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¡Ay, yo ya no!

Opinión - Miscelánea

¡Ay, yo ya no!

¡Ay, yo ya no!

Adela Celorio

Escuchar como ventilan sus sueños, me deja con la impresión de que ni viven en el mismo México que los ciudadanos conocemos, ni están enterados de la bancarrota moral en que nos encontramos.

No hay que preguntarse qué puede hacer el país por mí, sino qué puedo hacer yo por mi país. — John F. Kennedy

Dado que cada mayo lo obligado es felicitar a las madres, pues nos felicito con el deseo de que cada una de nosotras reciba lo que merece. Una vez cumplida la felicitación, lo que me pide el cuerpo es compartir el enojo que me provoca la repetición de mensajes con que nos aturden los partidos políticos.

Cada mañana, mientras me pongo preciosa, debo soportar que el radio me machaque los oídos con sus tercos spots. Pienso en el dinero del contribuyente convertido en basura y me da rabia. Tampoco puedo ya con el discurso de los soñadores que aspiran a ocupar la silla del águila. Amor y Paz, ofrece ahora el candidato que “con terquedad, con necedad, con perseverancia, rayando en la locura, de manera obcecada”, lleva años persiguiendo la Presidencia. Con razón se ve tan jodido. Ahora enarbola el estandarte de la Morena, que ya probó su eficacia cuando Miguel Hidalgo y la Independencia. El candidato del amor exalta a “su pueblo” con el ofrecimiento de que, con el sólo poder de su dedito, se acabarán la corrupción, la ingobernabilidad y la violencia que están incendiando al país. Asegura que, si su Morenita le concede la reelección como Presidente Legítimo, creará una constitución moral y todos y los mexicanos seremos buenos y felices. Dulces sueños. Ojalá no despertemos en medio de una pesadilla.

Con la energía y vitalidad de su juventud, y el conocimiento de que prometer no empobrece, otro competidor puntero ofrece llevarnos al primer mundo sin escalas. Más moderado, realista y conocedor de la poderosa maquinaria política que nos tritura desde el Partido que lo hizo suyo, pugna un tercer aspirante. Que sea arropado por personajes como Romero Deschamps, Manlio Fabio Beltrones, Humberto Moreira y los bribones de siempre, deja bien claro lo que podríamos esperar si ganara las elecciones.

Escuchar como ventilan sus sueños, me deja con la impresión de que ni viven en el mismo México que los ciudadanos conocemos, ni están enterados de la bancarrota moral en que nos encontramos. No parecen estar al corriente de la ingobernabilidad y la violencia que ya forman parte de nuestra realidad cotidiana. A pesar del ruido que hacen, no escucho a ninguno que reconozca la urgencia de devolvernos el papel de mandantes que nos han secuestrado. No los escucho reconocer que la honestidad es una convicción personal que sólo se adquiere con el ejemplo y la educación. “Si usted piensa que la educación es cara, pruebe con la ignorancia y verá.” Nosotros ya probamos la ignorancia. La formación de varias generaciones de mexicanos estuvo a cargo de la maestra Gordillo y los resultados están a la vista: maestros convertidos en delincuentes, ciudadanos convertidos en corruptores porque no hay otra manera de avanzar.

No escucho a ningún presidenciable mencionar el esfuerzo conjunto que se requiere del gobierno y la sociedad para corregir el rumbo de colisión que llevamos. Tomará algunos años expulsar al pequeño PRI que todos llevamos dentro. El mismo Peña Nieto afirmó que en nuestro país la corrupción es cultural. Indudablemente lo es, si entendemos por cultura lo que cultivamos en la mente de nuestros hijos mediante las conversaciones que escuchan en la casa, las formas en que ganamos y gastamos el dinero, los libros que leemos. Todavía no escucho a un candidato que con los pies en la tierra asuma que la moral no es un árbol de moras. Como dije antes, la honestidad es una convicción personal. Sin ella, no hay forma de dejar atrás la corrupción. Confieso que estoy deseando que un buen ginecólogo amarre de una vez las trompas de los soñadores. ¡Por favor! Un poco de silencio para poder pensar. A usted, pacientísimo lector, le recuerdo que todo lo que está muy mal aún puede empeorar. Si se cae el techo de México, nos va a aplastar a todos.

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