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Indignación

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

Las noticias de estos días indignan y sublevan. Escurren sangre y saliva, violencia y demagogia. A los criminales sólo los estremece perder plazas en su territorio; a los candidatos presidenciales, puntos en las encuestas.

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La impunidad criminal y la pusilanimidad política hacen fiesta de la tragedia. Danzan al calor del fuego, mientras cocinan vidas y votos. Los asesinos ponen los muertos; los políticos culpan de ellos a su adversario. Los sicarios recargan las armas de su oficio, los políticos acomodan la estadística de su negligencia. Quizá porque los ejecutados ya no votan, unos y otros celebran a diario el Día de Muertos. En su salsa y en su tinta. Mezcla infame de urnas fúnebres y electorales.

Anima la fiesta el canto verde y turquesa, acompañado por algunos despistados, bajo la batuta tricolor del Congreso de la Unión, cuerpo de la coalición "Todos por México" y alma de "Todos por el resto". Ese coro legisla a contrarreloj y parlamenta con tartamudeo en defensa propia. Disminuido el Estado de derecho, qué importa si leyes o nombramientos están mal hechos, si traen dedicatoria o borran su espíritu. Esos legisladores cumplen sin honrar el compromiso.

Y, en el espectáculo, descuella el ahijado de los magistrados Alfredo Fuentes Barrera, José Luis Vargas Valdez, Mónica Soto Fregoso e Indalfer Infante Gonzales, que siguen tan campantes. Deslegitimaron al Tribunal, pero esos magistrados sacaron diez en dictado y, ahora, Jaime Rodríguez Calderón ya elevó su preferencia a costa de las manos de los amputados. La claque aplaude su iniciativa de convertir los derechos humanos en desechos humanos. El fascismo también es una opción.

Qué bueno que las elecciones, como dijo el presidente de la República en gira por Europa, se desarrollan en plena normalidad democrática. Ojalá se use tinta y no sangre para marcar el dedo de quienes voten.

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Después de doscientos mil muertos y más de treinta y seis mil desaparecidos durante el anterior y el actual sexenio, la autoridad no acompaña a José Antonio Meade, Ricardo Anaya ni a Margarita Zavala para repudiar y tergiversar la amnistía propuesta por Andrés Manuel López Obrador. Menos cuando ellos ofrecen hacer más de lo mismo para obtener un peor resultado: más sangre, más muertos, más armas, más diversificación del crimen.

Pueden decir que están con las víctimas no con los victimarios, que no van a liberar delincuentes ni a pactar con criminales. En los hechos, las administraciones donde ellos participaron -Meade en ambas- otorgaron la amnistía vergonzosa: la de la impunidad, la que olvida sin perdonar, la indiferente ante el dolor y la vida.

Qué pena que Andrés Manuel López Obrador no explique cabalmente su propuesta de amnistía y cambie, una y otra vez, los términos de su eventual instrumentación: considerando a las víctimas o sus familiares, sometiéndola a consulta o convocando a un foro. Si, en verdad, la considera debería defenderla con argumentos, no con frases hechas o generalidades sin sustento.

Si, a fin de cuentas, prevalece la ruta -no puede decirse estrategia- seguida contra la criminalidad, por un mínimo de congruencia los candidatos presidenciales alineados en esa idea deberían derogar la Ley de Amnistía vigente, promulgada en enero de 1994 con motivo del levantamiento armado en Chiapas, y repudiar a sus diputados en la Asamblea Legislativa de la Ciudad de México por haber aprobado otra, apenas el martes pasado. Hasta el cinismo tiene un límite.

Deberían hacer eso y anunciar cuántas cárceles van a construir para meter a la base social del crimen que suma millones. Ese dato podrían acompañarlo de la cifra de empleos que generará la edificación y administración de tanto centro penitenciario. Entre fosa y fosa clandestina, se podría construir una cárcel.

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Minimizar, ignorar o simplificar el hartazgo social ante el crimen y la corrupción, cuyo denominador común es el delito practicado con o sin antifaz, con o sin credencial, de cuello blanco o redondo, de casimir o mezclilla, es no entender los ejes de la campaña electoral, el motor del malestar social.

Ofrecer por futuro un paraíso, parados en un charco de sangre o hundidos en el socavón de la corrupción pone en evidencia la talla chica de los candidatos presidenciales, su pequeñez para reconducir por un mejor sendero al país. Tal situación arroja por única certeza no la posibilidad de un futuro distinto, como la prolongación de un presente insoportable.

No se puede decir "en mi gobierno no habrá estafas maestras ni moches ni ligas ni escándalos ni naves industriales" y, mientras eso ocurre, cruzarse de brazos. No se puede pedir cuentas de sus propiedades a los adversarios y guardar silencio frente a los sobornos entregados por la constructora Odebrecht. No se puede presumir que la próxima residencia del presidente de la República será la cárcel y, luego, cerrar la boca, mientras se revisa la nitidez de los papeles de las compras hechas. No se puede asegurar que el ejemplo personal cundirá como política nacional, ni que se barrerá de arriba abajo la escalera de la corrupción, si no se trae escoba.

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Tal desdén por la vida y tal desdén por el ciudadano -reducido a la condición de elector sin opciones- no es augurio de mejores días, sino de un conflicto de mayores proporciones. La conjugación de la violencia criminal y de la pusilanimidad política forma un grumo en el corazón de México, coágulo que tapona el anhelo de vivir mejor, en paz y con justicia, sin miedo.

Si ese es el alma del concurso electoral, más vale traer más parque, leña y urnas. La fiesta de la tragedia va a continuar.

EL SOCAVÓN GERARDO RUIZ

El Paso Exprés no oculta el socavón, monumento a la ignominia.

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