Enseñanzas del proceso electoral
Más allá del resultado de la jornada histórica vivida ayer en México, de la que Andrés Manuel López Obrador ha salido triunfador por un amplio margen, el proceso en su conjunto ha puesto en evidencia algunas de las debilidades de la democracia electoral en nuestro país. Si bien es cierto que el Instituto Nacional Electoral reconoció un buen nivel de participación ciudadana, no debemos soslayar que la violencia y las campañas negras fueron constantes en el proceso. El comportamiento ejemplar de los ciudadanos representa un importante mensaje que debe motivar a las autoridades electorales y de los tres niveles de gobierno, y a los partidos políticos, a hacer los ajustes necesarios para enriquecer la democracia mexicana.
Hasta cierto punto podría resultar lógico que la descomposición de la seguridad pública en amplios territorios del país terminara por impactar a las elecciones. La cifra inédita de candidatos y políticos asesinados representa un foco rojo que no debe olvidarse, sobre todo a la luz de las declaraciones hechas por la magistrada presidente del Tribunal Electoral de Poder Judicial de la Federación, Janine Otálora Malassis, de que hay regiones en donde el crimen decidió candidaturas a punta de balazos. Esta advertencia obliga al Estado mexicano en su conjunto a tomar cartas en el asunto, no sólo para blindar los procesos electorales, sino también para combatir la impunidad, alimento de la violencia y la delincuencia.
En cuanto a las campañas, ha quedado una vez más en evidencia la ineficacia del dispendio de recursos públicos que se hace en propaganda en medios electrónicos. Plagados de mentiras, medias verdades, datos imprecisos, propuestas irrealizables y burdas descalificaciones, los spots saturan a la audiencia y contribuyen muy poco a elevar el discurso político y mejorar el clima democrático. En lugar de tanto gasto inútil, sería deseable que se promovieran más debates o encuentros de candidatos y foros en donde las ciudadanía, experta o no, pudiera cuestionar de frente a quienes buscan representarla.
Por debajo de las campañas formales están las campañas negras, en las cuales los partidos, candidatos y equipos afines invierten una importante cantidad de recursos con el único fin de denostar, calumniar y ensuciar al contrario. Y para ello utilizan las lagunas legales que existen, sobre todo en materia de regulación de internet y redes sociales, para inundar a los electores de propaganda basura que sólo enrarece el ambiente electoral. Y este tipo de campañas no respeta la veda ni la propia jornada, ya que incluso ayer se estuvo difundiendo en las redes sociales información falsa o tendenciosa, así como resultados de supuestas encuestas de salida, con el fin de incidir en el ánimo de los electores.
La fiscalización del origen y destino de los recursos utilizados en campaña y en los programas sociales es otro de los grandes retos. No deja de llamar la atención que sean los partidos políticos, que hacen las leyes electorales, los mismos encargados de violarlas o darles la vuelta. Para combatir las trampas y prácticas irregulares comunes en las que incurre la mayoría de los partidos no es suficiente un acuerdo de voluntades, sino que se requiere que se mejoren los mecanismos de fiscalización y se hagan efectivas mayores sanciones.
El ejemplo que ayer dieron los ciudadanos no debe quedarse ahí y debe servir de acicate para mejorar lo mucho que se puede mejorar en los procesos electorales en aras de hacerlos más ricos, confiables, transparentes y nutridos.
