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El club de los juegos nucleares

La carrera por la aniquilación

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Saúl Rodríguez

El lanzamiento de las bombas atómicas en Hisoshima y Nagasaki marcó el inicio de la Era Nuclear. Desde la Segunda Guerra Mundial no se ha registrado otro ataque de este tipo en algún conflicto bélico. Sin embargo, recientes tensiones causaron temor ante la posibilidad de que los horrores de destrucción y aniquilación social sufridos en Japón se repitieran. En este juego los poderosos usan sus fichas económicas, políticas y geoestratégicas para afianzar su posición. ¿Quién será el ganador de la partida?

El autor soviético Boris Urlanis señala que las guerras existen a raíz de la creación de la propiedad privada. En la época del capitalismo industrial las grandes potencias se esmeraron en ampliar, por medio de conquistas coloniales, sus mercados de venta, sus semilleros de materias primas y las áreas de influencia política utilizando la violencia.

José Manuel Macias Rocha, psicoterapeuta español, califica al ser humano como un animal dotado del máximo sentido de destrucción. Señala que las violentas capacidades de la modernidad fueron advertidas por Sigmund Freud, un convencido de que los individuos racionales eran capaces de emprender acciones horribles.

En una carta fechada en 1933 y dirigida a Albert Einstein, Freud le comentó al científico alemán que la violencia de la época se encontraba en la “más absoluta oposición psíquica que les imponía la civilización”.

La destructividad pues, dejó de ser un fenómeno meramente coyuntural o accidental y fue adherida a la estructura psíquica del ser humano. Al principio, indica el escritor mexicano Ignacio Solares, Freud consideraba que contener la agresividad era insano para un individuo. Tras los conflictos bélicos de Occidente, surgió la idea de que “todo instinto destructivo puede transformarse en conciencia”, ésta tesis supuso la única salida ante el corpus agresivo del humano.

Durante mucho tiempo, Freud omitió el tema de la violencia, probablemente porque el mundo vivía tiempos de algún modo tranquilos, pero, tras la Primera Guerra Mundial su atención se centró en analizar este fenómeno.

Comprendió que las concepciones republicanas del siglo XIX eran ya anegadas por la moderna potencia de fuego, lo cual perjudicaría a la población civil al introducir los recursos de la propaganda y la reyerta psicológica afines a la celebración de las hostilidades.

En una guerra, el poder político y el poder económico son los cimientos de la capacidad militar. El mundo se vuelve un tablero de uso exclusivo para los poderosos, las potencias mundiales emplean los recursos a su alcance para no quedarse fuera del reparto una vez acabado el conflicto.

Eso ocurrió con el primer estruendo bélico de alcance planetario; tuvo por objeto el reparto del mundo y de sus esferas de influencia. Se podría suponer que con la firma del Tratado de Versalles y el fin de los intercambios de metralla, el ser humano habría aprendido la lección. No fue así. La carnicería suscitada en la Segunda Guerra Mundial fue cinco veces más grande.

Entre estos dos conflictos, perdieron la vida alrededor de 90 millones de personas. Los números son fríos. Es indispensable tener en cuenta que no sólo dejaron de existir 90 millones de cuerpos sino la misma cantidad de ópticas, ideas, maneras de apreciar la realidad del mundo, su mundo.

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Médico neurólogo, Sigmund Freud. Foto: GettyImages/Bourgeron Collection

PROGRESO DESTRUCTOR

Utilizar al progreso como plataforma para la conquista no es exclusivo de tiempos modernos. El trámite según el cual la nación vencedora vierte su ideología sobre la civilización derrotada, profana los santuarios de sus dioses e impone un nuevo orden social y modus vivendi, también acompañó a las primeras guerras de la historia.

Pero, ¿qué implica ultrajar una realidad ajena? Para el filósofo Karel Kosík, la realidad se presenta ante el individuo como “el campo en que ejerce su actividad práctico-sensible y sobre cuya base surge la intuición práctica”. El ser humano establece sus propias representaciones de las cosas y construye un sistema consecutivo de conceptos con el que percibe y consolida la característica fenoménica de la propia realidad, permitiéndose generar una visión del mundo a través de la práctica de sus actividades, para así, existir.

Todo modo de existencia humana tiene su cotidianidad, ésta constituye un margen donde todo se encuentra al alcance de la mano y las metas del individuo son realizables. Es una atmósfera natural y no se cuestiona su sentido. La vida diaria fertiliza la base de la existencia.

