Con todo respeto

Las pruebas de laboratorio demuestran que si le das a una persona aunque sea un poco de poder, su cerebro se asemeja a los de pacientes con daño cerebral.

Repitiendo como ya saben quien cada vez que va a faltarle al respeto a algo o a alguien: aquí, con todo respeto, me permito compartir con usted, pacientísimo lector, una preocupación que me anda quitando el sueño (no es justo que la única insomne sea yo).

Ante la rendición democrática y sedosa de los candidatos perdedores, el besamanos y la genuflexión de la bola de ratas que al hundirse sus partidos corrieron a ponerse bajo la protección de quien ostentará el poder los próximos seis años, sumada a la devoción irreflexiva de las masas que empoderan incondicionalmente al virtual presidente, aquí les va una información que valdría la pena considerar.

Un reciente estudio de la Universidad de California en Berkeley ha encontrado que existen claras evidencias de que el ejercicio del poder tiene efectos en el lóbulo frontal similares a los de un daño cerebral producido por algún trauma. Las pruebas de laboratorio demuestran que si le das a una persona aunque sea un poco de poder, su cerebro se asemeja a los de pacientes con daño cerebral.

Cuando te sientes poderoso, pierdes el contacto con la realidad (y comienzas a generar pensamientos del tipo de “¡Dios! ¿por qué me hiciste tan inteligente si luego me ibas a rodear de puro pendejo?”). Que conste: lo del paréntesis es mío.

El poder no es algo que debemos o podemos evitar porque es inherente a la condición humana. Necesitamos líderes transformadores, que no se sientan amenazados por escuchar, dialogar, reconocer errores y eventualmente corregirlos; y algo fundamental, líderes que no usen el poder para asegurarse impunidad o apuntalarse, que acepten la necesidad de contrapesos que les impidan enfermar de poder.

Perdón por el rollo, pero viene a cuento ante la fe de niños con que estamos empoderando al virtual presidente de México. Empieza a marearse con el incienso que le ofrendan las masas que lo adoran. Una sonrisa, un selfie, un abrazo; la sublime emoción de ser tocados por él. Una palabra suya y quedarán sanos y salvos. El milagro de un país de amor y felicidad. Purísima alma bendita que hemos llevado a la Presidencia para que nos libre de todos los males. ¡Santo Santo Santo! Señor de los de las potestades y las tempestades ¡Amén!

Ostentando un inmenso capital político, el ejercicio de poder será potestad de un solo hombre que decidirá por todos nosotros lo que diga su dedito. Qué Dios nos guarde y sea para bien como lo estamos deseando todos los mexicanos, ¡pero cuidado!, no nos vayamos de boca: a pesar del caudal político que acumula, aún quiere más. Desoyendo las voces de la sociedad civil que exige un fiscal independiente, nuestro Amado Líder se obstina en designarlo él mismo porque, según sus propias palabras: “Y les diría con todo respeto, cuando se postulan, se proponen personas de la sociedad civil, no en todos los casos, no estoy generalizando, pero en muchos casos no son gentes íntegras”.

Me pregunto cuál es el criterio con que El Dedito, por un lado, nos impone como senador plurinominal a un prófugo como Napoleón Gómez Urrutia y, por el otro, pone en duda la integridad de personas de la sociedad civil que ni siquiera conoce. En cualquier caso, es inobjetable dar un rotundo NO a la imposición de un fiscal a modo por considerarla una amenazante señal de autocracia.

Es de vital importancia para la salud mental de nuestro Amado Líder, recordarle que millones de mexicanos no votamos por él y que, por el bien de México, si bien lo apoyaremos para que en su mandato consiga erradicar la corrupción y la violencia como nos lo ha prometido, seremos también la oposición fuerte y responsable que los partidos políticos no han sabido ser.