El crucero en que nos encontramos México y Canadá fue provocado por el astuto método de negociación del presidente Trump.
El primer logro lo obtuvo cuando Canadá aceptó tratar sus intereses prioritarios por separado, dejando a México seguir negociando solo asuntos, pese a que el tema automotor también era suyo. Esta escisión rompió el carácter trilateral que era esencial al Acuerdo Norteamericano de Comercio. El que al mero final de las largas sesiones hayamos caído en la trampa de seguir de frente aceptando segregar del conjunto los problemas de Canadá, significó bilateralizar el TLCAN, contrariando el sentido original y sustantivo del pacto.
Ahora estamos pendientes de saber cómo reaccionará Canadá al dilema en que inesperadamente se encuentra de tener que decidir si suscribe lo que México terminó de negociar añadiendo los párrafos que son de su interés, o bien, opta por quedarse fuera del acuerdo que está acabando ser otro distinto.
Ante esta situación Canadá decidirá hasta qué grado dará la batalla para defenderse de las pretensiones lecheras de los Estados Unidos sin contar con la solidaridad negociadora mexicana. Verá también hasta qué grado defenderá la permanencia del Capítulo 19 que México sacrificó pese a la firmeza con que insistía en que "no era negociable".
México por su parte, se siente traicionado por su socio canadiense al dejarlo solo negociando con Estados Unidos. Históricamente Canadá nunca estuvo demasiado convencido de la racionalidad de vincular sus planes de desarrollo a los de México, país que siente política y culturalmente distinto. País anglosajón, no tiene más vínculo que el de compartir el Continente norteamericano. Con su vecino inmediato al sur hay más afinidad de propósitos. Aunque ha procurado siempre afirmar su personalidad frente a la arrolladora presencia de Estados Unidos. La carta que le queda es afirmar su asociación con el Reino Unido, por el momento debilitado por el Brexit. Quizás le sea más confiable que su alianza con México.
Las lecciones que se apuntan y que se derivan del fallecido TLCAN no son las únicas. Desde el punto de vista de Estados la estrategia de Trump significa darle la espalda a la aspiración que animaba a su antecesor Obama de incluir al TLCAN en su gran plan de consolidar a Norteamérica como el centro económico, político y energético, y con ello, hacerle frente a la amenazante hegemonía china. La Cancillería mexicana decidiría a qué grado nos comprometerá este proyecto.
Independientemente de las consideraciones diplomáticas anteriores hay que compulsar las consecuencias reales del texto del Acuerdo que está por confirmarse.
Por las explicaciones preliminares que se nos han estado dando, llama la atención lo complicado que es precisar cómo quedan las exportaciones mexicanas automotrices. Los anticipos de noticias revelan lo complejo que será calcular los beneficios que le llegarán a los trabajadores de esa rama de la industria. Las diferencias entre las múltiples marcas de autos y los niveles salariales que corresponderán a las diferentes categorías de empleos anuncian futuros problemas tanto para empresas como para sindicatos.
Hay que conocer más de los acuerdos a que llegó nuestro equipo negociador dirigido por el hábil secretario de Economía que ha estado manejando con elegancia las altiveces de su colega canciller. Por el momento, empero, prevalece la personalidad de Trump que confirma una vez más su prepotencia anunciando decisiones desde su gran escritorio, frente al que sentó en atenta hilera, a los señores secretarios del gabinete mexicano.
Parece que no ha dejado de negociarse el futuro acuerdo ya reducido a bilateral. Para México la coyuntura puede ser importante porque define una nueva ruta para el futuro gobierno. Para Canadá se trata sólo de un contrato de adhesión. El arreglo regional y solidario quedó roto….tal y como lo quiso el señor del salón ovalado.
