Esta pequeña flor tiene un gran nombre: maravilla.
Las hay de muchos colores: rojas, moradas, amarillas, jaspeadas, color de rosa, blancas. Su perfume casi no perfuma. Se diría que a la flor le da pena ser; que se avergüenza de existir.
En este mes de mayo las niñas hacen collares de maravillas y los ponen a los pies de la Virgen en la capilla de Ábrego. A la luz de la luz que por los vitrales entra las maravillas se ven maravillosas. Parecen gemas -rubíes, topacios, ópalos, granates- que adornan el sitial de una reina.
Me conmueve esta sencilla flor. A lo mejor ni siquiera sabe que es flor. Si mirara a una rosa seguramente se acomplejaría, como dicen en la ciudad. Ni siquiera puede presumir de humilde, como hace la violeta, y se ruborizaría ante un sensual clavel. Pienso que su nombre le parece excesivo, y que le gustaría llamarse con otro más modesto.
Amo a las maravillas que hay en mi jardín. Cuando nadie me ve ni me oye voy y les digo en voz bajita: "¡Qué maravilla son ustedes, maravillas!".
Hasta mañana!...