La guerra, según el autor checo, destruye la vida cotidiana y aleja por la fuerza a millones de individuos de su medio ambiente. En la confrontación entre guerra y cotidianidad, esta última es arrasada. Millones de personas ven perecer el ritmo habitual de sus días.

Algunos intelectuales y científicos se declararon en pro de las hostilidades, como si combatirnos los unos a los otros fuese indispensable. Hutten, figura del Renacimiento, consideraba conveniente la conflagración “a fin de que la juventud salga y la población disminuya”; Nietzsche, quien nunca sintió aprecio por la paz, escribió en Así habló Zaratustra que “la buena guerra es la que santifica todas las causas”; el almirante estadounidense Stephen Luce veía los efectos positivos de guerrear: “estimula la actividad creadora del pueblo y es uno de los grandes agentes del progreso humano”. El propio Freud escribió a Einstein que la guerra “parecía ser algo completamente natural”.

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Composición digital que muestra las ruinas de la plaza Theaterplatz en 1946, comparado con la reconstruida Dresden de hoy. Foto: Fred Ramage / Getty Images

En todos los casos se trata de posturas previas a la invasión a Polonia, incursión que desató el conflicto más mortífero visto por la humanidad. Hacían la apología de la violencia como medio progresista, recurso utilizado para moldear ideologías y sistemas económicos del agrado de la nación preponderante.

Los nazis inculcaron en sus soldados la “solución final”, una que no consistía en invadir espacios ajenos sino en el exterminio de otros pueblos. El “progreso” alemán dependía de hacer una hecatombe con sus rivales. Como Hannah Arendt escribió: “La de la aniquilación es la única guerra adecuada al sistema totalitario”.

Sin embargo, los errores cometidos a nivel militar cambiaron el papel de Alemania de victimario a víctima. Acorralados ante los embates de los aliados, los nazis contemplaron a su país sumido en la destrucción. Ciudades como Colonia o Dortmund fueron devastadas en casi un 60 por ciento.

El papel de Estados Unidos como potencia bélica, política y económica se consolidó tras finalizar la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, las heridas de la Gran Depresión lo previnieron de involucrarse durante un buen tiempo en el segundo conflicto. A raíz del ataque japonés a la base marítima de Pearl Harbor, en Washington decidieron tomar parte activa en el conflicto.

Desde principios del siglo XIX, un autor ruso, Iván Blioj, advirtió que las futuras guerras arrojarían más víctimas mortales que las anteriores, gran culpa de esto recaería en la invención de nuevos tipos de armas mortíferas.

El desarrollo tecnológico y la necesidad de rendir a los alevosos japoneses orillaron a Estados Unidos a hacer uso de las armas nucleares que diseñaron en secreto a través del Proyecto Manhattan. Dicha investigación surgió como respuesta política al Proyecto Uranio que años atrás habían iniciado los nazis y gracias al cual lograron la fusión nuclear. Alarmados por las investigaciones alemanas, Estados Unidos se apresuró a llegar a la meta.

En el Proyecto Manhattan participaron científicos estadounidenses y exiliados europeos. Durante años de paciente y callado trabajo, respondieron a sus propias necesidades, a su vocación de investigadores en pro de la ciencia, sin percatarse de que a resultas de sus ímpetu emergería el arma más mortífera conocida: la bomba atómica.

A pesar de haber sido acorralados y debilitados por los norteamericanos, la ideología militar japonesa mantenía a los hijos del Sol Naciente firmes en las líneas de defensa. Estados Unidos bombardeaba con frecuencia el país asiático sin obtener los resultados esperados. Las estrategias se agotaban, se optó por un lance definitivo.

Tras el éxito del ensayo nuclear realizado en Nuevo México el 16 de julio de 1945, el presidente estadounidense, Harry S. Truman, ordenó el lanzamiento de la primera bomba atómica sobre la ciudad de Hiroshima. Se desconocía el alcance real de la nueva arma, jamás había sido probada en combate ni mucho menos sobre una población. El artefacto fue bautizado con el nombre de Little Boy y sus 64 kilogramos de uranio estallaron la mañana del 6 de agosto de ese año a 600 metros de altura del objetivo urbano.

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Anuncio que fomentaba resguardar los secretos entre los trabajadores del Laboratorio Nacional Oak Ridge. Foto: Manhattan Project Voices .Org

El horror quedó retratado en suelo nipón, sombras estampadas en el asfalto; el único recuerdo de aquellas vidas cegadas. El silencio devoró a casi todos los testigos. Pocos testimonios fueron rescatados de la Dite evaporada. Seis de ellos se aferraron a la pluma de John Hersey, ganador del Pulitzer, quien se atrevió a escribir un artículo en el que narró lo sucedido en aquella aurora veraniega.

