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Poder que se desvanece

Jaque Mate

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SERGIO SARMIENTO

No es ésta la primera vez. El poder de un presidente en funciones empieza a desvanecerse una vez que hay un nuevo gobernante electo. El debilitamiento se vuelve más rápido a partir del sexto informe de gobierno. Tanto la clase política como los medios de comunicación se interesan más en el sucesor, en sus decisiones y nombramientos, que en las inauguraciones de obras tardías del que va de salida. La Constitución señala que las facultades de un titular del Ejecutivo federal no se pierden sino hasta concluir su mandato, pero la realidad política es distinta.

Algunos presidentes han decidido ejercer el poder hasta el último momento. Es el caso de José López Portillo, quien anunció la estatización de la banca en su sexto informe, el 1 de septiembre de 1982, y dedicó los últimos tres meses de gobierno a montar una banca estatal. Miguel de la Madrid, ya presidente electo, prefirió guardar silencio, pero cuando asumió el poder el 1 de diciembre tomó medidas inmediatas para revertir, por lo menos parcialmente, la estatización de la banca. Años después se privatizaría todo el sistema bancario.

Si la transición entre López Portillo y De la Madrid nos muestra el caso de un presidente saliente que quiso ejercer el poder hasta el último momento, la actual entre Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador representa el otro extremo. Peña Nieto ha dejado de tomar decisiones e incluso ha suspendido acciones de gobierno, como licitaciones del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, mientras que López Obrador ha empezado no sólo a dar órdenes y a anunciar programas sino a tomar un control creciente sobre las decisiones públicas.

Si esto ha ocurrido es porque así lo ha decidido el presidente Peña Nieto, quien parece haber hecho todos los esfuerzos posibles por no generar conflictos con su impetuoso sucesor. Si hubiera querido mantener el control hasta el último minuto, acelerando, por mencionar un ejemplo, los trabajos del nuevo aeropuerto, lo podría haber hecho legalmente. Sin embargo, los costos de una mala transición pueden ser enormes para el país.

México ha sufrido siempre el problema de que los gobiernos quieren reinventar todo cada seis años. Los proyectos de infraestructura se planean para que puedan completarse en ese lapso sin que queden pendientes para el siguiente periodo. El resultado ha sido marcar a la economía nacional con un pronunciado ciclo económico sexenal que depende enteramente de la inversión pública.

Parecía que las cosas iban a ser distintas en esta ocasión, pero los obstáculos que el presidente electo le ha puesto al nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, la mayor obra de infraestructura de la administración peñista, no hacen más que ratificar por qué los gobiernos prefieren sólo emprender proyectos que saben que pueden acabar en su sexenio. De otro modo, el riesgo de que se cancelen es enorme. En los países avanzados, en cambio, los planes se mantienen aun cuando cambie el gobierno. Esto permite construir para el largo plazo y generar una mayor prosperidad para todos.

Faltan todavía cerca de tres meses para el traspaso de poderes, pero mucha gente piensa ya que López Obrador es presidente de México y Peña Nieto forma parte de la historia. Es el poder que se desvanece, como siempre, aunque ahora lo está haciendo de forma adelantada.

Twitter. @SergioSarmiento

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