Todos los milagros que hace San Virila son prodigiosos, pero algunos son también muy lindos.
Un niño pequeñito lloraba porque no tenía canicas.
Sus hermanos mayores sí tenían, y lo mismo los demás niños del barrio. Tenían las que se llamaban "ágates", parecidas a rutilantes joyas. Tenían las opulentas "macalotas", grandes por su tamaño, y contundentes. Tenían las humildes bolitas de barro nombradas "chutas", apelativo al que se añadían, por causa que se ignora, los títulos de "vagas" y "cacariolas".
Todos los niños tenían ágates, macalotas, chutas, vagas y cacariolas, menos aquel niño.
Su llanto conmovió a San Virila -a San Virila lo conmovían todos los llantos-, y lo que hizo fue bajar algunas estrellas del cielo y convertirlas en canicas. El niño dejó de llorar cuando las tuvo en sus manos, y sonrió porque sus canicas mostraban un raro resplandor que no tenían las canicas de los otros niños.
¡Hasta mañana!...