El segundo debate entre candidatos a la Presidencia de la República, resultó de menor calidad a lo esperado, pese a la importancia de la participación ciudadana.
Los conductores quedaron a deber, contrario a lo afirman algunos sondeos que incluso resaltan y elogian su protagonismo, cuando precisamente el mérito del comunicador, consiste en facilitar la transferencia de información entre candidatos, sociedad y viceversa, a costa de su propia irrelevancia (de los conductores), que en tal caso resultaría pertinente y afortunada.
Estamos frente a un sistema de medios de comunicación cuyos concesionarios y agentes profesionales, se consideran más importantes que las personas a las que informan y los eventos que cubren; manipulan la percepción a despecho de la realidad y como consecuencia, en perjuicio de la verdad. En un sistema de tal naturaleza, la noción de servicio al otro no existe.
La participación ciudadana en el debate fue lo mejor del evento, pese a resultar poco lucidora. Brilló como la pequeña llama piloto que debemos mantener encendida en todos los rincones de la Patria, para alumbrar el proceso de construcción de nuestra frágil democracia, a partir de la materia prima del voto razonado.
El Peje se siente dueño de una percepción en su favor que en efecto existe, pero que es del todo infundada, e insiste en erigirse en triunfador antes de las elecciones, sin propuesta concreta alguna, solo por ser él quién es y por estar cobijado por la que ayer denunció como Mafia del Poder. Antonio Meade, se posiciona como funcionario tecnócrata disciplinado hasta la ignominia, que lleva sobre sus espaldas la loza del desprestigio del partido que lo postula.
Ricardo Anaya es el candidato que mejor articula y concreta, al opinar respecto a lo que ha faltado en el pasado y proponer sobre lo que debe hacerse en el futuro. Centra su política internacional en la relación con los Estados Unidos, en virtud de nuestra irremediable vecindad geográfica inmediata, pero proyecta una visión multilateral, en la que la interdependencia es presupuesto obligado y al mismo tiempo, garantía de independencia soberana.
El toma y daca de las relaciones bilaterales con el gobierno específico de Donald Trump, Anaya lo sustenta en la búsqueda del respeto mutuo, proponiendo de modo concreto: Condicionar la colaboración de México frente a los intereses vitales estratégicos de la contraparte, manteniendo sellada la frontera contra el terrorismo islámico y centrar la estrategia contra el crimen organizado, poniendo sobre la mesa contrabando de armas provenientes de aquel país, que constituye el sostén de la guerra-negocio de las drogas.
López Obrador en cambio fue tan absurdo, que en la relación con los Estados Unidos propone volver a la Alianza para el Progreso, programa de ayuda asistencial que al inicio de los años sesenta instrumentó el presidente John Kennedy, para paliar los efectos de la pobreza en nuestro país. El mal desempeño del Peje, está sacudiendo a los indecisos y el posdebate revela un traspaso de liberales de izquierda al espacio de centro en el que se ubica el Frente que sostiene a Ricardo Anaya, que irá creciendo conforme se acerque el día de las votaciones. ¿Alcanzará?
Al igual que en el Primer Debate, resurge la necesidad de bajar el material informativo de los medios masivos y de las redes sociales para confrontarlo con la realidad que podemos palpar, y enseguida discernir lo rescatable en el tamiz de la inteligencia del colectivo nacional; cara a cara los mexicanos de carne y hueso, dialogando en las oficinas, las fábricas, los talleres, las universidades, las comunidades religiosas y en todos los espacios del ente social, incluidas las tertulias familiares, los juegos de futbol y las mesas de café.
