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Tierra de volcanes

RAÚL MUÑOZ DE LEÓN

Con este sugestivo título, sintetiza su estudio Joseph H.L. Schlarman, investigador e historiador norteamericano, trabajo que le llevó más de diez años de su vida, al adentrarse en los vericuetos de la historia mexicana.

En la nota preliminar de la edición de marzo de 1973, Daniel Olmedo, quien prologa esta magnífica obra literaria, dice: "Tierra de volcanes, no tanto por las mil erupciones que han cubierto su suelo de lava y rocas en el transcurso de los siglos, sino más que nada por las convulsiones humanas que hacen de su historia una perenne tragedia".

"Por México se interesó desde que la Revolución Mexicana conmovió al mundo. Pero el régimen de Lázaro Cárdenas, con su cruzada humanitaria en favor del indio y su atrevido programa agrario, atrajo definitivamente su atención. Schlarman , que no se fiaba ni de afirmaciones repetidas, ni de oropelesca propaganda, quiso averiguar qué se había realizado del flamante programa. Muchas veces ha cruzado desde entonces la frontera de nuestro país en viajes maduramente planeados, para ir estudiando las diversas regiones y sus problemas, para comprender nuestra historia en los mismos sitios en que se ha desarrollado. Además de la capital, en la que ha pasado largas temporadas, visitó metódicamente el centro del país y vio sus condiciones de vida, especialmente el problema agrícola; el Norte con sus avances industriales y sus problemas ganaderos, en particular Torreón, con sus recuerdos de Pancho Villa y su Laguna; más tarde, después de recorrer todos los Estados del Atlántico, sobre todo Yucatán y Tabasco, estudió también la costa del Pacífico y los campos de batalla ensangrentados por los cristeros. En todas partes procuró Schlarman unir al estudio de nuestra historia el de nuestros problemas candentes".

Joseph Henry Leo Schlarman tuvo una vida interesante, dedicada a la investigación de cuestiones diversas en diferentes países. Nació en Bresse, Illinois, en 1879; falleció en 1951. Miembro de la Jerarquía Católica; estudió Teología en la Universidad de Insbruck, Austria y en la Universidad Pontificia Gregoriana en Roma. Se doctoró en Derecho Canónico en 1907. Fue ordenado sacerdote para la Diócesis de Belleville en 1904. Cura de la Catedral de San Pedro, de 1907 a 1909, año en que se convirtió en Canciller de la Diócesis. En 1930 fue nombrado Tercer Obispo de Peoria por el Papa Pío XI, cargo que desempeñó hasta su muerte en 1951. Autor de los libros: "El Americano Católico. ¿Quién es Quién?" en 1947; "México, Tierra de Volcanes", en 1950; "De Quebec a Nueva Orléans: Historia de los franceses en América", en 1957.

México, Tierra de Volcanes, un estudio histórico que abarca de Hernán Cortés a Miguel Alemán, es ante todo, una historia objetiva, concienzuda, llena de vida, sigue diciendo Olmedo. ¡Interesante como una novela! Es la exclamación espontánea de muchos críticos norteamericanos; porque los personajes viven, no son meros nombres entre fechas; porque se siente la terrible tragedia de un pueblo que lucha contra fuerzas ineluctables.

Es un libro, además de ilustrativo, didáctico, porque está escrito como si el propósito del autor fuese educar, enseñar, trasmitir conocimientos, ampliar el horizonte cultural de quienes lo leen. Su investigación sobre nuestro país va dirigida a que los mexicanos conozcamos mejor a México, su desarrollo histórico, y a través de ese conocimiento, lo amemos y nos esforcemos por engrandecerlo cada vez más. Y aquí está el mérito más destacado de este autor: no obstante su condición de extranjero, específicamente de su calidad de norteamericano, en la descripción que hace de nuestro país, de sus varias y diferentes regiones, expresa un manifiesto respeto y afecto por sus pobladores, por los mexicanos en general, sean indios o mestizos.

Metodológicamente, el libro consta de tres partes, correspondientes a sus etapas relativas: Época Colonial; Independencia; Revolución Mexicana, y un Apéndice, integrado por mapas ilustrativos de cada época. Con el ánimo de motivar su lectura, incluimos en este Enfoque, un extracto de cada una de las etapas históricas.

CORTÉS Y DOÑA MARINA

"Finalmente los indios consintieron en parlamentar y trajeron regalos. Quedaron aterrados al ver los caballos. Un semental relinchó estrepitosamente aterrando a los indios en gran manera; entonces Cortés fingió hablar al caballo y decirle que los indios eran sus amigos, con lo que el animal se apaciguó, y los indios creyeron que era muy inteligente. Volvieron a traer más regalos y entre las veinte mujeres esclavas que llevaron a Cortés, iba una que debía ser famosa en la historia, la india Doña Marina".

"Marina era la hija de un cacique, cuyo padre había muerto y su padrastro la había vendido como esclava; así llegó hasta los Tabascos. Su nombre era Malinalli, que cambió por el de Marina, cuando fue bautizada".

"Fue la intérprete y la amante de Cortés, que de ella tuvo un hijo, Don Martín, más tarde Caballero de Santiago".

