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Piénsale piénsale

ARTURO MACÍAS PEDROZA

¡NO TENGAN MIEDO!

Nuestra Semana Santa ha llegado. Como pueblo ascendemos lentamente hacia el Gólgota que percibimos a través de las noches de nuestro pueblo, sobre las cuales alborea ya la luz de la Pascua. "¡No tengan miedo!" decía con fuerza y fe san Juan Pablo II. Un día tras otro, como frecuentemente nos invitó a hacerlo, debemos tomar de nuevo el camino de la Pasión; ensuciar nuestros zapatos y cansar nuestro pies para conocer mejor el rostro de Jesús: rostro de hombre, rostro de Hijo, rostro de sufrimiento, rostro de Resucitado, que se esconde en los rostros de personas que han perdido su dignidad, su esperanza, su confianza en instituciones, en candidatos, en gobiernos, en partidos, en ideologías… en sí mismos.

En la "Semana Santa" Dios hace suyo los pecados y sufrimientos de su pueblo, carga con ellos, los llena de sentido, los "santifica". Los hijos de las tinieblas creen que es sólo un paréntesis, una pausa, unas "vacaciones". Esperan impacientes continuar donde la dejaron, continuar reduciendo al hombre a una sola de sus necesidades: el consumo, escondiendo su rechazo de Dios.

Pero es Semana Santa, en la que Dios llama al hombre a su realización e independencia; a la solidaridad que es el tesoro de los pobres, considerada como contraproducente, financieramente irracional, amenaza la manipulación y degradación de la persona. En el lugar de la muerte se está recreando la vida, en las tinieblas brotó una gran luz. Dios nos ha hecho saber cuán grande es su amor por el hombre. El grito de Jesús sobre la Cruz es la palabra del Hijo que ofrece su vida a su Padre por la salvación de todos.

Esto es lo que la Iglesia propone vivir en esta semana, que pondrá en agitación al mundo entero. Acoger al verdadero Rey y Mesías, excluye naturalmente a quienes quieran usurparlo autoproclamándose "salvadores". La meditación de la Pasión de Cristo, victima de la violencia, la injusticia y la corrupción, no dejará de evocar espontáneamente referencias cercanas, personajes actuales, situaciones vivida, no para despertar descontento y provocar enojo (eso ya se tenía), sino para ver brotar sobre ellas el fruto de la voluntad de Cristo que hace de la victoria de la Cruz una victoria del amor. El milagro de la primavera del mundo se está gestando en las entrañas mismas de la tierra.

Ante la carencia de orientación antropológica, Jesús nos manifiesta otra manera de ser hombre y otra manera de entender a Dios, diferentes ambas a la de nuestras erróneas concepciones. Si junto con Adán, muchos buscan prerrogativas divinas, el Cristo Dios ha renunciado deliberadamente a las suyas por amor a su Padre y a la humanidad. ¿De que mejor manera podría hacernos entender que no tenemos nada que temer, que dejando su lugar y compartir el nuestro, no amenaza ni nuestra identidad ni nuestro bienestar?

Esta pausa de Semana Santa en medio de las campañas políticas no es de desperdicio políticamente hablando, la meditación sobre el misterio de la Pascua, renuevan la esperanza en las víctimas de la corrupción y de la violencia y les da nuevas fuerzas para seguir luchando a pesar de las dificultades, en la lógica del amor. El que cargó sobre si todo dolor, toda injusticia y toda violencia que entristece y aniquila al mundo, lo hizo para liberarnos de las ataduras deshumanizantes. los que vivan en plenitud la Semana Santa se sentirán libres, vivirán la libertad, respetarán la libertad, y harán posible la libertad.

Todo esto debe repercutir en nuestras opciones sociales y políticas. La Pascua es una invitación a la renovación de todas nuestras estructuras caducas y deshumanizantes. El desarrollo de nuestro país exige una visión trascendente de la persona, necesita a Dios, pues sin Él, la política se le deja únicamente en manos del hombre, que termina por deshumanizarse. El amor, del que Jesucristo se ha hecho testigo con su vida terrenal y, sobre todo, con su muerte y resurrección, es para nosotros la principal fuerza impulsora de una auténtica democracia y el criterio que debe guiar nuestras opciones políticas. Desde esta manera de pensar, definitivamente esta Semana Santa no será un desperdicio para la democracia.

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