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Barbara Bush, la matriarca

PATRICIO DE LA FUENTE
La democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre. Con la excepción de todos los demás”

— Winston Churchill

En Estados Unidos, la ausencia de príncipes y reyes se suple con otro tipo de realeza: la política. Podemos hablar de tres familias que dominaron la escena pública durante buena parte del siglo veinte y lo que va del veintiuno: los Kennedy, los Clinton y por supuesto los Bush. Para efectos mediáticos, dichas familias despiertan el mismo o mayor interés que cualquier estrella de cine.

A diferencia de lo que ocurre en México, donde el poder es celoso y generalmente está circunscrito a un sexenio, en la Unión Americana las dinastías políticas trascienden sus años en la Casa Blanca. A veces, incluso, los segundos y terceros actos de los políticos suelen ser mucho más interesantes y si no baste con preguntarle a Jimmy Carter.

Mediocre como presidente pero fenomenal a la hora de convertirse en un ex mandatario defensor de causas globales, mediador de conflictos, impulsor de Habitat For Humanity -esfuerzo para proveer viviendas dignas- Carter ganó el Premio Nobel durante su post presidencia y demostró que en ocasiones los mejores años de nuestra vida están por venir.

La matriarca del clan Bush, Barbara, falleció antier a los 92 años. No sorprende. Hace un par de semanas, su oficina anticipaba al mundo del eclipse de la ex primera dama a través de un boletín. “Tras una serie de hospitalizaciones y luego de haber consultado a su familia y a sus médicos, la señora Bush optó por no continuar su tratamiento médico y concentrarse en su lugar en cuidados paliativos”.

Esposa de presidente, madre de presidente pero también de Jeb Bush, gobernador de Florida. No es poca cosa. Bush fue una de las dos únicas mujeres en la historia de Estados Unidos, junto a Abigail Adams, cónyuge de John Adams y mamá de John Quincy Adams, en lograr tal hito.

Ingeniosa, lista, de lengua afilada, feroz defensora de los suyos, lectora cosumada y promotora de la cultura. Al asumir George H.W. Bush la presidencia en 1989, Barbara fue capaz de ser exitosa, dejar huella y moldear un gran legado. Sin embargo, en aquél entonces superar a su predecesora, Nancy Reagan, se antojaba como una empresa nada sencilla. Barbara Bush lo sabía así que en lugar de imitarla, se dedicó a trazar su propio camino.

Y es que Nancy, además de ser la otra mitad de una de las duplas más visibles y mediáticas de la década de los ochenta, fue una primera dama de enorme poder, no sólo sobre el decorado de la Casa Blanca o en su cruzada en contra de las drogas, sino también sobre las decisiones del presidente Ronald Reagan y la agenda política de Washington. Pocas mujeres en la historia han influido de tal forma en el ánimo presidencial como lo hizo Reagan.

Nancy Reagan fue respetada y temida, pero no necesariamente querida y popular dentro de ciertos sectores que consideraban que una mujer debía permanecer callada y atrás de su marido.

En cambio, con su pelo blanco, grandes perlas y aspecto de matrona, Barbara Bush rápidamente se convirtió en la abuelita de Norteamérica con la cual millones de amas de casa de clase media se identificaban. Una abuelita, claro está, que pese a dominar los intríngulis de la política, jamás perdió esa capacidad de decir lo que pensaba en todo momento.

Pese al extenso y multimillonario patrimonio de los Bush, Barbara nunca dio visos de arrogancia y superioridad. Al contrario. Tengo dos de sus libros y leyéndolos me encontré con una mujer relajada que no se tomaba demasiado en serio ni asumía poses inherentes a los ricos. Ahí, en dicha liviandad para conducirse, radicó el mayor de sus éxitos.

“Kate Anderson Brower, autora de Primeras mujeres, un libro sobre las primeras damas, cuenta que llevó zapatos de 29 dólares en 14 bailes de inauguración porque sabía que no se los pondría de nuevo. Dijo que haría todo por ayudar a la Administración, salvo –como dijo en vida, textualmente- teñirse el pelo, cambiar de vestuario o adelgazar”.

Recuerdo que en el transcurso de una entrevista, cierto reportero le preguntó a Barbara Bush su opinión sobre las intenciones de Jeb, su hijo, de contender por la Presidencia de Estados Unidos. Sin inmutarse, espetó que ya existían demasiados Bushes, Clintons y Kennedys en la política y que era el tiempo de darle el paso a nuevas generaciones.

Así era Barbara Bush. Imposible no admirar su franqueza.

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Escrito en: sin lugar a dudas

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