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Minuto rotario

DR. IGNACIO MÉNDEZ LASTRA

Después de huir del conflicto en sus propios países, un grupo de rotaractianos cura heridas y reúne a diferentes culturas en un asentamiento de refugiados en Uganda

Es lunes por la mañana en uno de los asentamientos de refugiados más grandes de Uganda, el Nakivale, y la fila en la tienda de Paul Mushaho ya sale de la puerta.

Mushaho vive en Nakivale desde el 2016, cuando huyó de la violencia de su país natal, la República Democrática del Congo. Después de recibir amenazas de muerte, cruzó a Uganda y se unió a un amigo en un asentamiento de 184 kilómetros cuadrados que sirve de hogar a más de 89 mil personas.

Mushaho es un hombre de 26 años que habla con una voz suave y tiene un título universitario en tecnología de la información. Él maneja un servicio de transferencia de dinero desde una pequeña tienda de madera que también le sirve de hogar.

Su negocio ha prosperado porque él ofrece a sus clientes - otros refugiados de Congo, Burundi, Somalia, Etiopía, Eritrea, Ruanda y Sudán del Sur - la posibilidad de recibir dinero de parte de sus familiares y amigos fuera de Uganda a través de un teléfono móvil.

También, trabaja con el cambio de divisas y su tienda es tan popular que frecuentemente se queda sin efectivo. En este día, él espera a un amigo que regresará con más dinero desde el banco más cercano, en MBarara, un pueblo ubicado a dos horas del Nakivale.

Mushaho espera sentado y ansioso detrás de un escritorio de madera, acompañado de un libro de contabilidad y sus siete teléfonos móviles. No le preocupa perder su comisión, pero sí dejar a sus clientes sin dinero.

"No me gusta hacer esperar a mis clientes", señala, mirando a la calle llena de vida con sus tiendas de techos de hojalata, mujeres vendiendo tomates y carbón, una carnicería mostrando una pierna de carne, y jóvenes merodeando en sus motocicletas. "No hay nadie alrededor a quien puedan recurrir".

Sin embargo, su historia y la de su club están lejos de ser una historia común. El Club Rotaract de Nakivale se fundó a fines de 2016 y fue oficialmente inaugurado el pasado mes de julio. Este club Rotaract es el primero en ser fundado dentro de un asentamiento o campamento de refugiados.

Su creación, y el papel que ha desempeñado en las vidas de sus integrantes y los residentes de Nakivale, es una historia de gente joven que se niegan a abandonar sus sueño, de un país que ve la humanidad en todos los refugiados que atraviesan sus fronteras y del espíritu de servicio que persiste, incluso entre aquellos que han sufrido tragedias indescriptibles.

Un lugar que da la bienvenida a los refugiados.

Los refugiados que escapan de la guerra, el genocidio y la persecución encuentran seguridad en Nakivale. A los recién llegados a Uganda se les asigna un terreno, se les permite trabajar y tener negocios. Asimismo, pueden desplazarse libremente dentro del país.

Nakivale no es el típico campamento de refugiados.

Nakivale se ubica en un terreno de 184 kilómetros cuadrados y cuenta con tres mercados. Estar allí es como estar en cualquier otra localidad del área rural del suroeste de Uganda, una tierra de árboles de plátanos, termiteros y rebaños de ganado.

Nakivale se adapta a su entorno, en parte porque ha existido desde los años cincuenta, cuando se estableció para acomodar la afluencia de refugiados que venían desde Ruanda durante el período de violencia que ocurrió antes de la independencia.

Con el paso del tiempo, su número de habitantes ha fluctuado a medida que acomoda a quienes buscan refugio luego de escapar de una variedad de conflictos regionales, incluida la guerra civil en Sudán del Sur, el violento colapso estatal en Somalia y los grupos de rebeldes y milicias armados que continúan aterrorizando el Congo oriental. Este último es la causa del mayor número de residentes actuales en Nakivale.

Muchos han vivido aquí durante uno o dos años, otros durante décadas; sin embargo, la mayoría considera Nakivale su hogar.

A diferencia de otros gobiernos en la región, las autoridades de Uganda conceden a los recién llegados parcelas de tierra cultivable y materiales para construir una vivienda básica, con el fin de que se conviertan en autosuficientes. Asimismo, los hijos de los refugiados tienen acceso a la educación primaria gratuita, mientras que a sus padres se les otorga un permiso para trabajar y así puedan contribuir a la economía.

Uganda alberga a más de 1,5 millones de refugiados y les permite desplazarse libremente dentro del país. La idea es que, si pueden administrar sus negocios en otras ciudades o pueblos, no habría motivo alguno para que no puedan viajar a su libre albedrío.

"Ellos viven sus vidas como tú y yo", señala Bernad Ojwang, director nacional del American Refugee Committee (ARC, por sus siglas en inglés) en Uganda, el cual colabora estrechamente con el club Rotaract de Nakivale.

Aunque la abundancia de tierra agrícola le permite a Uganda ser generoso en materia de refugiados, Ojwang añade que el sistema refleja la fuerte creencia en que en vez de un problema, los refugiados podrían representar un beneficio para el país.

"Uganda se ha dado cuenta que tan pronto un país comienza a ver a los refugiados no como una carga, sino como una oportunidad, cambian muchas cosas" dice Ojwang.

"ROTARY MARCA LA DIFERENCIA".

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