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Al Larguero

DOMINGO

ALEJANDRO TOVAR

Hay pensamientos que producimos por la reflexión y por el mismo acto de pensar, como igual hay otros que llegan sin ser convocados, que acuden como si tuviesen voluntad propia. Ellos se instalan y dominan la acción del hombre que fue a la cancha y se detuvo a la entrada del túnel cuando vio el gentío. Toda la vista no alcanzaba para distinguir a todos los hombres de su tiempo.

Sintió el viejo que era el niño añorado que corría por los callejones de San Isidro, por eso buscaba en el piso verde que aparecieran sus favoritos de aquellos años, desde Esteban Méndez, Gato Gómez, Lalo Castro, Ramón Romero, Simón Gómez y de los rivales esperaba al Charro García, a Lomelín, Alva, Potrillo Gutiérrez, Pecas Arellano. Un familiar cercano le dijo al oído: son muertos.

Conforme caminaba por los modernos senderos del TSM se sintió el anciano como en el viejo Corona y cuando escuchaba la formación azul ligaba que en ataque izaban bandera Bustos, Muciño y Victorino, con Kalimán Guzmán en zaga esperando que llegase Furch para colgarlo del larguero, hasta que llegaron de nuevo los familiares, otra vez apenados; papá esos son muertos.

Se prometió a sí mismo entonces variar y convencido de que sus recuerdos solamente son historias en blanco y negro decidió afrontar la realidad tal cual. Ahí es que volvió los ojos al escenario ubicando gente, porque la mirada no se detiene y descubrió que los chicos viven la fiesta del selfie y entonan odas al narcisismo y la egolatría, por ello no ubicó nunca a nadie.

Si acaso extrañó el pantaloncillo blanco en los cementeros, aunque aceptando que todo de azul ese cuadro impacta, aunque el viejo y su gente joven que lo regaña a cada rato, esperaban que el fuego verdiblanco llegara en cualquier momento, pues sus estelares son tipos distintos. Como seres extraterrestres, objetos de curiosidad, fundamentales, eficientes, sutiles. Pero no está Furch.

El futbol es duda constante, la incertidumbre de los jugadores se contagia con la tribuna y entonces todos necesitan como asirse a tierra firme y los viejos crean ficciones y ambientes, tienen mirada aguda y selectiva, asombra su capacidad para llenar la vida de escenarios y presiente que Furch juega, ausente, su mejor partido, con Herrera perdido en la desconfianza.

Ahogados los gritos por las fallas de Rodríguez y Ayrton, se levanta cuando Gallo pierde en las puertas del área y Baca sale de estampida, devora metros, presiente miradas, evoca epopeyas, cambia a Caraglio, zurda inmediata a la entrada de Cauteruccio que saluda a Abella, quien pasa de largo cual coche sin frenos, enfrenta a Jona y liquida con certero toque entrepiernas. Un golazo.

Al rato hay imágenes que lo hacen regresar al excitante pasado cuando Cabeza recibe y aguanta el pase largo de Jona, parece montado en caballo romano, cruza como Alejandro en Persia y enloquece a millares cediendo a Dennier que corrió como su escudero fiel y acertó. El viejo tal vez no vuelva a la cancha, se acabó su tiempo. Este futbol y este sol lo pueden matar sin avisarle.

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