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El desenlace

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LUIS F. SALAZAR WOOLFOLK

Como no hay plazo que no se cumpla el proceso concluyó y López Obrador fue elegido Presidente de la República, con un resultado que divide por la mitad a la sociedad mexicana. Falta por saber si la alianza de coyuntura que lo lleva al cargo, es fruto de un súbito despertar de la conciencia colectiva, o es producto de un obscuro acuerdo cupular, que pretende mantener el pacto de impunidad y regenerar el viejo sistema, mediante un viraje pendular real o aparente hacia la izquierda.

También falta por ver si la alianza evidente entre el gobierno priista de Peña Nieto y el hoy Presidente Electo, en el que son parte las televisoras vasallas del régimen, y la ola de políticos tránsfugas de todos colores que se han ido a la cargada, vaya a cuajar como gobierno que funcione o simplemente, López Obrador se perderá en el laberinto de su propio discurso contradictorio, y será acotado por la mafia del poder. La situación a la que hemos llegado se puede explicar a la luz de la teoría del complot o como simple casualidad, en la que unos tahúres tramposos que coinciden en una misma mesa, juegan sus cartas tratando de aprovecharse unos de los otros y ser más listos que los demás, para salirse cada cual con la suya.

La gran esperanza que se dice ofrece el triunfo de López Obrador, está sustentada hasta hoy en la oferta asistencial de migajas y el reparto de curules y carteras, para mantener el control político sobre cuerpos, almas y conciencias. Cero proyecto educativo, cero plan de salud y desarrollo humano y cero propuesta de crecimiento económico.

Pese a los graves riesgos que implica este nuevo horizonte, ofrece una oportunidad que los mexicanos debemos aprovechar, para evitar por una parte el escenario de El Gatopardo es decir, que todo cambie para que todo siga igual y por otra, para evitar que el país caiga de lleno en el populismo y que la situación se ponga peor.

Entre los compañeros de viaje de López Obrador, hay quienes desde el más rancio conservadurismo añoran la restauración del viejo régimen priista de partido de estado, y existen otros que desde la ultraizquierda, están empeñados en realizar la pesadilla bolivariana en nuestro suelo, en paralelo con la experiencia venezolana.

En el año de 1992, Hugo Chávez encabezó un golpe de estado fallido en contra del gobierno de Venezuela, que lo llevó a prisión por cuatro años. A las élites de aquel país se les ocurrió un "plan de reconciliación" con los militares golpistas que en el año de 1996 indultó al preso, y lo habilitó para que encabezara un movimiento de oposición a modo para oxigenar el sistema. Chávez salió de la cárcel y fundó su movimiento Quinta República; igual que el Peje dijo a ricos y pobres lo que querían escuchar, y en sólo dos años llegó al poder por vía electoral. Acto Seguido, Chávez se salió del control de la oligarquía que lo impulsó, se reeligió sucesivamente durante quince años hasta su muerte en 2013, y lo demás es historia.

López Obrador no intentó un golpe de estado ni estuvo en la cárcel, pero su talante autoritario y su extremismo lo llevaron a una posición radical, hasta el punto de que al no lograr el control absoluto del Partido de la Revolución Democrática que lo había postulado dos veces como candidato a la presidencia, salió del PRD para fundar un partido a su medida, con fondos públicos proporcionados durante el régimen de Peña Nieto, con lo cual ha llegado al poder en sólo cinco años.

En la actual tesitura, los mexicanos debemos evitar tanto la vuelta al pasado como la caída en el abismo populista, y aprovechar la sacudida para orientar el cambio por el centro del espectro político con una visión de futuro, que busque el bien común de la sociedad y garantice la propiedad privada y el ejercicio de las libertades individuales.

Cuál será el camino que tomará López Obrador y hasta dónde llegará no lo sabemos, pero es fácil advertir que tanto la orientación del rumbo como los límites y contrapesos, sólo podrán venir de nuestra participación ciudadana responsable y de nadie más.

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