivo, y por medir atinadamente y conocer de cerca el pulso de ese electorado. Difícil encontrar otro político que haya recorrido tan bien todo el territorio nacional.

Las intenciones de López Obrador podrán ser muy buenas, pero sucumbir a la tentación del providencialismo, entregarse a la aspiración de "hacer historia", abriga riesgos muy altos. Uno de ellos es que se termine cayendo en la lógica nociva de que el fin justifica los medios. No importa qué se tenga que hacer para concretar el objetivo de desarrollar esa "Cuarta Transformación", hay que hacerlo. En esa lógica, el movimiento de Andrés Manuel ha aceptado en sus filas a personajes otrora impresentables para la izquierda, sólo por citar un caso. Incluso lo ha hecho a pesar de su discurso -como el pronunciado la noche del triunfo el 1 de julio- que recoge la historia de lucha de los movimientos izquierdistas en México. Todos caben en Morena, ha dicho AMLO, salvo unos cuantos con los que, dice, se reserva el derecho de admisión. Los Moreira, por ejemplo, pero queda claro que la puerta es bastante amplia.

Otro riesgo que se vislumbra es el de repetir la dinámica de quien no está conmigo está contra mí, o, peor aún, contra el país. Creer que el movimiento no es susceptible de yerro o crítica porque sigue un paso irrefrenable y quien piense distinto es un traidor a la patria o se opone al devenir histórico, es propio de quienes se asumen como el único motor o el motor principal del cambio. Y hoy AMLO está en la posición, si quisiera, de imponerse con esa voluntad, ya que cuenta con un amplio respaldo electoral, la mayoría en las dos cámaras del Congreso de la Unión, así como el control de los parlamentos de 19 de los 32 estados. Y todo indica que van por más. A esto hay que sumar la creación de la figura de coordinador federal en cada una de las entidades, una especie de procónsul en la que recae la representatividad y operación del gobierno de la República en todo el territorio nacional. Si bien se trata de un contrapeso al poder muchas veces arbitrario de los gobernadores, no deja de ser un contrapeso vertical, de arriba hacia abajo, y no de abajo hacia arriba, como se esperaría en una democracia sana.

Un riesgo más lo representa la enorme expectativa que López Obrador ha generado desde su larga campaña y ahora en la no menos larga transición. Con sus promesas grandilocuentes, que apuntan a la historia, el hoy presidente electo ha puesto la vara muy alta para quienes esperan desde hace años una mejora sustancial de las condiciones de vida en el país. Pero la realidad siempre es más compleja que los diagnósticos de los políticos y más fuerte que la voluntad de una sola persona, y, en ese sentido, la demora en el cumplimiento de las promesas puede generar una sensación de desilusión y desesperanza que se tornaría peligrosa sobre todo por quienes vieron a AMLO como la última alternativa posible de cambio por la vía electoral. Es importante observar la postura que el futuro presidente asumirá frente a los contestatarios, los críticos de su gobierno y los desazonados de su "Cuarta Transformación".

El discurso esperanzador que manejó en la campaña sin duda le rindió frutos a López Obrador. Ahora ha llegado el tiempo de gobernar, de comprometerse sobre lo posible, de decidir sobre lo viable. Es deseable que el presidente electo deje completamente de lado la épica de la campaña y se concentre en aquello que puede cumplir; fijarse metas asequibles y medibles; no perder de vista que México no es sólo el 53 % del electorado que le dio su indiscutible triunfo, y que en el camino encontrará voces duras y disonantes y que eso forma parte de la democracia. Por lo demás, debería ser consciente de que quienes "han hecho historia" para bien de la humanidad o sus países, muchas veces han partido de luchas modestas y objetivos precisos, y que los grandes fracasos de las naciones suelen ir acompañados de la obsesión o megalomanía de quienes llegan a considerarse el único motor de su tiempo. El ejercicio de escucha que López Obrador practicó el viernes en el segundo "Diálogo por la paz, la verdad y la justicia", con familiares de personas desaparecidas, es un buen signo, pero aún no es suficiente para conjurar los riesgos de la tentación de "hacer historia".

Twitter: @Artgonzaga

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Escrito en: Editorial Periférico

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