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Democracia y adoctrinamiento

Con/sinsentido

MIGUEL FRANCISCO CRESPO ALVARADO

Los mexicanos no hemos sido educados para la democracia sino para el adoctrinamiento. No se nos enseña a construir nuestros propios razonamientos sino a repetir como mantras los argumentos generados por otros; y, tampoco, contamos con elementos para juzgar sobre la solidez y veracidad de dichos planteamientos, simplemente los creemos y listo. Pero, tal vez, lo peor sea que se nos conduce a distinguir el "bien" del "mal"; lo "deseable" de lo "indeseable" y lo "posible" de aquello que no lo es.

Una de las consecuencias de nuestra proclividad a ser adoctrinados es que, en tiempos de campaña, se nos ofrecen promesas en vez de propuestas y somos incapaces de notar la diferencia. Nuestro candidato-deidad (el que cada uno haya elegido como "su gallo" en conformidad con su adoctrinamiento) nos llena de ilusiones y fantasías; nos ofrece esperanzas en lugar de razones y nos advierte, eso sí, de caer en la tentación satánica de confiar en alguien más.

La cantidad de libros que hayamos leído tampoco nos protege de la doctrina. Incluso, a veces forma parte del adoctrinamiento más duro porque el "devora libros" llega a creer de sí mismo que ha sido liberado. Mira al resto con desprecio sin notar que sus argumentos son, en el fondo, exactamente los mismos que aquellos que aportan los iletrados. No perciben, entre otras cosas, que en sus lecturas son igual de dóciles que en la recepción de propaganda barata con la que se adoctrina a los demás. Se sienten inmunes y por eso, a veces, terminan siendo los más vulnerables. Pero, también los más fuertes adoctrinadores de otros a quienes se les presentan como "faro de luz e iluminación".

Por supuesto, están los "ateos" de la política que, como los incrédulos de las religiones, también defienden sus convicciones antisistema con una religiosidad sorprendente; repitiendo como los otros, a coro, la canción que les enseñaron a cantar.

Sin duda estoy exagerando la nota. Es innegable que hay muchas personas en México capaces de realizar análisis profundos y de, al hacerlo, tomar una decisión más reflexionada sobre el sentido de su voto y de su vida como ciudadanos, conscientes, precisamente, de que el voto es algo mínimo en una democracia real. Sin embargo, el comportamiento que vengo observando en las calles, las universidades y de manera todavía más acentuada en las redes sociales, indica que, una vez tomada una decisión, somos incapaces de ponerla bajo cuestión y de preguntarnos si realmente estaremos haciendo lo mejor para el país.

Durante el pasado debate todos los aspirantes dijeron impresiones y mentiras, todos se quedaron callados o evadieron señalamientos en su contra, pero también todos, aunque sea un poco, dijeron algo que valía la pena escuchar y poner en práctica. ¿Qué importa de dónde proviene una buena ida cuando lo único relevante en este momento es que México supere sus problemas?

Ojalá la historia nos favorezca un día con un político que, a pesar de sus doctrinas, sea capaz de reconocer las buenas propuestas de los demás. Pero, más importante todavía, ojalá y el destino le tenga preparado a México una generación de buenos ciudadanos que entiendan que lo más importante no es demostrar que se tiene la razón, sino trabajar de la mano con los demás, bajo la convicción -dogmática si así lo quieren- de que este país sólo va a cambiar el día en que todos seamos diferentes.

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