Leer en el bicentenario de Marx

Quise, en su memoria, evocar la importancia de una obra que trastrocó el mundo y lo convirtió en otro menos cruel y menos injusto.

La nación no olvida que a su presidente le preguntaron cuáles eran los tres libros que habían influido su vida y no olvida también que el mandatario no dio respuesta satisfactoria. Pero ahora pensemos en la pregunta, en que la pregunta es valiosa porque revela –aunque sea sabido– que leer libros es importante.

Mi vida, por su ignorancia, encontró que la lectura es una actividad de valioso provecho personal y muchos, muchos libros le han sido importantes. La obra de Marx le influyó y le sigue siendo decisiva. A propósito dije antes “la obra”, no libros, porque varios de ella son claves en mi vida, de manera especial El Capital y los Manuscritos económico-filosóficos de 1844.

Ambos títulos esclarecieron mi condición social y me proporcionaron información para interpretar con tino la realidad, los Manuscritos… con su certera audacia tempranera –Marx los escribió antes de los 26 años de edad– que desentierra las raíces donde se incuban las plagas de la sociedad capitalista, y El Capital, gran microscopio por el que deben ver el mundo los asalariados y sus compañeros de viaje.

Ahora que se fueron dos tercios del año en que Marx cumplió 200 –nació en 1818– quise, en su memoria, evocar la importancia de una obra que trastrocó el mundo y lo convirtió en otro menos cruel y menos injusto. Acerca de la crueldad social anterior a Marx, por ejemplo, podemos leer en el tomo I de El Capital la desalmada explotación que se hacía de los niños: Inglaterra legalizó en 1844 la reducción de la edad en que podían trabajar:

“[…] el Parlamento redujo la edad mínima de los niños aptos para el trabajo, de 9 a 8 años, con objeto de garantizar al capital el abastecimiento adicional de niños para las fábricas […]”

En el tomo III de El Capital, al analizar los orígenes y el papel social del capital financiero, Marx nos lleva a considerar qué pasaría con la banca en manos de Lutero. De una obra del famoso reformador, revolucionario en el ámbito de la religión, titulada A los párrocos, para predicar contra la usura, Marx transcribe:

“Hace quince años escribí contra la usura, la cual hacía tantos estragos que no me atreví a esperar mejoría alguna. Desde entonces ha ganado tanto en consideración, que ya no quiere ser tenida por vicio, pecado o infamia, sino que se hace ensalzar como una virtud y un honor, como si hiciera grandes favores y servicios cristianos a los hombres. ¿Qué remedio ni qué consejo pueden caber, cuando la infamia se convierte en honor y el vicio en virtud?”

Ahora veamos al joven Marx, ya insuflado de gran humanismo, quien en los Manuscritos económico-filosóficos de 1844 esclarece la enajenación del asalariado. Dice con sencillas pero luminosas palabras –a pesar del cromatismo filosófico– por qué el trabajador prefiere el futbol, la religión, el alcohol, etcétera como temas importantes de su vida antes que su realidad de asalariado que requiere desenajenarse:

“[…] el trabajador sólo se siente en sí fuera del trabajo y en el trabajo fuera de sí. Está en lo suyo cuando no trabaja y cuando trabaja no está en lo suyo. Su trabajo no es, así, voluntario, sino forzado, trabajo forzado. Por eso no es la satisfacción de una necesidad, sino solamente un medio para satisfacer las más apremiantes necesidades fuera del trabajo”.

En el prólogo de uno de sus libros no tan famosos, Contribución a la crítica de la economía política, Marx anticipa lo que desarrollará en el cuerpo del volumen: “El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia.”

Al cumplir 200 años, Marx es una esperanza para el mundo y una promesa de mejoría para los asalariados.