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Un imperio llamado Facebook

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Un imperio llamado Facebook

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

Imaginemos y profundicemos en un ejercicio que otros ya han planteado. Supongamos que Facebook es un país. Se trata de un país semivirtual. Existe en y por el ciberespacio, pero sus recursos son reales. Con sus casi 2,200 millones de "ciberhabitantes", es el país más poblado del mundo, por encima de China (1,395 millones) e India (1,357 millones). Su ritmo de "crecimiento poblacional" es único en la historia de la humanidad, ya que ha alcanzado esa cifra tan sólo en 14 años de existencia. Pero si sus números demográficos son sorprendentes, aún lo son más sus cifras económicas.

En 2017, su Producto Interno Bruto (PIB), es decir, su valor como empresa en el mercado bursátil, fue de 522,000 millones de dólares (o 522 billones de dólares), con activos totales de 84,524 millones de dólares (84.5 billones de dólares). Si tomamos como referencia su valor bursátil, Facebook es la vigésimo cuarta economía del mundo, apenas por debajo de Suecia y por arriba de países como Polonia y Bélgica, si consideramos la lista del Fondo Monetario Internacional por PIB nominal.

Su forma de gobierno es una monarquía absoluta, en donde Mark Zuckerberg es el emperador. Este imperio es administrado por una burocracia de 25,105 funcionarios. Como todo imperio, cuenta con "colonias" o naciones vasallas. Whatsapp, Instagram y Messenger, son las principales. Y, también como todo imperio, la riqueza está altamente concentrada en manos de su emperador. La fortuna de Zuckerberg era de 56,000 millones de dólares en 2017, según Forbes. Esto equivale al 66 por ciento de los activos totales del imperio, y a 10.7 por ciento del valor total de su economía.

La fuente de su riqueza es una: los datos personales. Este imperio tiene a su disposición la información de todos y cada uno de sus habitantes, quienes de forma voluntaria han accedido a dejar en manos del emperador y su burocracia aspectos de su vida, sus gustos, hábitos, relaciones, filias y fobias. Una gigantesca mina de oro. Se trata de la base de datos personales más grande del mundo. ¿Y para qué sirve? Para hacer dinero. Gracias a ese cúmulo de información, Facebook puede armar bancos de datos que vende a empresas comerciales o agencias con fines publicitarios.

Tal vez muchos habitantes de este imperio semivirtual se sorprendan todavía cuando en la red les aparecen anuncios de productos y servicios o ligas y postales de información que les interesan. Pero esto no es fortuito. Detrás de esta maquinaria hay un ejército de programadores de algoritmos que permiten que las empresas y agencias dirijan con alta precisión su publicidad o propaganda a mercados específicos. Una auténtica maravilla de la mercadotecnia que brinda la oportunidad de tener un control casi absoluto en el proceso de comunicación desde el emisor y mensaje hasta el receptor.

Esta utilidad comercial del Imperio Facebook ha sido aprovechada por otras "naciones" empresariales con fines políticos. Una de ellas es Cambridge Analytica, que según lo revelado hasta ahora, a través de engaños logró hacerse con el banco de datos de 50 millones de estadounidenses para bombardearles en 2016 con propaganda afín a sus gustos y filiaciones del entonces candidato republicano Donald Trump. Dentro de este complejo mecanismo de manipulación, en donde cada habitante de Facebook recibía mensajes hechos a la medida sobre aquello que pudiera hacerle votar por Trump, para nada es descabellado pensar que ciudadanos con perfiles diametralmente opuestos terminaron dando el sufragio al ahora presidente de la Unión Americana por razones no sólo distintas, sino hasta excluyentes. Lo mismo dicen que han hecho agentes rusos, y que se ha reproducido en otros procesos electorales del mundo.

Esto es lo que tiene al imperio de Zuckerberg hoy en la tormenta. A ojos de algunos observadores, la naturaleza misma de la red y sus avanzados mecanismos de identificación y selección de mercados forman parte de un problema que se traduce en la tergiversación y manipulación de los procedimientos democráticos. Pero si observamos con más calma es posible reconocer que la manipulación de los electores no es algo nuevo. En todo caso, lo que Facebook hace en su territorio de jurisdicción virtual casi exclusiva, es potenciar exponencialmente las posibilidades de dicha intención. Porque los habitantes de la red no se mueven dentro de una burbuja común a todos, como puede ocurrir más probablemente en la realidad, sino que cada uno se encapsula en su propia burbuja en donde posiblemente termina creyendo que esa es la única realidad válida. Y ahí es donde se vuelve altamente vulnerable a la manipulación.

Pero existe otro aspecto que no debe perderse de vista y que tiene que ver con la esencia de la sociedad en donde se engendró este imperio llamado Facebook. Es perfectamente explicable que en una sociedad capitalista, en la que la utilidad de todo está en función de su capacidad para producir dinero, una herramienta de comunicación tan poderosa y efectiva terminara convertida en un boyante negocio en el que el producto son los mismos consumidores. Sus datos personales y hábitos son el soporte de ese imperio económico sin que muchos de ellos ni siquiera lo sepan, además de que no reciben beneficio monetario del producto de la utilización de su información. Y como el objetivo último de la red es hacer dinero a partir de los datos de cientos de millones de personas, poco importa que sea utilizada para engañar, distraer o fracturar. La ética parece no tener cabida aquí, como no la tiene en cientos de otros imperios económicos que prosperan a expensas de la explotación de recursos sin medir el daño ambiental o social que provocan.

Hay una paradoja cruel en el funcionamiento de Facebook y ésta es que la alta susceptibilidad a la manipulación y su creciente penetración en Occidente, pueden terminar socavando las bases políticas de la sociedad que le brindó las posibilidades para desarrollarse. La pregunta es, después de este imperio llamado Facebook ¿qué sigue?

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