"Doña Marina, actuando como intérprete, tenía la suerte de los españoles en sus manos, según hace notar MacNutt, porque Jerónimo de Aguilar, su intérprete oficial, a lo menos al principio, no sabía la lengua azteca y Marina no sabía el castellano, a lo menos a los principios, así que Cortés hablaba en castellano, Aguilar se lo traducía al maya a doña Marina, y ésta lo repetía en mexicano. El proceso inverso servía para dar a Cortés la respuesta".

"Por ser difícil de pronunciar el nombre de Cortés, lo apellidaron Malintzin, y los españoles llamaron a Doña Marina, Malinche".

"Cortés continuaba levantando cruces, dejando a su paso imágenes de la Virgen Santísima y afirmando que procedía por el deseo ardiente de propagar la religión cristiana y exhortando a los indios a dejar sus prácticas idolátricas e inhumanas, y vivir como cristianos".

"Madariaga escribe: *Hay que desembrollar la madeja que forman las diferentes tendencias que componen la vida de aquellos turbulentos días; la corriente más pura y admirable era el celo por la fe de aquellos espíritus legítimamente españoles. En aquel tiempo la vida religiosa era la médula de toda vida; no existían disidentes; pecadores si había, pero el peor de ellos admitía la única verdad que existe*.

"Mac Nutt, en "Cartas a Cortés", advierte muy honradamente que demasiados obstáculos se interpusieron entre la mentalidad de los protestantes anglosajones, sobre todo los del Siglo XIX, y el catolicismo español del Siglo XVI, para discernir con exactitud el influjo activo de lo religioso sobre el carácter de un hombre como Hernán Cortés".

TORBELLINOS POLÍTICOS

"El período de interinato de Pedraza terminó el 30 de marzo de 1833, cuando las legislaturas de los Estados eligieron presidente a Santa Anna (pues entonces no se usaba el voto directo del pueblo), y vicepresidente a Valentín Gómez Farías".

"Una extraña costumbre existía entonces, sancionada por la Constitución, de que si el presidente se ausentaba, por estar ocupado en alguna guerra, o por enfermedad u otra razón, el vicepresidente ejercía plenos poderes de presidente. Al ser elegido Santa Anna, se declaró enfermo y permaneció en su hacienda, de modo que Gómez Farías se encargó de la presidencia. Era lunes santo, y la gente temerosa de lo que pudiera venir, se apiñó de un modo extraordinario en las iglesias, como nunca".

Los temores del pueblo estaban bien fundados, y Farías dio a conocer bien pronto su anticlericalismo, al arrogarse el derecho de patronato y de elegir a los obispos, alegando que el Presidente de México era el sucesor legal del Rey de España. Dio por suprimidos los votos monásticos y los diezmos y decretó la plena exclusión del clero en la enseñanza, y luego, el 24 de octubre de 1833, la supresión de la Universidad de México, que era la más antigua del Nuevo Mundo. También dio, (7 de mayo de 1833), la ley que secularizaba y confiscaba las misiones de California, fundadas por el famoso Fray Junípero Serra. Su actuación nos hace pensar en un cerdo que se halla suelto en un gran jardín y arranca de raíz cuantas flores y plantas encuentra: destrucción desenfrenada de los frutos del trabajo y sudores del hombre. A esa obra se la llama Reforma".

ASESINATO DE VILLA

"Cuando se proclamó el Plan de Agua Prieta, (23 de abril de 1920), con el único fin de derrocar a Carranza: Obregón, de la Huerta y Calles, todos ellos sonorenses (Los mosqueteros sonorenses), se habían puesto de acuerdo en que Obregón sería Presidente en primer lugar, después subiría De la Huerta, y por último Calles. Pero Calles determinó jugarle una mala pasada a de la Huerta con el apoyo de los "rojos" de Morones, y Obregón tuvo que acceder a sus exigencias, aunque viendo el peligro, mayo de 1923, de que de la Huerta se levantase en armas contra él".

"Aunque Pancho Villa estaba por entonces ocupado en sus labores agrícolas, se le tenía por posible y peligroso aliado de De la Huerta, por lo cual era forzoso liquidarlo del modo usual. Francisco Villa era católico porque había sido bautizado en esa religión, pero no sabía nada de sus dogmas y preceptos, y nunca practicaba su religión; tenía, sin embargo, un elevado concepto acerca del bautismo. Esto fue la ocasión de su muerte, porque habiendo sido invitado por algunos amigos a asistir a un bautizo en Río Florido, cerca de Parral en Chihuahua, se atrevió por única vez, a salir de los confines de su hacienda sin llevar escolta. Él mismo iba manejando su automóvil Dodge, en la sola compañía de su secretario Trillo y de unos cuantos más. Al día siguiente, 20 de julio de 1923, a las siete y tres cuartos de la mañana iban de regreso con Villa al volante, rumbo a Canutillo, cuando al aminorar Villa la velocidad para dar vuelta en una esquina, una lluvia de balas partió de un edificio de la acera opuesta. Villa se desplomó sobre el volante, y también murieron sus demás acompañantes, menos uno. Esa fue la última nota de la salvaje sinfonía de su vida, en que Obregón llevo la batuta. Cuando alguien preguntaba quién podía haber pagado a los asesinos, la respuesta consabida era Cállese usted, que daba a entender el nombre del complicado en ese asesinato".

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