A un retrato de Sor Juana y selfies

Lo valioso del retrato producido por la cámara doméstica o el “estudio fotográfico” se perdió con el devastador torrente caudaloso y fugaz de autorretratos que surten las cámaras digitales.

Los retratos de Sor Juana no han tenido la suerte de algunos como el de La Gioconda, encargo del esposo de la retratada, popularmente conocido como Mona Lisa, robado en agosto de 1911; o el de la joven con arete de perla que surgió sólo por el regusto del pintor. Los de Sor Juana, gestados por quién sabe qué intereses, son como miles pintados para retener la imagen en un tiempo en que no existía la posibilidad de hacerlo con procesos mecánicos ni químicos.

Una vez que aparecieron procesos químico-mecánicos que llegaron a lo que hoy conocemos como fotografía, el gusto, la costumbre o la necesidad de hacerse retratos se popularizó, más con la posesión particular de una cámara. Sin embargo, la costumbre de tener retratos pintados persiste. Se mandan pintar retratos de funcionarios públicos para ir completando galerías; en algunas familias se procura el retrato a pincel del patricio; el del patrón preside el negocio.

Lo cierto es que hasta nuestro tiempo han llegado retratos de Sor Juana, por supuesto pintados a pincel. La Americana Fénix reflexionó sobre alguno de ellos y nos dejó sabios y sonoros versos cargados de conceptos que son enseñanza de desdén por las vanidades y recordatorio religioso de la muerte. No se debe olvidar que para la literatura profana o religiosa regía la norma clásica de enseñar divirtiendo, así que, aunque son importantes los contenidos del soneto, los estructura una forma sólida y armoniosa. Transcribiré el soneto como aparece en las Obras completas, publicadas por Porrúa:

Este que ves engaño colorido / que del arte ostentando los primores / con falsos silogismos de colores / es cauteloso engaño del sentido.

Este en quien la lisonja ha pretendido / excusar de los años los horrores / y venciendo del tiempo los rigores / triunfar de la vejez y del olvido

es un vano artificio del cuidado / es una flor al viento delicada / es un resguardo inútil para el hado

es una necia diligencia errada / es un afán caduco y bien mirado / es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.

En una innecesaria interpretación digamos que Sor Juana propone que el retrato es una expresión de la vanidad originada por el interés (“la lisonja”) del pintor y quizás de alguien más. Construido con trazos del pincel como una falacia, es decir, “con falsos silogismos de colores”, al final el retrato es la magistral secuencia del último verso que lleva a la nada.

Antes de llegar a ese final y desde el primer cuarteto, la Americana Fénix nos enseña varias definiciones de retrato que van de “engaño colorido”, pasan por la que nos dice que es un inútil escudo contra la muerte (el hado), hasta la de trámite equivocado (diligencia errada).

Lo valioso del retrato producido por la cámara doméstica o el “estudio fotográfico” se perdió con el devastador torrente caudaloso y fugaz de autorretratos que surten las cámaras digitales. Ya no es importante el retrato más que para llenar un instante. Perdió sentido conservarlo.

Más aún, la autofoto, la selfie se ha convertido en un riesgo. En la familia se da toque de alarma por el peligro de divulgarlo mediante las redes. La habilidad seductora de los donjuanes y delincuentes provoca la vanidad de los adolescentes y les sustrae retratos. El gobierno hace campaña con el afán de evitar la circulación cibernética de los retratos.

La selfie jubilosa que comparte la alegría, la selfie simplemente identificadora y en medio de ambas todas las demás, todas devaluaron el retrato y se convirtieron en posibilidad de más pronto llegar a lo que dice el último verso del soneto de Sor Juana: “es cadáver, es polvo, es sombra, es nada”. Lo recuerdo ahora que faltan diez días para el aniversario de la muerte de la Americana Fénix, ocurrida el 17 de abril de 1695.