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Una campaña, dos abortos

JESÚS SILVA-HERZOG

Las encuestas siguen registrando una enorme ventaja de López Obrador. Sus adversarios siguen mirándolo desde lejos, sin formar una alternativa desafiante. No me parece muy convincente el cuento de que la elección todavía está en el aire y que en las semanas que quedan, las cosas pueden cambiar.

Habremos de analizar durante mucho tiempo el juego de astucias y torpezas de esta elección. Registrar, por supuesto, la imposible campaña del PRI. Con la popularidad presidencial en los suelos, con el desprestigio del partido gobernante en mínimos históricos, nada pudo haber hecho el candidato presidencial de ese partido para ganar la presidencia de la república. El político más talentoso que pudiéramos fabricar con la imaginación habría fracasado. La candidatura de José Antonio Meade fue por eso una opción comprensible-por vergonzante. El PRI postulaba a quien presumía no tener una credencial del PRI. La apuesta fue fallida no solamente porque el candidato cargaba con un peso que ningún ser humano habría sido capaz de soportar sino porque el servidor público no se convirtió en político.

Sin embargo, la campaña del PRI ha sido superior a la del Frente. Reitero: carga con el estigma del gobierno y con las torpezas de quien brinca a la cancha sin tener la menor idea del deporte que tiene de jugar. Pero tengo la impresión de que en la campaña del priista hay, por lo menos, una consistencia en el discurso y, sobre todo, una ruta de aprendizaje. Meade ha aprendido en estas semanas intensas y, para él, ingratas. Incluso en la asunción de posiciones abiertamente impopulares, puede encontrarse dignidad. Meade no ha prestado oído a quienes lo llaman a romper con su propio pasado. Tal vez ha sido una equivocación política porque defender al presidente o exponer la lógica de sus decisiones es electoralmente perjudicial, pero no puede negarse que es una postura decorosa y, desde luego, respetable. Que no haya cedido a la tentación de la denuncia oportunista habla, a mi juicio, bien de José Antonio Meade, el político que nunca será.

En contraste a la adversidad que enfrentaba el candidato del PRI, el candidato panista tenía un escenario promisorio cuando asumió la presidencia de su partido. Acción Nacional no era un partido en crisis, era un partido con tensiones internas, por supuesto, pero era una organización fuerte. La gran ventaja del PAN era su ubicación en el sistema de partidos. Con un partido gubernamental impopular y una izquierda entonces dividida, el PAN era la alternativa natural para aplicar el castigo de las urnas. Morena era una apenas un brote y su líder parecía un dirigente fatigoso, con más pasado que futuro. La derecha panista era la opción más lógica para reprender al gobierno de Peña Nieto. El tormentoso liderazgo del queretano renunció a esa posición de. Esa es la escala de su responsabilidad histórica.

El Frente ha sido el peor error estratégico del PAN en muchas décadas. Sus efectos perversos serán duraderos. Acción Nacional perdió color, identidad, su orgullo; perdió, sobre todo, su sitio en el cuadrante de la política. Movido por su propia ambición, Anaya mordió un anzuelo que todavía le coge el cachete. No era difícil imaginarlo: una alianza de dirigentes no es una fusión de electorados. La suma restó. Los jerarcas de los partidos podían abrazarse pero los militantes no se conciliaban. Una alianza perniciosa y contraproducente.

El Frente no produjo un mensaje claro. Su candidato repite en toda oportunidad el mismo powerpoint pero no hay tenacidad sino brincoteo en su discurso público. Dos temas cruciales aparecieron para borrarse de inmediato. Hablo de dos asuntos nodales: ingreso básico universal y revisión del pasado inmediato. El Frente propone un cambio de régimen pero la propuesta no tiene ningún encanto. Hacerse acompañar por los representantes del foxismo y los burócratas de la partidocracia anula cualquier perspectiva de renovación. ¿Cambio de régimen con ellos? Charro políglota, niño prodigio que toca mil instrumentos, guionista de diálogos inverosímiles con sus hijos, polemista disciplinado y elocuente, Ricardo Anaya no logró mostrar que tiene talento para gobernar a un país.

Si López Obrador sigue creciendo es, en buena medida, porque sus oposiciones no nacieron. En 2018, una campaña y dos abortos.

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Escrito en: Jesús Silva-Herzog

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