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Terremoto y sociedad civil

RAÚL MUÑÓZ DE LEÓN

Ciudad de México. Septiembre 19 de 1985. Un fuerte sismo, magnitud de 8.1 grados sacudió a la Capital de la República.

El movimiento telúrico sorprendió y "agarró" desprevenidas a las autoridades, que no estaban preparadas para atender y solucionar emergencias de tal naturaleza, se mostraron incapaces de hacer frente con la eficacia y celeridad que la situación requería. El fenómeno sísmico fue de tal intensidad que produjo daños a la población, con una cifra indeterminada de muertos y heridos y a la infraestructura urbana afectando viviendas, edificios escolares y oficinas públicas. Suspensión de servicios de primera necesidad como electricidad, agua, teléfono y transporte público.

Este sismo superó en intensidad y daños al registrado en 1957 que hasta entonces había sido el más notable en la Ciudad. Ante la carencia generalizada en el país de una cultura de protección civil, de protocolo de acciones y de recursos de toda índole para las grandes catástrofes, y debido también a lo generalizado de la inacción y a la indiferencia oficial por las consecuencias, la situación vivida en las 48 horas siguientes al sismo, fue de un caos generalizado que "se palió considerablemente cuando la sociedad civil comenzó a autoorganizarse en las acciones de rescate y asistencia", informaban los diarios.

Las consecuencias directas e indirectas fueron de diversa índole y abarcaron un sinnúmero de aspectos en la Ciudad de México y en el resto del país: el alto número de víctimas y de heridos, y los multivariados esfuerzos para lograr lo que se llamó en ese entonces "la vuelta a la normalidad"; el cambio en el entorno urbano de diversas zonas, por la creación de nuevos inmuebles que reemplazaron a otros o que ampliaron los existentes; la creación de nuevos espacios públicos como parques, plazas y complejos de edificios que dejaron las construcciones derrumbadas; la mayor participación política de los ciudadanos; el surgimiento de grupos políticos y de organizaciones "no gubernamentales"; el cambio político que generó mayor democratización de la capital del país en 1993 con la creación de la Asamblea de Representantes del Distrito Federal; la posibilidad de elegir a sus gobernantes en 1997 y la creación de disposiciones legislativas acordes a la realidad sísmica de la capital mexicana y otras tendientes a la cultura de prevención y de protección civil que den respuesta a las grandes emergencias.

Ante la inacción del gobierno y la actitud oficial minimizadora de los daños que el fenómeno produjo, la gente se organizó de manera espontánea y rápida, llevando a cabo acciones de rescate y de ayuda a los damnificados. Sin embargo, algo bueno dejó: el terremoto dio origen a que se crearan dos instituciones que entonces no existían: el Sistema Nacional de Protección Civil y el Fondo Nacional de Desastres Naturales (Fonden).

Así nace el concepto de Sociedad Civil, pues en aquel terrible y trágico momento, no se habló del pueblo, de la gente, de la población, sino de la sociedad civil; los distintos medios de comunicación, destacaban en sus notas informativas que "ante el panorama desolador que el movimiento de la tierra generó, la sociedad civil se organizó de tal forma" dando ejemplo al gobierno de cómo se hacen las cosas, realizando tareas que, en estricto sentido, le correspondían a las autoridades, tanto de la Ciudad de México, como de la República.

Simultáneamente con el surgimiento del término, se abre un polémico debate sobre la aplicación adecuada y propicia del vocablo, en el que opinan representantes de los diversos sectores de la población. Finalmente, lo importante y trascendente es alcanzar una definición que tenga empatía con el sentido común, porque dicha definición puede ser tendenciosa, y lo que se requiere es una definición útil para propósitos políticos. En tal sentido, con la de sociedad civil sucede lo mismo que con las expresiones demagogia y populismo: el significado justo poco importa, lo que hace falta saber es para que sirven y cómo se usan.

Desde su origen, el término Sociedad Civil ha servido y sirve para justificar las aspiraciones de un segmento de la "clase política" que se atribuye autoridad moral porque supuestamente es ajena a la política; por eso resulta interesante el análisis de sus rasgos retóricos. Este concepto sociológico novedoso es usado frecuente y habitualmente desde hace treinta años, aproximadamente; a partir de 1985, como se dijo al inicio de este Enfoque.

