En las citas que tuvo Ricardo Anaya esta semana hubo oportunidad de conocer sus ideas y estilo y pudimos apreciar el acervo de datos que lo avalaba. Los entrevistadores, todos hábiles y experimentados periodistas, reconocían la agilidad con que Anaya sorteaba las muy bien apuntadas preguntas que le lanzaban. Era un jurado de respeto: René Delgado, Joaquín López Dóriga, Leopoldo Gómez, Denisse Maerkel, Raymundo Riva Palacio y Leo Zuckermann. En el curso del examen, afloraba a veces en ellos la socarrona sonrisa que premia la perspicacia.
Era inevitable la comparación con José Antonio Meade, que noches antes había dado muestras de un dominio de sus datos y de cabal aprovechamiento de sus años al frente de más de tres secretarías de estado. Mientras el candidato del PRI dejó la impresión de ser un administrador técnico de primer orden, Anaya dio pruebas de saber sortear cualquiera situación que le llegaba con exquisita finura y eficacia. Comparado uno con el otro Anaya sorteará situaciones con astucia y el otro, Meade, con datos.
En último término la diferencia entre ambos contendientes está en el estilo de resolver problemas. El uno, atajarlos con cuidadoso previo análisis, mientras que el otro con su habilidad de salirse del los perfiles del problema para hallar respuestas fuera de él, con imaginación y originalidad.
Del tercer candidato contendiente, a penas hay que hablar. Sumergido en su propia visión de las cosas, espera que todo el mundo las viva como él.
Las entrevistas colectivas que hemos presenciado en la TV han mostrado solo una parte de las personalidades que aspiran a gobernarnos. No hemos acabado de conocer sus propuestas pero sí sus actitudes personales frente al difícil panorama de ser jefe del gobierno. El olímpico desdén de AMLO ante cuestionamientos importantes lo hace ignorarlos, y corresponde puntualmente al sabio conocimiento del pueblo mexicano que él está convencido de poseer. Supone que el público no se fija en los detalles de la contienda electoral en proceso. Ante un mundo nuevo donde el engaño prevalece, AMLO escoge guiarse solo percepciones.
Sus dos contrincantes, son a su ver, representantes de un México sublimado en la informática moderna. Sus discursos tienen de común que comportan datos más que vivencias. Pero al gran electorado, lo sabemos aquí al igual que en Europa o Estados Unidos, le sobre información. Lo que quiere saber de sus problemas es cómo resolverlos. Ahí está el detalle.
En el siguiente debate, el del 20 de mayo y el siguiente en junio, sabremos más de lo que proponen los dos y lo que proponen para las enfermedades sociales de corrupción e inseguridad.
Los realismos de Anaya y de Mead corren canales completamente diferentes al de López Obrador. Los diagnósticos de los primeros dos pueden ser acertados pero ni uno ni el otro ha experimentado en lo personal los problemas que analizan y recetan. Esto no los descalifica porque la complejidad del mundo actual necesita precisamente lo que ellos aportan: preparación y profesionalildad.
Quedan huecos que podrían colmarse en las próximas semanas y que aluden a las relaciones con el país vecino al norte.
Todos los candidatos deben proponer la forma de convertir nuestra condena geográfica en ventaja para nuestro futuro desarrollo que no solo trata de justicia comercial y migración. Una cosa es la norteamericanización que México sufre en los niveles juveniles y en las clases económicamente tranquilas por razones de vecindad, y otra es la urgencia de defender nuestra cultura secular con sus valores contra la adopción de modos de vivir en las que impera el comercialismo más crudo.
Faltan días para saber más de los dos candidatos jóvenes con ambiciones. Del tercero sólo hay que desearle lo mejor.
