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Nuevo presidencialismo

JESÚS SILVA-HERZOG

Fue apenas hace unos días y parece que han pasado años. Nos sentimos de pronto en un país distinto y, en algún sentido, es cierto. Estrenamos mapa de México; hay una nueva mayoría y un nuevo ánimo. En unas horas los votantes cambiaron la política mexicana como nunca lo habían hecho. Hace una semana se votó el cambio más profundo de la historia de México. Los cambios súbitos, los cambios profundos no habían venido de esa aritmética porque aprendimos a votar con cautela. Nuestras elecciones, desde que han sido confiables, han sido instrumentos tímidos. Cambios con freno, virajes modestos. En la suma de los votos se advertía una desconfianza: que nadie tenga todo el poder. Que haya vigías interesados, que la negociación sea indispensable para gobernar. Esa precaución explica las dos décadas de gobiernos minoritarios.

La elección del 1º de julio terminó con todo eso. Los electores apostaron por una mayoría. El primer efecto del voto es la vuelta al presidencialismo. Más allá de los estilos de liderazgo, más allá de los voluntarismos, fue decisión de los electores dar al futuro presidente los respaldos necesarios para gobernar sin obstrucciones. De treinta millones de votos obtenidos en una contienda democrática fundan una presidencia distinta porque es fuerte y a la vez democrática. Su coalición tiene mayoría en ambas cámaras y está a un paso de la mayoría constitucional. No es improbable que en los reacomodos por venir consiga los votos para rehacer el texto de la Constitución. El nuevo poder presidencial no significa solamente el poder de redactar la ley sino también el tener el campo abierto para las designaciones fundamentales. Las oposiciones serán testigos mudos de la recomposición del poder nacional. La política que se asoma parece colgar del sentido de prudencia de un hombre, de su sentido contención y no de la exigencia de los antagonistas que ocupan posiciones institucionales como contrapoder.

En la formación este nuevo presidencialismo hay, por supuesto, incógnitas relevantes. ¿Qué podemos esperar de esa confusa estructura que llevó a López Obrador al triunfo? Morena sigue siendo una incógnita. El viejo presidencialismo se fundaba en la disciplina del partido hegemónico y en el liderazgo incuestionable del presidente sobre su partido. ¿Se repetirá la historia en este nuevo capítulo del presidencialismo ¿Lograrán acuerdo los extremos que se unieron para la elección? Una cosa es clara. El punto de unión de esa organización no es un programa sino una persona. Ha nacido en México un partido de caudillo y es mayoritario.

El presidencialismo captura súbitamente nuestra imaginación. La política recupera el viejo sol. Giramos alrededor de los gestos y los ademanes de un hombre que ya despacha como presidente. Examinamos minuciosamente las palabras que pronuncia y las que deja de mencionar, fotografiamos a los personajes que lo visitan, registramos las peticiones que recibe como testimonio de la esperanza nacional. Tratamos de descifrar hábitos y planes para anticipar nuestra suerte. Con un respaldo tan imponente, con instituciones tan mermadas, la voluntad presidencial parece comienzo y final de la política. Esta ilusión embona, por supuesto, con la convicción profunda del ganador: en la Presidencia reside un poder mágico que, por efecto de virtud patriótica, es capaz de transformarlo todo.

La elección del 2018 permite cambiar página. Los enconos de décadas parecen ceder con esta alternancia. Se encuentra en muchas partes una alentadora disposición de entendimiento. El peligro es confundir este afán de diálogo con la antigua obsecuencia. Si el presidencialismo ha sido restaurado con votos y habrá de imponerse en la mecánica del poder, no debemos permitir su regreso como cultura. El presidencialismo entendido como religión civil. No podemos permitir la restauración del rito y la sacralización que acompañan su épica. Muchos querrán regresar a las prudentes sumisiones o a los silencios prácticos. Pero frente a un presidente popular, habilidoso y fuerte, harán falta, como nunca, voces críticas, organizaciones autónomas, perspectivas independientes.

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Escrito en: Jesús Silva-Herzog

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