Hersey tituló a su trabajo Hiroshima y en él se expone el modus vivendi de sus habitantes, su cotidianidad, antes de que un resplandor mortífero apagara para siempre sus visiones del mundo: oficios, ritos, costumbres, tradiciones, creencias, valores y perspectivas.

A pesar de la superlativa demostración de poderío, Japón se rehusó a rendirse. Washington no titubeó y, tres días después de arrasar Hiroshima, ordenó el lanzamiento de Fat Man, otra bomba, con 6.2 kilogramos de plutonio, sobre la ciudad de Nagasaki. Los hijos del sol tiraron la toalla.

La fuerza nuclear no sólo acabó con la guerra. Cerca de 300 mil civiles murieron durante y después de aquellos ataques, a causa de las quemaduras y la radiación. El paisaje urbano de dos ciudades quedó destruido, también desaparecieron sus paisajes sociales.

Durante días, los sobrevivientes deambularon sin rumbo entre los escombros. Sufrieron trastornos depresivos. Su mundo había desaparecido. Las enfermedades por la exposición a la tóxica energía acabaron por romper su voluntad guerrera. Su cotidianidad arrasada se configuró en un vacío destinado a una nueva cotidianidad: la surgida una vez concluido el trastorno bélico.

Japón pagó caro la iniciativa nuclear de los alemanes, verdadera causante de la investigación norteamericana creadora de Little Boy y Fat Man. Estados Unidos siempre ha sostenido que, de no haber lanzado las armas nucleares, habrían muerto muchas más personas al aprobarse una invasión por tierra.

Después de la rendición, Japón se convirtió en una especie de “colonia no declarada” de los estadounidenses. Sus sistemas económico y político cambiaron al ritmo del capitalismo occidental. La figura del emperador se degradó y Washington supo utilizarla para llegar al imaginario de esa sociedad oriental e imponer su visión del mundo.

Estados Unidos se repartió la península de Corea con los soviéticos. Bases militares de la Unión Americana se instalaron en Corea del Sur y Japón. Nació una especie de neocolonialismo, en estos países todavía es fuerte el influjo de los norteamericanos. La nación japonesa se convirtió en un titan económico. La historia alemana fue similar.

La resurrección de esos dos países del eje como grandes potencias respaldadas por el bloque occidental puede explicarse conforme a lo dicho por Hannah Arendt: “Lo que los hombres producen pueden destruirlo y lo que destruyen pueden construirlo de nuevo”.

Estados Unidos y la Unión Soviética se erigieron como los grandes triunfadores del conflicto mundial. Surgió otro reparto del mundo. Alemania se dividió y cada quién tomó una parte. No obstante, las dos potencias iniciaron otro juego: el del espionaje. Gracias a sus operaciones de infiltración, los soviéticos consiguieron los planos de las bombas atómicas; para cuando Washington se dio cuenta, Moscú ya contaba con su propio programa enfocado a generar proyectiles militares. Inició la Guerra Fría.

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Izquierda, primer dispositivo nuclear Little Boy. Derecha, explosión de la bomba Fat Man sobre Nagasaki. Foto: NARA / USAF

TENSIÓN

Los espías rusos obtuvieron los documentos ultrasecretos del Proyecto Manhattan y las estrategias bélicas cambiaron para siempre. Estados Unidos creó una máquina de horror que sería reproducida por otras naciones. La idea de que los soviéticos tuvieran un programa nuclear con el mismo poderío que el suyo no era grata.

La década de los cincuenta trajo consigo una batalla de amenazas. La comunidad internacional era presa de los nervios ante la tensión existente entre los dos competidores de la carrera armamentista. El miedo prensaba las arterias de las política mundiales. Parecía que la humanidad se hallaba en la antesala de una tercera conflagración de dimensiones mayúsculas.

No obstante, el mayor de los temores nunca se materializó. En su lugar hubo guerras satélites. Soviéticos y norteamericanos apoyaban a un país o ejército en sus pugnas con la fuerza patrocinada por la otra potencia. No eran batallas directas, financiaban a los contrincantes según sus intereses.

Con la potencia del plutonio al alcance de un buen número de jugadores, en Washington y Moscú surgió la preocupación por regular los programas nucleares y el uso y fabricación de este tipo de armamento. En 1968, quedó abierto a la firma en la ONU el Tratado sobre la No-Proliferación de Armas Nucleares. Entró en vigor desde 1970.

