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Stephen Hawking y Dios

Siempre he tenido mucho respeto por los ateos. Por los ateos, si, por el ateísmo ninguno: me parece otra forma estúpida de religión. Y ello es porque un ateo necesita todos los días, repito todos, un impulso muy grande que le haga vivir. Y eso es muy difícil de hallarDespertarse todos los días y encontrar a lo largo de todos ellos, motivos para vivir, me parece una tarea de titanes si no se cree en Dios.

Por ello admiro a Stephen Hawking, a pesar de una enfermedad terrible, la Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), que le iba paralizando lenta e inexorablemente, llegó a la edad de 76 años, manteniendo una actividad increíble para su inmovilidad, y demostrando que siempre hay motivos para vivir, aunque se sufra una enfermedad como la ELA, y a pesar de su ateísmo. Porque ahora que ha fallecido, se incide de una manera insidiosa, en que Hawking era ateo, sobre todo; incluso antes que un astrofísico extraordinario y una persona admirable. Detrás de tanta reiteración, creo yo, que existe una especie de declaración de intenciones ateizantes, algo así como: “Mirad, mirad, he aquí un gran científico y es ateo”. Como si ambas cosas debieran ir unidas, como si fuera imposible que un científico fuera religioso.

La Ciencia es el progreso y el avance y la Religión el retroceso y la incultura. Craso error, hay muchísimos ejemplos de científicos notables que son personas creyentes, luego dicha idea no se sostiene. Por ejemplo, el Padre Georges Lemaître, primer propagador de la teoría del Big Bang, o la Gran Explosión.

Gagarin, primer explorador astronauta y soviético, dijo: “Dios no existe, he salido de la atmósfera y no lo he visto”. Todo el mundo rió aquella inocencia, porque Dios no puede entrar en las ecuaciones de la Física, o no sería Dios. Sin embargo, se puede sentir su “presencia” de muchas formas, sólo hay que abrirle un poquito la puerta de nuestro corazón.

Me imagino la cara de sorpresa de Hawking diciéndole: “¡Pero, sí existes!”. Espero que Dios en su infinita misericordia lo lleve consigo, a pesar de su ateísmo (Dios es muy bueno y supongo que el sufrimiento por su enfermedad le suma muchos méritos, y de algún modo estudiar el Universo es reconocer la inmensidad de su creación) y dentro de algún tiempo, poder darle un codazo suave en el costado y decirle: “Stephen, estabas equivocado”.

Alejandro Pérez Benedicto.

Teruel, España

.***

Huyen del hambre

Una tarde de finales de febrero, un programa de una cadena de radio emitía desde la frontera entre Venezuela y Colombia.

Fue el relato de una dramática diáspora, contada desde el lugar donde los más afortunados pueden atravesar el puente Simón Bolívar y salir de la miseria venezolana para conseguir algo de comida o poder ser atendidos en unas mínimas condiciones en un hospital colombiano.

Historias que, entre lágrimas, nos contaban cómo en Venezuela ni siquiera los que tienen dinero pueden asegurarse la comida, cómo los estantes de los supermercados están vacíos, cómo están volviendo enfermedades erradicadas hace casi un siglo, cómo hay quien por la mañana no levanta a los niños de la cama para ahorrarse una comida o cómo hay muchos enfermos que mueren por no poder disponer de una simple pastilla para la tensión.

Eso está pasado hoy en un país teóricamente rico. ¡Qué lástima!

Pedro García

Girona, España.

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