Se usa como recurso retórico para darle fundamento, importancia y consistencia a las faenas de rescate, al mismo tiempo que se denunciaba la incompetencia, la corrupción y la desorientación de la autoridad. Adjetivar la palabra sociedad añadía una pronunciación que rayaba en lo profético y conjeturaba políticas de mayor alzada.

El vocablo Sociedad Civil se usa como parte de un discurso descalificador del gobierno; discurso beligerante que resume las críticas habituales contra los políticos, los burócratas, los partidos: la sociedad civil es buena, dicen sus portavoces, porque es una especie, más moderna y refinada, de la noción de pueblo, con sus atributos clásicos: autenticidad, espontaneidad, energía. . .

El Profesor-Investigador de El Colegio de México, Fernando Escalante, autor de "La política del terror", "Ciudadanos imaginarios", "El Principito o Al político del porvenir" y "Una idea de las ciencias sociales", entre otros trabajos de ensayo, y diversos artículos en numerosas revistas mexicanas e internacionales como Nexos y Vuelta, aborda el tema de este Enfoque, y es claro al afirmar:

"Véase". La retórica: "todos los políticos son iguales: mentirosos, corruptos y ladrones. Lo único que les interesa es robar. Las elecciones son una farsa para taparle el ojo al macho. El Estado no es más que un botín y un instrumento para extorsionar". "En cambio, el Pueblo Mexicano (ahora Sociedad Civil) es demócrata, generoso, respetuoso de la Ley, y tiene una larga historia de luchas en busca de la libertad y la justicia".

"La retórica de la Sociedad Civil ha sido bastante eficaz. Ha servido para cohonestar las pretensiones de una porción de la clase política, porque sus sesgos favorecen ciertas formas de organización, favorecen a cierto tipo de notables y conducen la discusión política hacia el resbaladizo terreno de la moral, donde los desplantes, la demagogia y la intransigencia llevan las de ganar".

"En el origen está la crítica difusa del Sistema, que da pábulo a la desconfianza hacia las instituciones públicas, los partidos políticos y, en general, los mecanismos de la representación política. Es entendible, porque la confianza está justificada: en todo el mundo surge, de manera recurrente, el mismo tipo de inconformidades con la solución parlamentaria, por las tendencias oligárquicas de los partidos, por la autonomía de que gozan los políticos, por la lentitud, la ambigüedad y la falta de transparencia de los procedimientos de rutina".

"En México se suma a eso la desconfianza, otra vez justificada, hacia los procedimientos electorales y la especial circunstancia de que los cargos públicos sean usados como patrimonio particular y familiar de quienes los ocupan. Sin embargo, hay que destacarlo, quienes se ostentan como líderes de la Sociedad Civil, no son responsables ante nadie; su figura es gratuita y frecuentemente autoritaria. Se trata, en el mejor de los casos de reuniones de amigos más o menos bien intencionados; en los peores, se trata de empresas bien orientadas, como debe ser, tan sólo por el provecho económico".

"Para decirlo en una frase -continúa Escalante- los portavoces de la Sociedad Civil son los que en otro tiempo se llamaban grupos de presión, sin duda necesarios, que pueden ser muy útiles, pero que nunca podrán sustituir a los partidos políticos ni mucho menos algo que, con sentido, pueda llamarse interés público".

Y concluye de la siguiente manera: "La retórica facilita las cosas, porque es muy poco exigente. A fin de cuentas, la Sociedad Civil (el Pueblo Mexicano de antes) somos todos, de modo que cualquiera puede hablar en su nombre. Con un apoyo tan elemental, pueden crearse mecanismos de gestión de intereses de cualquier índole, y pueden hacerse moralmente aceptables. En la práctica, forma la Sociedad Civil, A. C. una larga serie de notables del periodismo, de la academia, de la Iglesia y muchos también de la política profesional. Llevan a cabo, por lo común, tareas de intermediación fuera del sistema de partidos y fuera de las instituciones públicas: tienen clientelas de muy diversa naturaleza, y escogen sus temas con entera libertad; lo que les caracteriza es que buscan legitimar su posición mediante un discurso moralista que los sitúa fuera del sistema político".

"Lo grave, sin embargo, sería que el proceso pusiera en riesgo la precaria estructura liberal del Estado Mexicano. Estamos lejos de ello, pero la conjetura no es descabellada. Porque es posible, sin duda, terminar con los partidos, con los viejos políticos y sus arreglos; es posible, e incluso frecuente, que algún "iluminado", harto de la podredumbre de la política, pretenda imponer el reino de la virtud".

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