Columnas Social

Pequeñas especies

M.V.Z. FRANCISCO NÚÑEZ GONZÁLEZ

UNA CESÁREA EN EL CAMPO Trabajaba de veterinario rural de gobierno en el municipio de Mapimí, Durango, atendía todo tipo de animales grandes y pequeñas especies, tenía más de un año de haber egresado de la facultad y apoyaba en las actividades de manejo de ganado de los ejidatarios, gente sencilla y amigable con las cuales estoy muy agradecido. Realizábamos el manejo de ganado en hermosos y cálidos agostaderos semidesérticos de cientos de hectáreas adornados de mezquites, yucas, huizaches, cactus, cardenches, biznagas, magueyes, de una vegetación árida estampada con hermosas flores típicas del desierto. El manejo del ganado duraba varios días, empezaba con el arreo a caballo del ganado de razas cebuínas de gran temperamento ideal para esos terrenos, al estar reunidas las cientos de cabezas de ganado en los corrales del agostadero, iniciábamos las actividades con la salida del sol, se herraba y aretaba las crías para su identificación, se castraba los novillos, se vacunaba, desparasitaba, vitaminaba, baños de inmersión contra garrapata, se realizaba descorné y se recortaba las pezuñas de los animales que lo requerían, mi trabajo consistía en apoyar con el manejo del ganado, rotar las áreas de agostadero para evitar el sobrepastoreo, atender animales enfermos, diagnosticar gestación mediante la palpación rectal .para saber el número de vacas preñadas, desechar hembras infértiles, programar la temporada de partos y contemplar la cantidad de crías, así como la venta de novillos para abonar al crédito del banco, de ahí la importancia de tener las menores pérdidas de ganado debido a enfermedades, depredadores, problemas nutricionales que causaban mermas a las docenas de familias que dependían de esta actividad. Disfrutaba mi trabajo al aire libre y me deleitaba a la hora de comida cuando cada vaquero sacaba su itacate envuelto en manta de algodón y lo compartía con el resto de los compañeros, calentaban en las brazas esos enormes tacos de tortilla hechas a mano con sus diferentes guisos que sus esposas les preparaba en la madrugada que gentilmente compartían con un servidor y para el calor una gran taza de peltre con café negro. También estaban presentes otros dos veterinarios que vestían impecablemente a la usanza del oeste, empleados del banco rural y de la aseguradora del ganado, no se involucraban en las faenas del ganado, su trabajo consistía en lo administrativo. Recuerdo que en una ocasión durante la época de partos, coincidimos los colegas de las otras dependencias en una vista al agostadero y el encargado del ganado, Valentín, era nuestro guía conocía a la perfección cada animal pues tenía años conviviendo con ellos día y noche, era feliz y disfrutaba su trabajo, un hombre bajo de estatura, moreno curtido por el sol, dicharachero, de unos cincuenta años de edad, por cierto jamás había visto como localizaban rústicamente el agua subterránea con una rama de gobernadora, hasta que Valentín me dio una exhibición y quedé sorprendido por la forma en que se doblaba la rama de unos noventa centímetros en forma de horqueta, se doblaba hacia abajo indicando el lugar por donde pasaba el manto freático, me hacía hincapié que no cualquier persona tiene esa cualidad. Después de unas horas de recorrido en el agostadero, me dice Valentín “dotor” aquella vaca colorada que está en aquél huizache desde ayer esta pariendo. Al acercarnos a ella, efectivamente se veía en trabajo de parto pero muy exhausta, inmediatamente la sujetamos, del vehículo saqué una caja de guantes obstétricos y me coloqué uno para palpar rectalmente y saber la situación en que se encontraba la cría. Al sacar mi brazo de la enorme vaca, les di un guante de la caja a cada uno de mis colegas para que dieran su opinión y que hacer al respecto, uno de ellos dijo que la Obstetricia no era su especialidad, mientras el otro comentó que con mi opinión bastaba, estoy seguro que tenían experiencia pues eran mayores que yo, tal vez no querían ensuciar las botas de piel de avestruz o manchar la texana Stetson que cubría su cabeza. Les expliqué que nos enfrentábamos con un parto distócico, la cría venía en posición caudal y se encontraba viva, pero era demasiado grande y en esa presentación iba ser muy difícil su expulsión en parto normal, podríamos perder a la madre y a la cría sino realizábamos cesárea pues tenía más de veinticuatro horas en trabajo de parto, si estaban de acuerdo la haríamos ahora mismo. Traté de que mis palabras salieran con mucha seguridad, pues jamás había hecho una cesárea en una vaca yo solo, las había realizado en cerdas, perras y gatas, pero no en una especie mayor, únicamente la que hicimos en la escuela en técnicas quirúrgicas con la ayuda del maestro. Afortunadamente había hecho otras cirugías en bovinos y eso me daba confianza pues eran parecidos los procedimientos quirúrgicos. Mis colegas solo asentían con la cabeza las instrucciones a seguir sobre la cesárea, siempre cargaba con mi viejo maletín que contaba con todo lo necesario para realizar una cirugía mayor. Valentín inmovilizó a nuestra paciente junto al pequeño árbol, procedí aplicar la anestesia epidural, posteriormente hice un corte de unos treinta centímetros con el bisturí en la zona previamente desinfectada con yodo, la vaca ni se inmutó hasta parecía cooperar, localicé el cuerno uterino que alojaba a la cría y lo extraje por la incisión, fue donde solicité acomedirse a mis asombrados colegas de sostener el cuerno antes de abrirlo pues se trataba de un enorme becerro de 50 kilogramos. Al momento de incidir el cuerno uterino salió una gran cantidad de líquido amniótico que les empapó la ropa, mientras ligaba el cordón umbilical mis colegas sacaban a la cría del útero cargándola con mucho cuidado, al estar suturando al final de la cirugía la madre limpiaba tiernamente a su recién nacido con su áspera lengua. Al regresar del agostadero observamos a lo lejos la hermosa imagen de cómo se incorporaba la cría para amamantarse tan solo a unos minutos de nacer, mientras la madre rumiaba el alimento observando orgullosamente a su criatura, todavía con el sol en su apogeo invité a mis colegas a comer en el ahora pueblo mágico de Mapimí, la típica “comida corrida” que consistía en un suculento cocido de res, acompañado de una sopa de arroz, frijoles refritos y una salsa de molcajete con tortillas hechas a mano, además de una merecida cerveza espumosa y bien helada, les dije estar muy agradecido por su apoyo, sin ellos hubiera sido imposible la cirugía. Se sintieron halagados y les encantó la idea a mis colegas, me decían muy orgullosos que era lo menos que podían hacer. En realidad si me sentí apoyado pero sobre todo estaba muy apenado de cómo había terminado sus elegantes vestimentas impregnadas de líquido amniótico y estiércol entre otras cosas. Al final del día, los tres ya en confianza, hacíamos un brindis “Por el éxito de nuestra primer cesárea en el campo”. [email protected].

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