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Suma de incertidumbres

NUESTRO CONCEPTO

México atraviesa por un momento sumamente delicado. Viejos problemas convergen con otros no tan viejos. Los vientos internacionales soplan ya para otros rumbos. El comercio mundial ve tambalear sus antiguos paradigmas. La polarización domina un campo político cada vez más degradado. La confianza institucional decae mientras avanzan los escándalos de corrupción, a la par que poderes fácticos, como el hampa, continúan desestabilizando amplias zonas del país. El diagnóstico parece pesimista, pero en todos los casos hay claras manifestaciones de los peligros que se ciernen.

La República Mexicana llega a la elección más grande y compleja de su historia reciente inmersa en una espiral de violencia incluso superior a la experimentada en el sexenio anterior, ya de por sí violento. El actual período es ya el de mayor número de homicidios dolosos en décadas, con estados en donde las fuerzas del orden han quedado completamente rebasadas, como Tamaulipas, Guerrero, Guanajuato, Baja California Sur y Jalisco.

Esta violencia ha golpeado de lleno a la vida política también. Desde que comenzó el proceso electoral en septiembre de 2017, 94 políticos, entre candidatos y funcionarios en el cargo, han sido asesinados, una cifra de la que no se tiene referentes en elecciones anteriores. Pero la inseguridad también ha golpeado a otros sectores de la sociedad, como el religioso o el empresarial, no se diga al ciudadano de a pie que todos los días padece el temor por las actividades del hampa en amplios territorios del país.

En medio de este clima violento queda más en evidencia la irresponsabilidad de algunos gobiernos, funcionarios, candidatos y militantes o simpatizantes de partido que sin escrúpulo alguno fomentan la polarización a partir del odio y la intolerancia hacia quien piensa distinto, no sólo en las redes sociales virtuales, que se han convertido en depositario y caja de resonancia de los peores vicios de la vida pública, sino también en las calles.

El Fondo Monetario Internacional advirtió la semana pasada de los riesgos que existen sobre la economía mexicana en el marco del proceso electoral y apuntó principalmente a dos: el populismo y la corrupción. El primero, aunque se suele señalar a un candidato en particular, es posible encontrarlo en mayor o menor medida en el discurso y las propuestas de todos los aspirantes. La segunda se trata de un fenómeno que ha ensuciado prácticamente todos los espacios de la política al grado que es casi imposible encontrar a algún partido que no tenga en su haber denuncias o procesos abiertos.

En estos días también se viven los momentos críticos del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, con la alta probabilidad de que se cancele por la salida de Estados Unidos o, en el mejor de los casos, se renegocie con menos ventajas para México. Este no es un asunto menor, puesto que en los últimos 20 años nuestros país ha ido consolidando un sector exportador altamente dependiente del mercado norteamericano, por lo que el impacto sería directo en el crecimiento del Producto Interno Bruto de los próximos años.

A lo anterior hay que sumar la mayor de las incertidumbres: la pobreza, un lastre del que México, con todo y sus reformas sociales y económicas desde la década de los 90, no ha podido deshacerse y que, por el contrario, la política asistencial actual continúa propiciando. Este es el escenario que enfrentará de inmediato el próximo presidente de la República. Quienes aspiran a serlo ¿se ven lo suficientemente preocupados y ocupados frente a esta suma de incertidumbres?

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