Este documento, representa el único marco de referencia a propósito del desarme de las naciones que cuentan con ojivas y sobre el uso pacífico de la energía nuclear. Es también el único compromiso de este tipo reconocido por las grandes potencias en pro de un desarme civilizado.

En 2016, durante la Cumbre de Varsovia, los miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) refrendaron su compromiso con el acuerdo. Desde 1980, el número de ojivas se ha reducido en un 21 por ciento, esto luego de alcanzar un pico máximo de 70 mil unidades. Como puede apreciarse a simple vista, dichas armas están lejos de desaparecer.

Hoy día, Rusia conserva un inventario de 7 mil ojivas nucleares; le sigue Estados Unidos con 6 mil 800; muy atrás están Francia (300), China (270), Reino Unido (215) y Pakistán (200).

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La dos Coreas se comprometieron a cooperar para establecer una paz permanente en la península, y a abrir conversaciones con Estados Unidos para firmar un tratado de paz definitivo que sustituya al armisticio. Foto: AP/Korea Summit Press Pool

Otras naciones con existencias de destrucción masiva son India (110), Israel (80) y Corea del Norte (10). En 2015, Irán, otro jugador frecuente, se comprometió a eliminar sus reservas de uranio.

Tras la caída del muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética a principios de los noventa, se pensaba que Estados Unidos se mantendría como la única potencia. El control del armamento nuclear se relajó. En el siglo XXI emergieron peligros de consideración, Rusia resucitó, y el mapa geopolítico cambió.

El avance de la tecnología militar mantiene a los rivales sin apartar la mirada del otro. Diversas amenazas vigentes ocupan algún sitio en el tablero renovado. De la élite nuclear apenas cinco países forman parte del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas: Estados Unidos, Francia, China, Reino Unido y Rusia. Los demás juegan un papel secundario en las políticas internacionales. La excepción es Corea del Norte, la Corea rebelde que desafió a la ONU.

Estos países, explica en entrevista Francisco Márquez de la Rubia, investigador del Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE), creen que la capacidad nuclear les permite acceder a una posición de ventajas o privilegios en el panorama internacional. Las causas están fincadas o bien en conflictos históricos no resueltos o bien en que sus regímenes se sienten en peligro en relación con el entorno que les rodea.

Márquez indica que el primero de los casos aplica para describir a Irán, potencia en Oriente Próximo, aspirante a liderar el mundo musulmán: “Tiene un programa nuclear que, según declaran las autoridades iraníes, no aspira a fabricar armamento, y ese es el acuerdo al que se llegó con los cinco miembros del Consejo de Seguridad de la ONU. Sin embargo, la simple detentación de la capacidad nuclear supone un riesgo para sus vecinos que históricamente han sido sus rivales. Hablo de Arabia Saudita y de Israel. Eso es un foco de tensión latente en esa zona, totalmente irresuelto. Mucho más cuando la nueva administración norteamericana se replantea su acuerdo con Irán”.

El investigador español tiene más casos en mente. Resalta lo que se vive en la península coreana, donde el régimen del norte ha utilizado armas nucleares como moneda de cambio para obtener garantías de estabilidad. Desde la llegada de Kim Jong-un al poder norcoreano, y en especial durante 2017, la persecución de ese objetivo se aceleró. Una vez conseguida la capacidad nuclear, parece dispuesto a sentarse para hablar de todo.

El pasado 27 de abril, Kim Jong-un se reunió con el presidente surcoreano Moon Jae-in. Emitieron una declaración conjunta en la que se comprometieron a trabajar por la paz y la desnuclearización.

Días antes de ese encuentro, Corea del Norte anunció que ya no realizará más ensayos ni nucleares ni de misiles intercontinentales, y que va a desmantelar su sitio de pruebas en Punggye-ri, en el norte del país. Analistas de la escena internacional consideran que se trata de gestos mínimos de Kim Jong-un de cara a la verdadera negociación del desarme.

Acerca de creerle o no, varios analistas coinciden con lo dicho por Francisco Márquez: “Esto lo tenemos que ver en los próximos meses, una vez que se produzcan las reuniones de alto nivel entre las dos Coreas y también entre Kim Jong-un y Donald Trump”.

