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La lucha y el hartazgo

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LUIS F. SALAZAR WOOLFOLK

El debate entre candidatos a la Presidencia de la República celebrado el domingo pasado, deja claros el perfil, la capacidad, y las propuestas de cada candidato, lo que aunado a la trayectoria conocida de cada uno de ellos, nos permite afirmar que los mexicanos tenemos a nuestro alcance elementos de juicio suficientes para elegir, a reserva de lo que nos ofrezcan los próximos debates y la campaña en su conjunto.

Es interesante la convocatoria que hizo el Periódico Reforma que el día del debate, reunió en sus sedes de Monterrey, Guadalajara y en la Ciudad de México, a cerca de mil representantes de la sociedad civil y a líderes de opinión que se congregaron para presenciar y analizar el debate en grupo, para concluir en un sondeo de opinión en vivo. El ejercicio desafía la vorágine de los medios tradicionales y las redes sociales, en la medida en que vuelve a la esencia milenaria de la comunicación de carne y hueso, de persona a persona, de voz en voz y cara a cara.

A la afirmación simplista en el sentido de que la democracia es una conjetura de números, se opone el concepto de la Rebelión de las Masas de Ortega y Gasset, en su vertiente menos conocida pero más importante, que resalta el papel de las minorías selectas, no como alternativa de división de la sociedad entre ricos y pobres, sino como levadura conductora que da consistencia a la masa, lo que en términos sociales implica liderazgo, vertebración, acuerdo de voluntades, rumbo y consistencia.

Es necesario que el ejercicio referido con antelación se repita en todo el cuerpo de la sociedad mexicana, lo que compromete a quienes se consideren pensantes en este país, a asumir un liderazgo en su propio radio de acción, por modesto o importante que sea, para generar de aquí al día primero de julio, una corriente que promueva el razonamiento del voto.

Esta labor de promover el voto razonado es tarea de todos, pero de manera especial de quién aspire a hacer algo por la Patria, pues es evidente que en las próxima elección se juega como en ninguna otra el futuro de México y solo queda luchar, porque el hartazgo, el enojo o la frustración que están muy de moda, no aportan ninguna solución a los problemas del país.

Por encima de la oferta de más de lo mismo que reitera Meade, la irrelevancia de Margarita y el anecdotario idiota del Bronco, aparecen con claridad dos posturas: La lucha del Frente por México que abandera Ricardo Anaya y la apuesta al hartazgo en la que López Obrador cifra el triunfo de su causa, diciendo a cada ciudadano lo que quiere oír, por incongruente y absurdo que sea el discurso resultante.

De las dos posturas referidas la única transitable es la del Frente, porque nace de una alianza de elementos plurales que en base a su ubicación en el centro del espectro de izquierdas y derechas, desde la accidentada experiencia de nuestra democracia imperfecta, trabajan por un mejoramiento de nuestra vida pública, en base a una propuesta fundamental: Anaya se compromete a poner fin al pacto de impunidad, mientras que López Obrador ofrece perdón y olvido a los delincuentes de dentro y fuera del gobierno, lo que ha unido en unas misma causa en contra del Frente, a los extremos al interior del PRI es decir, la vieja facción populista representada por el Peje, y el nuevo PRI de Enrique Peña Nieto.

Como garantía de que va a cumplir esta promesa, el Frente y Anaya ofrecen los ejemplos de los Estados de Chuihuahua, Veracruz y Tamaulipas, cuyos actuales gobiernos que han combatido la corrupción con empeño y resultados sin precedentes, son producto de una alianza electoral semejante a la que hoy postula a Ricardo Anaya.

El Frente está comprometido con un gobierno de coalición, que lleve hacia un cambio de régimen y en cambio, López Obrador y sus secuaces amenazan en forma descarada en su propaganda expresa, con el regreso a la presidencia imperial con todo y lo que implica un Congreso sometido a la voluntad del Poder Ejecutivo.

En la esquina del Peje durante el debate, el demagogo exhibió sin pudor su indiferencia respecto a sus contendientes, y su desprecio hacia la sociedad civil, que ningún respeto le merece, sin más argumentos que su demencial ocurrencia que dice: La nación soy yo, el estado soy yo, el mesías soy yo.

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