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Rectificar

JESÚS SILVA-HERZOG

Ni en la carretera más recta puede permanecer fijo el volante. Para ir en la misma dirección debemos mover constantemente el manubrio. Congelar el volante nos conduciría, tarde o temprano, al precipicio. Lo mismo podríamos decir del ejercicio del gobierno: gobernar es corregir, corregirse. Rectificar es la única manera de perseverar.

Pasar de la oposición al gobierno supone una adaptación compleja y riesgosa. Ir de la epopeya de los votos a las rutinas de la administración es pasar de la producción de ilusiones al manejo de la frustración. No necesitamos imaginar ninguna trampa para entender esa incómoda mudanza. El cambio no se explica necesariamente por la perversidad o la demagogia. Lo que se ve desde fuera del poder es muy distinto a lo que se ve desde dentro. La información que tiene un dirigente opositor es distinta a la que puede tener un gobernante. La complejidad de intereses con los que debe lidiar lo coloca en otro mundo. La perspectiva cambia con la responsabilidad. Tendemos a gritar traición cuando se abandona una promesa. Pero desdecirse de una oferta puede ser, en realidad, producto del aprendizaje, ejercicio de responsabilidad. Preferible la adaptación de quien corrige a la terquedad de quien persiste en el error.

La mudanza del futuro gobierno es particularmente compleja. La autoridad del presidente electo se nutrió de una terca y radical oposición a un modelo económico y político. López Obrador fue obstinadamente intransigente. Ahí fundó su prestigio: mientras los partidos tradicionales negociaban y pactaban, él se mantuvo al margen, denunciando la perversidad de los acuerdos y los estragos que provocaban. No se entiende su éxito sin esa valentía por ocupar la marginalidad... y ese talento para darle sentido. En su larga marcha no había espacio para medias tintas o para los claroscuros. Todo lo que venía del régimen era inaceptable. El rechazo a estas políticas tenía envoltura ideológica. Se rechazaba un modelo económico y una maquinaria política. Había que enfrentarse al neoliberalismo y al PRIAN. Nada digno, nada rescatable podía surgir, a su juicio, de esa filosofía de la exclusión y la rapiña.

Hoy el presidente electo tiene que vérselas con ese legado. Ya no necesita seducir votantes. Lo importante es dar resultados. Seguirá hablando del rechazo al neoliberalismo pero habrá de atemperar su juicio y su denuncia. La estrategia de polarización ha sido remplazada por la retórica de la conciliación. Las rectificaciones han comenzado. El programa de campaña se desgrana con la proximidad del gobierno. El nuevo director de la CFE anuncia, por ejemplo, que no se dará marcha atrás a la reforma energética. El futuro secretario de seguridad pública abandona la idea de la guardia nacional como clave en la estrategia de pacificación. El ejército, que en tiempos de campaña era visto como un agente represivo que debía regresar cuanto antes a los cuarteles, es reconocido ahora como institución indispensable en la lucha contra el crimen organizado.

La rectificación no necesita, como en el caso del aeropuerto, esconderse en consultas públicas. Rectificar debe ser una manera de asumir responsabilidad, no de rehuirla. Es válido y hasta encomiable, enmendar las propuestas de campaña. Pero hacerlo con un escape pseudodemocrático es una mala solución. José Woldenberg lo ha dicho con claridad: si se quiere hacer una consulta, sería bueno tomarse la molestia de leer la constitución.

Veo responsabilidad y no traición en una política de rectificación. Sobre todo, veo la posibilidad de liberarse del hermetismo ideológico que es, en el fondo, ceguera. El otro (el prianista, el neoliberal) no puede tener razón, nada de lo que hizo puede ser valioso. Del rechazo radical a las reformas recientes, debemos pasar a su reforma más que a su supresión. ¿Por qué insistir en la cancelación de la reforma educativa y no apostar a su reforma, a su mejora? ¿Estábamos mejor sin ella? Si en la campaña era entendible la confrontación binaria, en el gobierno será indispensable la sutileza. Tengo la impresión de que el amargo descubrimiento del gobierno será que no todo estaba podrido. Que, aunque la elección sugiera una orden de ruptura, la tarea no era solamente demoler y fundar sino también cuidar y remendar.

http://www.reforma.com/blogs/silvaherzog

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