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El presidente Vladímir Putin durante una visita al Instituto Kurchátov, líder en investigación y desarrollo de energía nuclear. Foto: AP/Alexei Nikolsky

VIEJOS CONOCIDOS

El caso más sobresaliente, sin embargo, es el de la tensión a la alza entre Occidente y Rusia. El sentimiento ruso de haber sido desplazados en la geopolítica internacional, explica Francisco Márquez, les ha llevado a acciones como anexarse un territorio ajeno, la ucraniana Crimea, o incursionar guerras “híbridas”, el caso de Siria. “Esto los ha llevado a modificar su doctrina nuclear; es decir, a revisar cómo pueden emplear su armamento, eso ha provocado que también se haya modificado la doctrina nuclear del adversario norteamericano”, comenta.

A principios de 2018, en su Revisión de la Propuesta Nuclear (RPN), la Unión Americana anunció que no tiene intenciones de aumentar su inventario, pero sí de fabricar armas más pequeñas reutilizando las ojivas nucleares existentes. El tamaño del recipiente no las vuelve menos devastadoras.

En el próximo año fiscal de los norteamericanos, prevé el investigador español, se viene un presupuesto de dimensiones considerables en defensa, para el desarrollo de nuevos sistemas de armas y la renovación de muchos de los ya existentes. “Esto complica más el panorama porque, como Estados Unidos es la mayor potencia desde el punto de vista militar, un incremento de estas capacidades, a ojos de potencias que le disputan el liderazgo en otras áreas, ya sea económicas o geopolíticas, sin duda va a provocar un rearme”, dice Márquez.

En el documento mencionado se incluyó una advertencia con dedicatoria a Rusia. Se expone que “cualquier uso de armas nucleares, aunque sea limitado, es inadmisible”. Especialistas en política internacional criticaron a la administración de Donald Trump por atentar contra los acuerdos de no proliferación nuclear. Moscú no tardó en difundir el acuse de recibo.

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El ministro chino de Asuntos Exteriores, Wang Yi aseguró que las instalaciones de Pekín en el Mar de China Meridional son limitadas y destinadas a la defensa. Foto: EFE/Armed Forces of the Philippines

En marzo pasado, Vladímir Putin mostró al mundo su nueva generación de armas de alta tecnología: cohetes y misiles de largo alcance, capaces de dar la vuelta a la Tierra y penetrar los sistemas antimisiles estadounidenses. Para hacer más claro su punto, reprodujo el video de una simulación de ataque. La fuerza rusa hacía estallar Florida, Estados Unidos. La Casa Blanca, indignada, anunció que que reforzaría las sanciones contra Rusia hasta que Crimea sea devuelta a Ucrania.

Más allá de lo bélico, la carrera nuclear tiene un fin político. Putin ha conseguido situar a la Federación Rusa en los primeros planos del escenario internacional, posición que no ocupaba desde la caída de la URSS.

Para Márquez, los progresos rusos son evidencia de que el mundo no ha dejado de ser conflictivo. La tensión sigue viva. “Si después de las grandes guerras y después de las pequeñas guerras de la Guerra Fría alguno creía que la comunidad internacional había llegado al convencimiento de que la ley era lo que debía regir la relación entre los Estados, pues este comienzo del siglo XXI nos demuestra que hay muchos Estados que siguen pensando en que es necesario rearmarse de una forma potente y exhibirlo a la comunidad internacional para ganar peso”.

En Corea del Norte y China han hecho públicos sus inventarios de armamento nuclear mediante desfiles militares y transmisiones de televisión. Según Márquez, los norcoreanos, herméticos en su península y ajenos a todo acuerdo en el seno de la ONU, representan una amenaza seria al ser un régimen totalitario que está rodeado por aliados de Estados Unidos. Su belicosidad afecta a sus valedores históricos (China y Rusia), a quienes ya tampoco obedece.

No obstante, el principio de acuerdo entre Kim Jong-un y Moon Jae-in es, en general, interpretado como una buena señal, particularmente para China, que tendrá un lugar de la mesa de negociaciones.

La comunidad internacional no sabe gran cosa sobre el programa nuclear norcoreano, se ignora qué tipo de controles están utilizando para el enriquecimiento de uranio y la construcción y producción de armas nucleares. Tampoco se sabe si tienen una doctrina nuclear; es decir, en qué condiciones, de qué forma, con qué contrapoderes es posible tomar decisiones para utilizar su arma nuclear. De momento sólo existe un compromiso y no pasos concretos y medibles hacia la desnuclearización.

