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Despojo

IRENE TELLO ARISTA

Una actitud cada vez más común ante incidentes de inseguridad en el país es el agradecimiento porque "no nos pasó nada". Nos hemos convertido en adoradores de San Juan del despojo ileso. Las historias que contamos respecto a la inseguridad que padecemos modifican las definiciones de lo que entendemos por salir bien librados, quizá en un intento por engañar al inconsciente de lo que implicó el suceso. "Se metieron a mi casa, pero sólo me amarraron". "Me asaltaron, pero sólo me dieron un cachazo". "Se llevaron mi dinero, pero sólo me empujaron". "Intentaron abusar de ella, pero logró escapar". Ante las historias en las que es imposible librarse de la violencia, buscamos consuelo en saber que hay casos peores. Asumimos que la probabilidad de escapar de la inseguridad en este país es tan baja que pedimos que si nos toca se nos violente lo menos posible. Percibir que levantar una denuncia es una pérdida de tiempo y la desconfianza ante las autoridades aumentan la cifra negra y la impunidad, perpetuando los incentivos para seguir robando. En el documental Los ladrones viejos, de Everardo González, se retrata el modus operandi de algunos ladrones que operaban en los años 60. Su forma de robar que recurría al ingenio y a ciertos códigos de conducta en los que se evitaba la violencia nos hace desear que si tenemos que ser despojados, lo haga un ladrón viejo, de esos que usan las fundas de las almohadas como bolsas y saben exactamente en qué lugares y momentos hurtar. A los tres días de mirar esta película, asaltaron mi casa. A plena luz del día y con tan sólo un par horas de haber salido entraron a robar. En el momento en que me enteré mi primera sensación fue de un miedo profundo por el bienestar de mi gato. Que se lleven todo pero que no le hagan daño. Al llegar a ver los daños, los vecinos me recibieron con una preocupación y un alivio profundos por saber que no estaba en casa, yo hice lo mismo al ver salir al gato. La petición por salir ilesos se había cumplido.

Al hablar a la policía para reportar el robo, el oficial de la patrulla que estuvo en mi casa pocos minutos después de lo ocurrido me dijo que el reporte ya había sido levantado y que no podían acudir porque el incidente ya había pasado. En un acto de aparente empatía me preguntó si me habían robado mucho. En el momento no supe cómo contestar esa pregunta.

Cuando pregunté a los vecinos que habían visto el final del incidente, los comentarios empezaron a contradecirse. "Vimos que salieron en un coche blanco y que los siguió una patrulla". "Los policías entraron a tu casa pero no hicieron nada, luego llegó otra patrulla y se fue a los pocos minutos". La opinión generalizada decía que no valía la pena levantar un acta, que era una pérdida de tiempo y que probablemente los patrulleros estaban coludidos con los ladrones.

Un comentario recurrente de mi abuela paterna era el reclamo por no usar joyería. En su visión del mundo, usar aretes y collares equivalía a ser femenina. Aunque sabía que no los usaba, mi abuela se empeñaba en regalarme aretes. Mi reticencia se vio disminuida ante su ausencia, ya que las pocas pertenencias que heredé de ella se convirtieron en tesoros invaluables que portaba para sentirla cerca. Si se les valuara en una casa de empeño quizá se podría obtener algunos pesos por ellos, como no eran objetos preciosos probablemente acaben regalados o tirados en un basurero. Sin embargo, su valor emocional es incalculable. Respondiendo a la pregunta del policía, puedo decir que me robaron la tranquilidad y cosas invaluables, no sé bien ante qué ministerio reportar esto.

Twitter: @itelloarista

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