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Muros

JULIO FAESLER

El presidente Trump viajó a San Diego, California, para conocer modelos del muro que cumplirá su obsesión por blindar a su país de los malosos mexicanos que entramos portando drogas y violencia a la inocente sociedad norteamericana.

El recurso de levantar muros no es nuevo. Desde tiempos de los romanos que lo intentaron para defender a Roma hasta los soviéticos para retener a los berlineses que querían respirar aires libres, se han repetido intentos. De nada sirven. El más famoso de ellos el de la Muralla que China empezó a construir años antes de Cristo y siguió hasta llegar a 6 mil quilómetros ya entrado el siglo XVII. Hoy es una simple imponente atracción turística que pasa cerca de Beijin.

Es bien sabido que la respuesta de los ricos, sean países o individuos, a los problemas es aventarles dinero. La famosa pared de 9 metros de alto que iría del Pacífico al Golfo, tendría una extensión de más o menos la mitad de la Gran Muralla.

El muro que Trump prometió a sus partidarios no será sino la extensión de los tramos que ya existen en diversos puntos de la frontera. Según nos lo informan, ya se está extendiendo en un punto cerca de El Paso. Completar el capricho llevará una inversión de cientos de millones de dólares y la cámara de diputados en Washington, con todos los votos de los Republicanos adictos al presidente, no aprobó más que 1.6 millones. El faltante dependerá de la suscripción pública de muy cuestionable tal posibilidad.

El proyecto Trump pretende, con el gigantesco despliegue de recursos, desaparecer el paso de gente y productos hacia los Estados Unidos, un fenómeno tan sociológico como político, como económico o cultural. Tan natural como el cruce de animales que por milenios lo han usado.

Los tres países que compartimos Norte América nos desenvolvemos reconociendo nuestras respectivas culturas e historias. Canadá conoce como, desde el Siglo XVII, hubo una América Francesa que pervive en los que se resisten a quedar absorbidos por los modos de vivir angloamericanos. La arenga del General de Gaulle desde el balcón de Québec todavía repercute por mucho que lo acallen los plebiscitos. Las disyuntivas que presentan los compromisos contractuales heredados de sus pueblos originarios, habitantes de la gélida septentrión, se resuelven de manera muy diferente que las relaciones que los Estados Unidos mantienen con sus pieles rojas.

Las diferencias con México de sus dos vecinos son pronunciadas. No solo las étnicas ya que la progresiva mestizisación que siempre se ha dado va diluyendo ese fenómeno. Son más bien las formas de vivir, actuar y de pensar que hacen la gran diferencia al compararlas con las imperaban en los Estados Unidos, compuesto en el Siglo XX de las sucesivas capas de migraciones europeas que fueron centrales en la convivencia que sostenían entre conocidos misma que fue desarticulándose con la llegada masiva de una población mexicana cargada de pesados referentes de 1848. La memoria historia puede irse atenuando, pero el proyectado Muro la exuda.

La insistencia en construir el Muro es infantil porque quiere interrumpir la comunicación y el flujo humano entre los dos países que nunca cesarán. Son miles de norteamericanos que llegan a nuestro país de vacaciones o como residentes para escapar de la tensión diaria y gozar de los mil y un atractivos de toda clase. A la vez, son millones de mexicanos que buscan seguridad y éxito en la emigración o se solazan en ponerse las fachosas vestimentas y las adoptar modas de vida y educación que llegan del norte.

Se han perdido rumbos aquí y allá. El destino de Estados Unidos, marcado desde su creación a fines del siglo XVIII, fue el de iluminar al mundo con el ejemplo de su experimento de nuevas formas de convivir en comunidad, de gobernar sin imposición y de servir al mundo. La propuesta de El Nuevo Orden Mundial que se proclama desde su humilde billete de un dólar se ha desvanecido. Aquel universal ensayo, aplaudido en su momento por filósofos, devino al paso de los años en la potencia mundial que ahora se enfrenta a la gigantesca China, milenaria en sabiduría.

¿Choque de utopías o simple rivalidad reducida a parámetros económicos? La tensión internacional se estira, Un contendiente se entretiene soñando muros absurdos mientras el otro calcula su momento.

En México, se nos va este mismo tiempo soñando que vamos progresar sin disciplina ni esfuerzo, adivinar el resultado del primero de julio y en ir al "mall" más cerca.

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Escrito en: Editorial Julio Faesler

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