China, que desaprueba las maneras de guerra fría de Estados Unidos, continua en el proceso de hacer crecer sus capacidades bélicas convencida de que no basta con dominar el continente asiático, también requiere el espacio marítimo: “Está construyendo nuevos grupos aeronavales que le van a permitir demostrar su fuerza en ese entorno cercano (los mares del sudeste asiático) que considera vital para sus intereses”.

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Ceremonia de Firma del Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares, 2017. Foto: Roberto Carlos Sánchez

¿POSIBLE GUERRA?

A pesar de ser un tema con el potencial para cambiar al mundo, apenas un puñado de naciones participan de la partida nuclear. Las demás han tenido que conformarse con observar desde la tribuna, en silencio.

Los países latinoamericanos están excluidos desde que firmaron, en la Ciudad de México en 1969, el Tratado de Tlatelolco, impulsado por el mexicano Alfonso García Robles. El acuerdo surgió a raíz de la crisis de misiles en Cuba. Los firmantes se comprometieron a no desarrollar ningún tipo de investigación nuclear con fines bélicos, y a no construir ni emplear armas con esa capacidad de destrucción.

En fecha reciente, septiembre de 2017, el gobierno de Costa Rica impulsó el Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares. La idea es lograr un mundo libre de este armamento hacia 2025. La ONU fue el altavoz de la propuesta y el documento fue firmado por 122 países (incluido México). Ni las naciones con programas nucleares ni los Estados miembros de la OTAN lo suscribieron. Lo describieron como un instrumento inviable que no toma en cuenta los riesgos actuales, como la amenaza que representa el programa nuclear de Corea del Norte.

Investigadores como Mauricio Jaramillo, experto en relaciones internacionales de la Universidad del Rosario, resumen la cuestión de modo simple: “A nadie le interesa lo que digan Costa Rica, Colombia, Nicaragua o Brasil respecto a las armas nucleares. Lo importante es lo que digan las grandes potencias que tienen la capacidad de destrucción total y absoluta (…) Nosotros, como latinoamericanos, tenemos un papel irrelevante”.

Los expertos coincidieron en que, hoy día, una Tercera Guerra Mundial es improbable. Jaramillo considera que el entramado está sujeto por el conocimiento de lo costosa que es, en términos financieros, económicos y humanitarios, una conflagración internacional de gran calado: “Yo creo que puede haber enfrentamientos indirectos como lo que ocurre en Yemen o en Siria. Pero un involucramiento a escala global yo lo vería bastante improbable”.

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Rescatistas y médicos sirios dijeron que el ataque a Duma mató al menos 40 personas. Foto: AP

Francisco Márquez compartió que las armas nucleares siempre van a ser motivos de tensión entre los países. Aquel que las tiene es consciente de que son para usarse una sola vez. En la actualidad no se han generado condiciones como para ver alguna en acción. El temor a la réplica no es menor: “Una vez que se emplean, seguramente tu enemigo va a emplearlas también, y eso supone que vas a soportar grandes perdidas al igual que las vas a provocar”.

El reciente bombardeo de Estados Unidos, Reino Unido y Francia a la ciudad de Damasco, en Siria, ha vuelto a poner el dedo en la yaga. La causa: el supuesto uso de armas químicas contra civiles en Duma el 7 de abril pasado. Trump cuestionó a Rusia y a Irán, aliados del presidente sirio y presunto responsable, Bachar el Asad. Moscú condenó el ataque orquestado desde la Casa Blanca, alegó que lo ocurrido en Duma fue un montaje de Occidente y que habría serías consecuencias contra Estados Unidos por su intromisión.

Los fantasmas del pasado asaltan el presente internacional. No es complicado adelantar los resultados de un intercambio nuclear: un conflicto letal de gran magnitud, con millones de vidas perdidas en un breve lapso de tiempo; crisis social y económica; contaminación ambiental prolongada.

Mientras los silos de los misiles se mantienen cerrados, un conflicto se libra en el ciberespacio: batallas para ganar inteligencia financiera, económica y militar.

Uno de los damnificados por las reyertas digitales, Mark Zuckerberg, lo tiene claro. En su comparecencia ante el Congreso de Estados Unidos fue cuestionado a propósito de la injerencia rusa en Facebook para influir en las comicios presidenciales de la Unión Americana celebrados en 2016. Zuckerberg reconoció que su plataforma está en constante pugna con operadores del país de Putin que quieren aprovecharse de ella, describió la situación como “una carrera armamentista” en la que los rusos van a seguir mejorando.

Twitter: @BeatsoulRdz

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