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En la actualidad, ser docente es un verdadero privilegio

ROLANDO CRUZ GARCÍA
"La mayor señal del éxito de un profesor es poder decir: Ahora los niños trabajan como si yo no existiera."

— María Montessori

A propósito del recién celebrado Día del Maestro, no hay mejor ocasión para reflexionar sobre tal celebración y acerca de tan cuestionado personaje de nuestra sociedad.

De todos es conocido el doble discurso con el que, en México, nos referimos a los profesores; por un lado les damos el reconocimiento discursivo de que no hay nadie más importante en la sociedad y en la escuela que el maestro, incluso detallamos una serie de atributos que el profesor debe tener siempre; por otro lado, constatamos que no sólo no los reconocemos realmente, sino que además se les obliga a soportar pésimas condiciones laborales y salariales.

Es frecuente escuchar que los profesores son los responsables del fracaso escolar de los estudiantes y que por múltiples razones reprueban a los alumnos; cuando en la realidad existen estudios científicos en pedagogía y evaluación que han demostrado que los resultados del aprovechamiento escolar son multirreferenciales; es decir, competen a los alumnos, profesores, métodos, planes y programas de estudio, escuelas, familias y comunidad.

Los escenarios que acompañan al docente en su diario trajín laboral son, en muchas ocasiones desoladores, ya que además de interpelarlo respecto a la eficacia y eficiencia de su tarea, les echamos en cara: "Por qué reprueba a mi hijo".

Los profesores(as) se preguntan: ¿Somos acaso Quijotes lidiando contra molinos de viento? ¿Somos generales que enarbolan la bandera blanca rindiéndose ante la superioridad del enemigo?, me parece que no somos ni una cosa, ni la otra, entonces ¿qué somos? considero que somos más una brasa encendida difícil de apagar, el nexo del presente con un futuro esperanzador; somos la fuerza que mueve, el cariño que motiva y la palabra que descubre cultura.

Las características de nuestra condición humana que por vocación, abrazan a la docencia, es la que nos permite tolerar y enfrentar la desesperanza de no poder actuar y corregir de inmediato la adversidad del fracaso escolar.

Ser educadores, entraña un compromiso histórico y social, precisamente porque el propio quehacer se resuelve en la cotidianeidad de la relación profesor-alumno (Tal vez el vínculo más importante en el aula y en la escuela).

Asumir esta relación, exclusivamente como obligación meramente formal y laboral, es despojarla de su real sentido, pues supone desconocer que la historia se forja con el aporte de las biografías personales de los alumnos y que el docente retiene para sí el privilegio de escribir en ellas.

La relación alumno - profesor constituye el medio idóneo que coloca al docente en una posición expectante ante la sociedad, porque con su acción contribuye para hacer historia, entretejer historias.

El docente es dueño y señor de su aporte teórico, técnico y humano; no obstante, no lo es del resultado de los mismos. Tal paradoja afirma que la educación no es un fenómeno colectivo, sino un prodigio personal, porque se hace con el consentimiento libre del educando.

Los resultados inmediatos vía estímulo - respuesta reducen la acción educativa a una mera instrucción, aun cuando aligeran y soportan la tarea del docente.

El docente ha tenido que ir y actuar siempre contra corriente. Por lo que no debe asombrarnos, desconcertarnos o desanimarnos, ya que los vientos no siempre juegan a nuestro favor.

La situación del mundo actual es difícil, compleja y globalizada, dado que en ella conviven toda una gama de problemas que van desde los éticos hasta tecnológicos, lo que puede hacernos dudar acerca de la eficacia de nuestra tarea educativa.

La educación es un proceso de largo aliento, su fin es el perfeccionamiento de la persona y el límite que cada sujeto tiene, también viene limitado por las circunstancias, recursos y posibilidades que se nos presentan en el plano de lo concreto.

La perfección no se obtiene de golpe, de una sola vez, sino por etapas y por tiempos (en aproximaciones sucesivas, diría yo). Este mecanismo es ya en sí un hecho educativo y se halla tejido de metas y objetivos parciales que en el tiempo se van logrando. La educación no es ni atemporal ni estática ni menos extraordinaria. Más bien apunta a la gradualidad de lo que se enseña y de lo que se aprende.

Cuando logramos "meter" a nuestros alumnos en el presente, en el ahora, es cuando son capaces de saborear los logros que este tiempo les permite. Pero ¿Qué se consigue en el presente? Logros en apariencia sencillos, pequeños y ordinarios, pero asibles. Aprendizajes, destrezas, habilidades, conductas, algunos valores y lo más importante es que los estudiantes tengan la posibilidad de poseerlos, de hacerlos propios.

El propio movimiento por ser mejores se convierte en el patrimonio personal que, como hecho experimentado, se torna en actitud de servicio: procurar siempre que el alumno sea mejor que uno.

Servir es proponerse como medio para que los estudiantes logren sus fines, aquí radica la grandeza del verdadero líder: el que inspira, motiva y mueve conciencias.

Su tarea más importante será la formación de las nuevas generaciones y a partir de ella, la trascendencia del profesor estará garantizada; Es por todo ello que ser maestro en la actualidad es siempre un verdadero privilegio.

Agradezco sus comentarios a: [email protected]

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Escrito en: ROLANDO CRUZ GARCÍA

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