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Elecciones federales: ¿cambios en el régimen político y el modelo económico?

A la ciudadanía

Gerardo Jiménez González

El régimen político emanado de la revolución mexicana de inicios del Siglo XX y perfeccionado durante la postrevolución, se basó en un ejercicio del poder público centralizado cuyo símbolo era el presidencialismo: el poder del Estado mexicano tuvo piedras angulares que le soportaron en una estructura corporativa que aseguraba el control político de la mayor parte de la población mexicana.

Este régimen político mostró su desgaste irreversible en la séptima década del siglo pasado, transitando a otro en el que algunas de esas viejas estructuras corporativas dejaron de ser funcionales o persistieron a la par de otras que cobran importancia: los grandes poderes fácticos representados principalmente por las élites económicas que surgen del saqueo del erario público, de las privatizaciones de las empresas estatales o de la formación de grandes capitales producto de políticas económicas como la apertura comercial externa, en particular del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica.

El agotamiento del régimen político también implicó un agotamiento ideológico del discurso nacionalista y su transición al neoliberal que proclama la integración de nuestra economía a los procesos de globalización económica, donde juegan un rol clave las grandes corporaciones privadas con la facilitación del gobierno federal. En todos lados, la ideología neoliberal, cuyo principal exponente estuvo en el salinismo, impregnó las percepciones de la población sobre la orientación del desarrollo nacional y local.

El problema es que después de tres décadas de neoliberalismo el saldo es preocupante: a la par de la generación y concentración de grandes riquezas también se crea una sociedad muy desigual que lleva a la pobreza a la mitad de los mexicanos, se apostó a la creación de un capital económico a costa de sacrificar el capital humano, social y natural del país. En el seno de esta contradicción emergen nuevos segmentos de la población que cuestionan el modelo económico neoliberal, el cual, al igual que el régimen político, se ha agotado y por ello se observan las tendencias electorales actuales en las elecciones presidenciales.

En esta coyuntura electoral se pone en juego ambas cosas: tanto el régimen político y el modelo económico. El resultado denotará la capacidad de las estructuras corporativas, agrupadas en el partido oficial y con el apoyo de un segmento importante de las élites económicas, para mantenerlo y a su vez dar continuidad al modelo económico neoliberal, o su transición a otro régimen político y en una reorientación del modelo económico.

Sobre el primer resultado resulta obvio que ocurra esa continuidad, y lo preocupante es que tampoco se ve viabilidad a la democracia porque tal continuidad agravaría los saldos del modelo económico neoliberal (corrupción, impunidad, violencia criminal y social, pobreza y destrucción del capital natural); la verdad es que la percepción de una parte importante de la población mexicana no ve creíbles las opciones que se le presentan desde el sistema dominante, y por ello crecen las expectativas de las percepciones antisistema.

En el segundo resultado tampoco es plenamente convincente, arrastra lastres del régimen político vigente y es entendible que enfrentará una fuerte oposición de los grupos de interés privilegiados hasta este momento; resulta inevitable la transformación del régimen político abriendo espacios de participación a los ciudadanos, fortalecer la Sociedad Civil sin debilitar la Sociedad Política será el modelo de democracia que podríamos aspirar. El parto que marque esta transición no se resuelve en un sexenio e inquieta que no se haga con civilidad, como se despresurice el país será una de las preocupaciones centrales de los mexicanos.

La propuesta que no considere inevitable reorientar del modelo económico que, sin abusar del discurso ideológico solo reformará el sistema, resulta inviable. Es obligado asignar parte de los excedentes a reducir la desigualdad social con más empoderamiento y emprendimiento, menos asistencialismo; ante el embate del gobernante vecino fortalecer el mercado interno y diversificar el externo, ambas cosas nada fáciles después de décadas de integración con él.

En síntesis, la coyuntura electoral plantea dilemas serios sobre la transición del régimen político actual, ya de por si desquebrajado, pero que inevitablemente se tiene que ciudadanizar: poder público sin espíritu ciudadano conduce a modelos de democracia inviables o son meros ejercicios de simulación. Propuesta que no aspire a reorientar el modelo económico erosionará con mayor severidad las estructuras sociales y políticas básicas del país. Estamos ante una coyuntura que anticipa un deseable cambio de régimen político, necesario para la democracia mexicana, y una reorientación del modelo económico, también necesaria para la vida de los mexicanos.

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